sábado, 15 de diciembre de 2012

EL VOLCAN DE CRISTAL


EL VOLCAN DE CRISTAL



No estaban convencidos que lo que había acontecido fuese totalmente cierto. Había sido demasiado increíble. Pensaron también que todo hubiera sido una broma de Neco,  podía ser el causante de que lo que acababan de vivir no fuese más que efecto de uno de sus mejunjes, aunque él lo negaba. Entonces, ¿los sucesos fueron ciertos, o todo fue producto de un sueño colectivo fruto de aquel cuento que el tatuado les había contado?


Posteriormente del embarque de Anatahi el maorí tatuado, animados por los mantenidos vientos que insistían sin desmayo en abarrigar las velas del Maribetz, se dedicaron a poner a prueba la capacidad de navegación del bergantín y la suya como marinos y comprobar así lo efectivo de los arreglos efectuados en la isla.ist
Después de un tiempo en el que el Maribeltz hubo de arrastrarse maltratado a resultas de su encuentro con un huracán, ahora  surcaba pletórico a son de aires con todo el trapo bien dispuesto, aquellas aguas por entonces relajadas. El velero estaba perfectamente arranchado y transcurrió toda una singladura de eficiente manera. Satisfechos del resultado y exhaustos por lo intenso de aquellas horas de trabajo generoso y extremo, dispusieron una buena tragantona al final del día y tomaron descanso merecido.
Ya embutida la tripulación en profundo sueño, bien entrada la noche Monkey, el terco vigía que tan poco gustaba de abandonar sus alturas, oteó un brillo a lo lejano que acompañado de rojizos resplandores, constituía una fantasmagórica visión más propia de sueños que de realidades.

Coincidía el rumbo dispuesto con lo que se vislumbraba y optó por hacer señales al timonel por si divisaba desde cubierta lo mismo que él. Después del esfuerzo, cena y jarana del último día, no estaba aquel ni para vistas, ni para casi nada y dormitaba en pie con los brazos apoyados en el gobernalle. No veían de Monkey ni el ojo bueno ni el tapado, a nadie despierto en cubierta, así que optó por descender del mayor palo y avisar al piloto Cartamago, del oteado. Mientras la nave avanzaba recta y rápida.





Entre que el timonel no estaba para nada, que no daba con Cartamago y que tardó en decidirse despertar a Trumoia, transcurrió un buen rato para cuando se dirigieron a cubierta. Ambos se encontraban inquietos, pues según pateaban raudos los últimos escalones, se escuchaba un tintineo salpicado con otros sonidos broncos. Al llegar arriba, una tenue luz lo iluminaba todo.
Se encontraban cerca de una escena extraordinaria, ante ellos se elevaba una inmensa montaña rodeada de semicirculares y enormes paredones aplomados y delgados.
La mayor elevación era cilíndrica y por su parte más alta escapaba una nubarrada blanca entre la que borboteaban algunos fuegos, a la par de pequeñas y casi sordas explosiones. Aunque la dirección de las erupciones era ascendente, iridiscencias verde/amarillentas caían lentamente, mezcladas entre pequeñísimas centellas repiqueteando un peculiar chisporroteo, llegándoles a momentos un tenue un olor a azufre como brotado del mismo infierno.
La tripulación mientras iba despertando alterada, muchos se frotaban los ojos buscando asegurarse de si estaban despiertos o se trataba de un sueño.
Al poco todos observaban admirados lo que se les presentaba cercano. Ni siquiera cabía el miedo, el enorme volcán, que es lo que parecía, rodeado de aquellas formaciones verticales, embelesaba de tal manera que no podían hacer otra cosa que admirar, unos en silencio y otros con expresiones de admiración la escena. La más pequeña de las formaciones circunstantes tenía más pies de los que muchos eran capaces de contar y entre una pared y la continua la distancia era suficiente para navegar sin aprietos. Resultaba imposible calcular la altura del volcán que además era traslúcido dejando por momentos vislumbrar sus entrañas.
La noche era apacible aunque el viento seguía silbando constante y sin sobresaltos. La nave dejaba una estela brillante sobre la mar calmada y salvo alguna que otra onda que producía las pequeñas explosiones en el agua, nada hacía presagiar un desenlace peligroso ante la situación, parecía todo estable y las paredes del volcán daban una  impresión de solidez  que permitía contemplar el espectáculo de sus humos y fogonazos con una claro ánimo tranquilo. Algunas sonrisas iban construyéndose en los rostros de los piratas, lo que se mostraba ante sus ojos ¡era una auténtica maravilla!
Una vez más Miracielos describía con sentidas palabras lo que veían y así decía: “Extraño volcán de cristal que nos muestras en cabellos de fuego los sudores de lo profundo, más abajo de las aguas. Te haces lugar en la inmensa Madre Mar apartándola toda, ¡que poder el tuyo capaz de hacerte hueco entre sus aguas! y que descaro mostrarte aquí en mitad de su corazón, Madre Tierra. Hoy en la eterna batalla entre las dos más poderosas damas tú ganas Tierra. La venganza a tu licencia ya estará en curso pero hoy  contemplamos prendados, la victoria de tus espasmos”, Miracielos admiraba y describía como nadie los acontecimientos extraordinarios.
Puede que lo más sensato hubiese sido abandonar aquella cercanía raudos, pero era tal la belleza y majestuosidad de lo que observaban que de nadie salió una exclamación de recelo ni ninguna mirada ni palabra apremiante llegó a los oídos de Trumoia.
El Maribeltz ya casi rozaba los primeros farallones y el fulgor ora amarillento/verdosos, ora sangrosos e incluso algunos azulados que se podía intuir a través de las paredes, engendraba un salpicado de infinitas chispas descendentes que caía entre brillos acristalados. Estas iban apagándose en el larguísimo descenso, pero poseían la suficiente intensidad y existencia antes de su apagado, como para iluminarlo todo, era como una nube de pequeñas estrellas. Extasiaba tanto a todos, que para cuando se dieron cuenta ya se habían adentrado entre dos de los enormes paredones en dirección a aquel formidable y cristalino volcán. Si todo aquello era una trampa de cualquier divinidad o malignidad, el objetivo por el momento lo tenía conseguido. Los piratas siempre jugadores y de mucho arrojo dilucidaron que todo aquello, o para mal sería una trampa, o por el contrario una insólita protección de algún cierto codiciado, quizás un gran tesoro. Como siempre tal búsqueda obsesiva en cada mente pirata, aparecía en cualquier momento inesperado para justificarlo casi todo. Cualquier escusa era buena para desechando toda precaución, adentrarse allí y así pagar el tributo por el que no se hacían llamar ni bucaneros, ni filibusteros, ni siquiera hermanos de la costa, ellos eran piratas de mar.
Además estaba aquel cuento de Marama, oído por boca de su hijo ahora tripulante en la nave. Tal fábula relataba como todo el oro del mundo salía por volcanes que aparecían y desaparecían con la misma rapidez. El metal amarillo eran las heces de la Tierra y estos volcanes hacían de eventuales culos por donde eran expulsadas las excreciones acompañadas de un hedor de azufre. Una vez cumplido su cometido volvían a desaparecer como aparecieron. Tales hechos siempre se producían desde el principio de los tiempos en los océanos y no dejaban rastro.
Así las cagadas de la Tierra, eran los tesoros de las personas.
La brisa, hermana buena del marino, entraba por aquellas elevaciones comprimiéndose  y hacía aumentar la velocidad del Maribeltz y borrachos de entusiasmo volvieron a la navegada a toda vela entre aquel laberinto.
Aquel lugar no les producía temor sino que por el contrario les provocaba y entre gritos de júbilo, cabos gimientes, brazos y manos templadas, nudos estrujados, velas a punto de explotar, el Maribeltz navegaba en total desparpajo entre una lluvia de chispas de colores, en busca de aquel volcán de ensueño.
Pero todo sueño tiene su despertar, y algunos son tan predecibles que por ello son silenciados, aquello no podía acabar bien.
La fábula de Marama se había apropiado del discernimiento general, estaban como el menos cabal rebaño, de la raza de cabras más tarada.
Por fin dieron con él, al superar la última formación rocosa y al atravesar una densa nube más chisposa que las anteriores  se apareció a menos de la mitad de media legua de ellos. Casi les faltaba cuello para doblarlo y poder vislumbrar el final de aquel gigante, su boca se incrustaba en el mismo cielo, aquello no podía ser real, pero lo tenían frente a ellos.
Si existía algún tesoro en aquel gigantesco ano invertido, era momento de decidir como ocupar su arrojo. Subirlo era imposible, hacer un agujero no lo conseguirían ni en cien vidas, lo único que se les ocurrió fue ver si se encontraba alguna grieta o gruta para penetrar por ella. Lo echaron a suertes y un grupo con Trumoia a la cabeza botó un bote al agua para dirigirse a tierra.
Nada más tocar la quilla el agua comenzó un bramido sordo y de una intensidad indescriptible que hizo que hasta la última gota de agua se agitase al igual que todo lo que flotaba sobre ella.
El temor hizo que el bote de inmediato de nuevo se arribase y justo terminar de amarrarlo en su lugar el bramido que había ido en aumento cesó.
A los pocos instantes se volvieron a iluminar las entrañas del volcán, ésta vez con una intensidad que cegó los ojos de todos y al momento una extraordinaria  explosión se produjo dentro he izo subir una masa amarilla en un flujo que en un abrir y cerrar de ojos ascendió hasta la boca para expandirse al salir por ella.
Aminoró en parte la luminosidad del momento y al volver a abrir los ojos los embarcados, al unísono volvieron a otear el cielo y lo que allí vieron sería en el futuro algo que no estarían seguros de contar a nadie, un fulgor dorado afloró por todo el perímetro de la boca del volcán coloreando el cielo de oro que se dirigía a grandes distancias por el impulso de la velocidad de salida.
Si el cuento de Marama no era fábula, aquello había sido una grandísima cagada de la Madre Tierra, se habría quedado a gusto.
Sin dar tiempo a pensar en como buscar una salpicadura del oro defecado, el nivel de la mar bajó de repentinamente durante un angustioso minuto y al hacerlo el volcán enseñó una gran parte sumergida, al terminar el descenso se produjo el efecto contrario y el barco comenzó a elevarse bajo el nacimiento de una altísima ola, subieron de nivel lo incalculable y comenzaron a ser arrastrados por la gigantesca cresta que afortunadamente era mansa y no rompía aunque se desplazaba a grandísima velocidad. Otra vez la fortuna se había aliado con los piratas ya que para arriar el bote las velas tenían que estar recogidas. En el seno de la ola el Maribeltz , en otro golpe de suerte, comenzó la regata bien aproado en dirección correcta y por entre un canal no recorrido antes, embocaron recta salida alejándose de todo aquello a velocidad de vértigo.
Cuando al cabo de una interminable y vertiginosa carrera, les abandonó la gigantesca ola ya era de día.
Nuevamente estaban todos exhaustos y sin siquiera conseguir llegar a sus hamacas o literas muchos de ellos quedaron dormidos por cualquier lugar en el total desorden.
A las horas, cuando fueron despertando todos primero en sus pensamientos y después al comentarlo entre ellos dedujeron que todo aquello no podía haber sucedido, además no existía ni un vestigio de ello.
Anatahi pensó que muchas cosas inauditas le sucederían fuera de su isla y ésta sería la primera de ellas.


Al llegar la tarde del nuevo día Monkey se dirigió de nuevo a su palo mayor, le aburrían las bajuras y quería recapacitar sobre los negados sucedidos. ¡Había sido todo tan real!
Ya en su puesto oteó en la dirección de donde podría estar el volcán, con su ojo bueno y después  con el malo…pero no divisó nada.
Se encaramó un poco más para agotar todas las posibilidades y al palpar la testa del mástil, algo le produjo una herida en la mano.
Terminó de alzarse para ver que es lo que le había herido y lo que vio fue una esquirla metálica dorada clavada.
La arrancó con su cuchillo extrañado y comprobó que se trataba de una pequeña pieza de oro.
Después de pensarlo unos instantes la arrojó con fuerza al agua, bastantes problemas le habían acarreado la mierda esa que además estaba pinchada en su palo.





domingo, 4 de noviembre de 2012

SORAYA Y BAIK

SORAYA Y BAIK


Esta es una entrada con dos personajes y un relato común entre ellos con principio y final.
La escribió Amparo Kreysa (reina de corazones) y cuando lo leí me hizo temblar; después de su texto dibujé a "Baik".
La sirena "Soraya" nació prácticamente a la par, dibujo y escrito.
Es muy común tener a las sirenas como unos seres maravillosos. Pero no siempre, o mejor dicho casi nunca es cierto. Las sirenas eran como eran, depredadoras con su táctica de cantar increíblemente bien para atraer a sus presas. Las primeras sirenas griegas eran aladas, después se convirtieron en semi peces, más atractivas y misteriosas.
Al embarcaros cera, llevar siempre cera en el bolsillo y si un día navegando oís un mareante canto que os invita acercaros a la borda, meter la mano en el bolsillo y buscar las dos pelotitas de cera para llevároslas una a cada oído.
¿No las encuentras? ¿Cambiástes de pantalón y no te acordastes de ellas? ¿Ya tus pies te llevaron a la borda y estas subido en ella? ¿La ves, las ves a ella y sus hermanas y sus cantos han penetrado por tus oídos?...adiós hermano.



La sirena SORAYA

Es bella, como lo son todas las sirenas: hasta que abren la boca. Pertenecen a la familia de los tiburones y tiene de ellos la dentadura poderosa, formada por piezas de forma triangular duras y cortantes. Su cuerpo es esbelto, con un tronco delgado, aunque fuerte, como se puede ver en sus brazos musculosos y largos. La nota discordante son sus manos, bellas y finas, pero terminadas en uñas largas, duras y afiladas, capaces de seccionar la carne de sus víctimas como quien corta un trozo de mantequilla templada.
La piel es de un color gris azulado, más brillante desde la cintura hacia abajo por las escamas que cubren su cola, grandes, transparentes y nacaradas. El tronco también es gris, aunque algo más claro porque sus escamas son mucho más pequeñas y mate que las de la otra mitad del cuerpo, aunque brilla intensamente cuando le da la luz. Entonces es como si toda la gama de los verdes y los azules compitiera por asomar sobre su anatomía, dibujando líneas a lo largo de la misma.
El rostro de Soraya es hermoso, casi delicado, hasta que se ve la expresión de sus ojos negros o los peligrosos dientes que esconde tras los labios. Su mirada refleja tristeza, pero no es una pena normal: es como si escondiera una historia de esas que apagan el alma por dolorosas. En realidad es así: un día amó y fue traicionada. Toda la historia duro apenas unos minutos, pero transformó a la náyade, que, hasta aquel día, había sido de naturaleza amable y compasiva, a diferencia de las otras sirenas, que suelen ser más agresivas.
Si su rostro es bello, la melena que lo enmarca es fascinante. Su color varía según la luz que reciba, bailando entre el negro de los fondos abisales y el verde oscuro de las algas, a las que se parece también en textura y forma. Suele llevar el cabello suelto, aunque a veces se trenza unos mechones que recoge en la parte superior de la cabeza, apartándolo de la cara y que decora con perlas encordeladas en ellas.
Tiene algunas cicatrices, porque los animales marinos a veces rozan el fondo y se hieren con las pequeñas piedras, haciéndose heridas, pero la más grande de todas no se la hizo por accidente. Un día un humano trató de matarla y le clavó un puñal, cortando su tronco desde el vientre y parte del rostro, llegando casi hasta el ojo. Todo su costado derecho presenta la señal del atentado de que fue objeto, aunque no es una cicatriz fea, como las que lucen los matones. Fue un corte limpio y así de limpia es la huella que dejó, aunque le da un aspecto de dureza y recuerda que no es una mujer normal: es un ser marino de instintos carnívoros. Se alimenta con la carne de los animales que caza y también con la de los marineros, a los que atrae con su canto, provocando que desvíen el rumbo de sus naves y las estrellen contra las rocas o que se lancen al agua, donde les esperan ella y sus hermanas para devorarlos.

No es mala, ni tampoco buena. Si en otro tiempo sintió compasión por los seres vivo ya lo ha olvidado, y si ahora se alimenta de ellos, no lo hace por odio: es su naturaleza, y nadie puede dejar de ser quien es








BAIK
Se unió al Maribeltz en Malasia, lugar en que había nacido y al que había regresado tras el encuentro con las sirenas que diezmó a la tripulación del barco en que servía. Logró salir con vida de esa aventura, pero tras ella siempre pensó que había salvado la vida milagrosamente y que, por lo tanto, estaba viviendo un tiempo que no le pertenecía. Tenía miedo al mar, porque estaba convencido de que cuando volviera a embarcarse moriría.

Siendo apenas un niño de catorce años se enroló como grumete de un barco mercante que traficaba en el Índico. Ya entonces lucía el cabello, negro y muy lacio, recogido en una trenza. Sus ojos oblicuos y los rasgos suaves propios de la gente de su tierra le hacían parecer aún más joven. Su cara redonda contrastaba con la delgadez de su cuerpo, que era fibroso, ágil y muy moreno. Vestía siempre con una larga túnica de lino blanco y unos pantalones negros del mismo material. Nunca llevó zapatos, porque le resultaban incómodos. Además nunca había tenido un par: su familia era demasiado pobre y, cuando pudo adquirirlos por sí mismo era demasiado tarde. Se había acostumbrado a andar sin ellos.
Era de talante silencioso y retraido. Solía comer solo, en un rincón de la cocina, con el plato apoyado sobre las rodillas y la mirada baja, como si no se atreviese a mostrar su presencia. Su vida transcurría en soledad, por lo que perdió la costumbre de comunicarse. Apenas hablaba a menos que le preguntasen, pero en esos casos siempre decía la verdad, así que pronto se ganaba la confianza de quienes le conocían.
Después de salvarse de las sirenas logró llegar al hogar, pero encontró la misma miseria que había cuando se fue así que volvió hacia la costa. Construyó una choza para vivir y nunca quiso unirse a una mujer, porque soñaba con unos ojos oscuros y un cabello que parecía un ramillete de algas. Al no encontrar a nadie que se pareciese a la mujer de su sueño prefirió quedarse solo.
Se dedicó a cultivar la tierra, pero añoraba tanto el mar que decidió dedicarse a la pesca, aunque siempre se quedaba cerca de la costa.
Un día llegó el Maribeltz a su pueblo. Vió el barco y, en un impulso, fue hacia él, embarcó y se puso a baldear la cubierta, como hacía en sus tiempos de grumete. La tripulación le miró una sola vez, lo justo para ver que era uno de los suyos, así que le aceptaron sin problemas ni preguntas. El Maribeltz siempre admite a quien desea vivir en él.
Desde aquel día se convirtió en el ayudante de todos. Lo mismo limpiaba los camarotes que pelaba patatas y todo lo hacía sin cambiar el gesto ni pronunciar palabra. Un día que estaban cocinando Ponpón le preguntó su nombre, porque se le ocurrió que era demasiado mayor para seguir llamándole “muchacho”. Contestó con una sola palabra: Baik. Luego se enterarían de que no entendía muy bien el idioma, así que creyó que Ponpón le había pedido que pelase más patatas y contestó “baik”, que significa “bien” en malayo. Para entonces llevaban tanto tiempo llamándole así que nadie mostró interés por preguntarle su verdadero nombre.
Un día desapareció del barco, nadie sabía cómo, porqué o dónde, así que supusieron que habría desembarcado en alguna de las paradas que hicieron. Tampoco le echaron mucho de menos. Estaban habituados a percibirle como a una especie de fantasma que no se dejaba ver, oir ni notar de ninguna otra forma. El Maribeltz siempre deja ir a quien no desea continuar en él.




Historia de SORAYA y BAIK
Cartamago fue el primero en advertir el peligro y se apresuró en avisar al resto. Nada escapaba a la mirada profunda de esos ojos azules que sabían traspasar las olas y el viento. Había visto entre las olas la mancha gris y verde inconfundible para él y supo que estaban en peligro.
Todos cumplieron sus ordenes sabiendo que si lo hacían no pasaría nada. El monstruo no podía subir al barco, se limitaría a tratar de atraerlos hacia las rocas para hacerlo naufragar, pero era fácil defenderse de sus armas. Solo tenían que sellar sus oídos con cera, como habían hecho otras veces. Porque quien espiaba al barco desde el acantilado era una sirena.
Hubo un tiempo en que la idea de atacar a otros seres le repugnaba. Entonces era aún muy joven y su actitud provocaba el disgusto de sus familiares, pero ella no se sentía capaz de hacer daño a un ser vivo. Primero se alimentó de algas y luego, cuando se hizo amiga de las ballenas, aprendió a alimentarse de plancton, como ellas hacían. Ni siquiera sabía lo que era un ser humano, pues apenas subía a la superficie, salvo cuando acompañaba a sus primos los tiburones en sus paseos.
Ellos fueron los primeros en advertirle de la existencia de unos seres extraños que no respiraban agua y andaban sobre unas extrañas protuberancias, aunque no les dió credibilidad, suponiendo que serían leyendas contadas para asustar a los más jóvenes.
Una noche sus hermanas decidieron llevarla con ellas a cantar en la superficie, donde le mostraron una extraña construcción de madera que se movía deslizándose sobre el agua. Le explicaron que eso era una nave y que venía repleta de alimento. Cuando el barco estuvo a la distancia precisa, comenzaron a cantar. Sus voces eran de una pureza nunca escuchada. Rompían el aire con sones mágicos a los que ningún humano podía resistirse. Su canción hablaba de mundos maravillosos, invitando a conocerlos. Extendían sus brazos hacia la nave prometiendo abrazos jamás sentidos y los marineros que les escuchaban, hipnotizados por la melodía, se lanzaban al agua, con la mirada vacía de quien no tiene más que una meta en su corazón: verse rodeado por esos brazos y disfrutar de los cuerpos bellos que se adivinaban entre la espuma. Al tocar el líqido, las sirenas se abalanzaban sobre ellos, el rostro transformado, con los bellos labios abiertos ahora en una boca feroz en la que se apreciaban dientes agudos, triangulares, similares a los de los tiburones, con quienes estaban emparentadas. Sus manos, al cerrarse sobre los cuerpos de los hombres, mostraban las uñas largas y afiladas, cuchillos capaces de abrir en canal al marinero más curtido con un simple movimiento de muñeca. La belleza se trocó en horror, pero los marinos no tuvieron que sufrirlo durante mucho tiempo, ya que antes de que fueran conscientes de lo que estaba pasando, si opción a revolverse contra sus agresoras, estaban muertos y medio devorados.
 Uno de los hombres cayó cerca de la sirena que lo tomó en sus brazos. Se sintió incapaz de hacerle daño, así que se apartó rápidamente del resto y lo llevó a las rocas, salvándole así del festín que tenía lugar junto a ellos. Dejó caer el cuerpo sin sentido junto a una piedra y lo contempló con interés. Era muy joven, apenas un niño. Tenía el cabello largo, recogido en una trenza que le caía desde la nuca, y los rasgos infantiles. Vio las dos extrañas colas y el cuerpo tan parecido al suyo y tan distinto al mismo tiempo, y se sintió atraída por él. Era tan bello que, sin poder contenerse le besó. El humano abrió los ojos y al ver el rostro inclinado sobre él, correspondió al beso. Cuando los rostros se separaron ella sintió una sensación cálida que se apoderaba de todo su ser. En un segundo entregó su alma al extraño y cerró los ojos para ofrecerle también su cuerpo. En ese momento, el hombre se acercó a ella y, sacando un cuchillo que llevaba en el cinturón, se lo hundió en el vientre, con saña, subiendo por su costado, como si buscase romperla en dos trozos. Cuando logró librarse de su atacante tenía una herida que le recorría el lado derecho del tronco.  Desde la cintura hasta el ojo había un camino del color del carmín por el que se le iba la vida. Cayó al agua, donde su sangre atrajo a los tiburones que, al ver quien era, la llevaron ante el tritón, el curandero de las profundidades que salvaría su vida..................................................................................................................

Se introdujo en el agua y comenzó a nadar hacia el barco muy lentamente. Sabía que era lo bastante rápida para llegar a ellos cuando se lo propusiera y no quería que se notase su presencia aún. Estaba hambrienta y hacía tiempo que no había probado la carne. Había estado alimentándose de peces y moluscos y ya tenía ganas de probar un auténtico manjar. Al llegar junto al barco, comenzó a cantar.
La tripulación no escuchó su voz y siguieron ocupados en sus tareas. Salvo uno. Un marinero que había estado en la bodega poniendo orden en los cofres y las barricas de vino y agua. Al llegar a sus oídos la música sintió como se apoderaba de él, envolviéndole y empujándole hacia la cubierta. Fascinado, olvidado de sí mismo, llegó a cubierta y se acercó a la borda. Cuando Soraya vio al hombre asomado, se preparó para atraparle. El tripulante se lanzó al mar y ella tomó el cuerpo alejándose de la nave, a la búsqueda de un lugar donde degustar a su presa sin ser molestada. Dejó caer al marinero sobre la roca y se abalanzó sobre él para devorarlo cuando, de pronto, vió el rostro de su víctima. El cabello, negro aún, aunque veteado de hilos blancos, todavía recogido en una larga trenza; los ojos cerrados y el aire aniñado, semi escondido tras las arrugas que el viento marino habían dibujado en su cara. Era él, su asesino que regresaba desde el pasado para ponerse de nuevo en sus manos. Una punzada de aquel calor que sintió en otra época volvió a su pecho. De nuevo notó la necesidad de besarle y, sin poder contenerse, se inclinó sobre los labios masculinos y los rozó con los suyos. De nuevo él abrió los ojos y de nuevo correspondió a su muestra de deseo. En ese instante, la cicatriz que recorría el costado de la ninfa ardió. Soraya se apartó un poco, le miró a los ojos y apoyando su mano izquierda sobre el vientre del humano, le clavó las garras, moviéndolas lentamente hacia el rostro infantil, abriéndole un surco por el que comenzó a manar la sangre. Él no se movió. Siempre supo que había contraido una deuda de sangre que tendría que pagar algún día y se dispuso a abonarla. Cerró los ojos de nuevo y se preparó para morir.

martes, 23 de octubre de 2012

GASTÓN


GASTON



El séptimo personaje se embarca, mejor dicho, se abalanza sobre el Maribeltz, dando fin a una increíble huida por un reino y parte de otro, salvando su vida en el último momento posible tras de colocar una buena cornamenta a todo un rey y dejando tras de sí una reina bien satisfecha.








Largaba amarras el Maribeltz de un puerto fronterizo. Habían pasado unas jornadas en las que trapichearon un escaso botín que les supuso una ganancia menuda.
El ánimo de la tripulación estaba encrespado y salían del muelle malencarados con todos los que contemplaban la maniobra, en las dársenas pronto se sabía todo y el mal negociado de aquel barco provocaba risas y chuscadas de los que los contemplaban para escarnio de los piratas.
En esas estaban cuando algo arrolló al grupo que los contemplaba provocando que varios mirones cayesen al agua y por el despejado una figura humana saltó a la cubierta, para al caer sobre ella, quebrarse varias tablas desapareciendo el precipitado hacia la bodega. A los pocos instantes del alboroto, aparecieron en el hueco desatrancado por el autor del guirigay, unos uniformados armados echando espumarajos furibundos por sus bocas. Con amenazas conminaron a los tripulantes del bergantín pirata a que cesasen sus maniobras de desatraque y sacasen al fugado de ellos de la bodega. Con la peripecia, a relámpago se formó una algarabía en la que los que antes se reían en el malecón de los piratas, tomaron parte de los guardias perseguidores y entre todos arrojaron improperios mientras mostraban sus puños y uñas, exigiendo que raudo volviesen a arribar de nuevo el bajel al murallón.
Sin entender nada de lo que decían, ni comprender lo sucedido, ya que nadie había visto con claridad, el visto y no visto vuelo del evaporado, hartos de aquel puerto y encorajados por las amenazas, sin orden alguna y al unísono, mostraron todos en respuesta los brillos de sus armas retando a los de tierra a que tornasen sus advertencias en hechos y descubriesen los filos de sus sables y el humo de sus pistones.
Ante tal situación en la que ya las palabras sobraban, aquella mañana que había comenzado despejada, brillantes cielos y aguas, se tornó en un instante de matutina a vespertina por el humo de los disparos que acompañados de gritos de los contendientes, acallaron súbito los habituales murmullos del agua e hicieron perder del culo plumas al huir despavoridos, los muchos pájaros que un instante antes competían henchidos, signando en el pentagrama del cielo sus estupendas melodías.
Pero el Maribeltz ya embocada la bocana de aquel maldito puerto y con la ayuda a remo de los dos botes que tiraban de su proa, pronto alcanzó la mar abierta para largar sus velas, mientras morían cerca de ellos los últimos plomos.
Por tal hecho confuso,  cambiaron el mal gesto que poco antes arrugaba sus caras por el pésimo negociado y el acribillado verbo de los mirones, por el júbilo de la huida que dejó tras ellos un rastro de juramentos tiznados.
Nadie sabía el comienzo de aquel sucedido, todo había transcurrido muy rápido, unos y otros se preguntaban el porqué de aquella rápida contienda y escape. Al favor ya de una generosa brisa por la que el Maribeltz marineaba alegre, coronando y descendiendo una tras otra las olas que iba encontrando en el derrotero prescrito por Trumoia, se reunieron en cubierta y para sorpresa general, nadie sabía más que la turba de un momento a otro pasaron de mofarse de ellos, a amenazarlos al par de unos aparecidos guardias armados. Requemados ya por la escasa renta por sus mercancías obtenida y las guasas padecidas mientras desatracaban, una chispa lo incendió todo y allí se encontraban preguntándose la razón de lo acontecido…y en eso, Gastón apareció por entre la tablazón.
Gastón era un rústico de tierra adentro que no sólo nunca había pisado un barco, sino que ni siquiera conocía el aspecto de la mar, que al incorporarse ya en la cubierta inundó sus ojos.
¡OH, OH, OH…! exclamaba y como si no estuviesen allí más que el océano y él se acercó extasiado a la borda sin dejar de renovar la “OH” profunda.
El personal callaba sin saber ni que decir ni que pensar, entre ellos se miraban y de seguido al aparecido contemplaban estupefactos, hasta que atronó Trumoia para respingo general: ¿QUE DIANTRES DE DIA AMANECIO HOY?, ¿TIENE NOMBRE EN EL CALENDARIO? ¿Y TU QUIEN ERES Y AQUÍ QUE HACES?
Del bote general que se causó por sus palabras bramadas, todos agrupados que estaban produjeron que casi las tablas cediesen de nuevo y ante el nuevo estruendo despertó de su ensimismamiento Gastón.
Ante la ira de Trumoia que ante él se había situado a un aliento, Gastón exclamó su último OH, menos sonoro ahora. Ordenó el jefe pirata sentarse en la borda al polizón y le conminó a que diese explicaciones convincentes o iría directo a las aguas de la “OH”
Considerando la trascendencia del momento y haciendo un esfuerzo se calmó lo suficiente para contar su historia.  
Empezó culpando de todas sus desgracias a su mano izquierda. Contó como ella por alguna razón para el desconocida, desde pimpollo le había proporcionado momentos unas de las veces de placeres y otras de quebrantos. Contó como en ciertas ocasiones tal mano casi hervía por súbitos calores y como si en los entretantos cualquier piel de persona, no importaba el sexo, entraba en contacto directo con la palma de ella, al poco si no la apartaba, producía un estado de excitación desmesurado en el mismo y en la persona tocada. Ya desde niño padecía o disfrutaba de este estado y pronto viendo tal rareza empezó a usar un guante para con ella, obligado por su propia madre ante las amenazas de la legión de cornudos y cornudas que floreció en su aldea.
Además Gastón desarrolló un arte amatorio muy extenso, teniendo tan cómodas las lecciones, y para rematar la faena poseía un notorio paquete en entrepiernas que pronto fue objeto de veneración y asombro para mujeres y hombres. Gastón era generoso y le daba a todo.
Además Gastón se convirtió en excelente herrero, comprendía los metales como nadie y trabajaba con excelencia todo tipo de herrajes, herramientas o armas, lo que le condujo a tal fama que le abrió las puertas al palacio que ordenaba en las gentes de aquella comarca y que para su futura desgracia, acomodaba en algunos estíos a la propia corte del reino.
Todo iba bien con la protección de aquel guante izquierdo que evitaba, a antojo de Gastón, las ocasiones propicias para evitar los problemas de sus calores, o hacer de sus caprichos algo fácil cuando sentía calor en su siniestra.
Hasta que un día…
Apareció la realeza a pasar un cálido verano en el castillo donde ya trabajaba Gastón como herrero principal. Era la primera vez que la corte se dirigía a veranear estando el en el castillo y así al son de trompetas y timbales se presentó la realeza entera en la fortaleza, todos menos el Rey que guerreaba en otros lares.
Todo fue muy rápido. Durante el viaje el cinturón de castidad de la soberana produjo molestias por un inoportuno fleje que se desprendió de su lugar y así hería la entrepierna de aquella casta emperatriz, que voluntariamente se había hecho  colocar tal herraje, temerosa de las posibles acciones del diablo o de una improbable razzia de los batallados por su monarca. Era famosa por su rectitud y sobre todo por su rechazo al pecado. Pero el largo viaje había producido un gran incomodo en la purísima regenta y no pudiendo la servidumbre solucionar la avería de aquella cincha, exigieron la presencia urgente del mejor herrero. Buscaron y encontraron a Gastón como no, en un lecho con dos féminas que con su gran lanza se disponía a la batalla, ante las caras de estupor y rojas de deseo de aquellas ávidas doncellas. Su mano izquierda lucía un radiante encarnado y sobre ella, por su ardor casi se podría calentar una cazuela.
Bruscamente interrumpieron sus quehaceres, llevándole raudo en presencia de la regenta. Con las prisas y la sorpresa, olvidó el guante protector en el lecho y de repente se encontró ante la imposible tarea de manipular aquel artilugio  protector de castidades. Para más inri, no queriendo que aquel lugareño contemplase su sexo, obligó a el pobre Gastón a trabajar con los ojos vendados, los dos solos a resguardo de cualquier mirada. Y sucedió lo inevitable, al comenzar a tantear Gastón el chisme de hierro, fue inevitable que también el calor de su revoltosa mano izquierda tantease el otro chisme oculto y al poco se empezaron a escuchar los bufidos de deseo de aquella reina fidelísima a su ausente rey, ante los incrédulos oídos al otro lado de la estancia. Ante el primer amago de rescate hacia la de sopetón apasionada mujer, prohibió ella volver a rozar siquiera la entrada. Se sumó el desmesurado deseo de la regente, a la naturaleza voluptuosa de Gastón, y hasta en el último recoveco del castillo, en breve se escucharon los clamores que salían de aquel aposento, ya resuelto el problema del virtuoso cinturón gracias a las hábiles manos del herrero.
¿Había algo que pudiese empeorar los hechos? claro, siempre pueden empeorar las cosas. Por el camino hacia el castillo una larga columna de enseñas y pendones reales que dejaban un rastro de polvo por el galope de corceles, anunció al toque de trompetas la presencia del bravo rey que volvía de la batalla ganada, henchido de gloria con el grueso de sus tropas y los cabecillas vencidos, con intención de sorprender a su amada reina.
Sorpresa si que hubo pero no únicamente una sino que fue un par. Una grande y otra mayor.
Los aullidos de Gastón y sobre todo de la despendolada reina, se elevaban por encima de cualquier sonido incluido el de las trompetas vencedoras. La gran lanza de Gastón seguía en apogeo ensartando una y otra vez a la hambrienta regenta. El total de la población callaba, las trompetas ya no sonaban, los últimos alaridos de aquella mujer eran impropios de un ser humano…y así en ese tono se los encontró el triunfante rey vuelto por sorpresa a ella.
Tras la figura del rey por la puerta abierta asomó un erizo de lanzas y espadas y Gastón comprendió que aquel no era el mejor de los lugares para su descanso y que era poco probable que el cornudo del rey, atendiese explicación alguna.
Así que saltó al foso de agua bajo la almena y comenzó una larga huida que le hizo atravesar un reino y parte de otro hasta de un salto llegar a un puerto en el que partía hacia mejores lugares un bergantín pirata de nombre Maribeltz.
Las peripecias de tal fuga no las contaremos, por lo menos ahora, porque entintarían muchas cuartillas, pero baste decir que provocó una guerra entre dos reinos, al cruzar persiguiendo a Gastón fuerzas del rey engañado del suyo al vecino y que los cantares que de la reina se hicieron fueron ovacionados en todo el mundo conocido.
Pero no solo eso, no. Como antes aquí se mentaba, las cosas siempre pueden empeorar…
Después de relatar a fondo Gastón sus peripecias, en lo que empleó toda aquella mañana, la tarde y noche la entera y que evitó su desborde del navío, al amanecer una espesa niebla, como una manta principió a cubrir las aguas que tanto habían impresionado al ya nuevo tripulante del Maribeltz, Gastón.
A favor del empuje de una constante brisa, el bajel pirata se deslizaba sin esfuerzo sobre las aguas con el rumbo trazado y el mayor de la tripulación dormida, soñando más de uno con los acaecimientos de Gastón.
El vigía, cambió su ojo bueno por el otro tarado para dar uso al catalejo y echar un vistazo, supuesto por la niebla imposible. (En otro capítulo se narrará la increíble habilidad y su porqué de tal centinela, para ser capaz de advertir a través de tormentas y nieblas, los contornos con sus sujetos que pudieran alterar el buen navegar de la nave). Llegado el circular de su ojeada a la dirección que marcaba popa y estela, cesó el movimiento radial y se concentró en tres puntos no muy lejanos que sólo él era capaz de vislumbrar. Arrugó el entrecejo, cogió aire y seguro de sus palabras y de lo que contemplaba su ojo tapado lanzó un grito potente y conciso: ¡¡¡Tres aparejos de barcos de guerra a popa!!!
 

sábado, 29 de septiembre de 2012

ANATAHI


ANATAHI


El sexto personaje de nombre Anatahi,  se enrola en la tripulación del Maribeltz, para emprender un largo viaje de ida y vuelta. Surcarán los mares en el airoso bergantín, en busca de un libro que tiene abrazado entre sus tapas, como no… un tesoro. Pero no será éste de oros ni platas, sino de letras. Letras que su madre, Marama, creía que por estar en papel, eran presas.
Una canción, sobre las ballenas que cuando arponeadas de muerte escapaban entre las luces negras de las noches en agonía, demostró que las letras no padecen por estar en papel estampadas y que en los libros, se sienten acomodadas.










En los sueños de Anatahi una nube solitaria se le presentaba a menudo. El saltaba sobre ella buscando transporte en su mullido lomo, pero una y otra vez caía al agua mientras la veía alejarse hacia destinos inciertos produciéndole desasosiego verla como sin él, de él, se alejaba.
Su madre Marama, al escucharle tales ilusiones le explicó como su padre Sándor “El Magiar” fue un viajero inquieto y que en el de seguro heredado, también estaba contenido, el deseo errante del vagamundos, siempre insatisfecho.
Anatahi suspiraba pensando en aquella pequeña nube que una y otra vez se le aparecía en sus dormidas, para después negarle a viajarlo montado en ella.
Las islas se le hacían pequeñas y la mar tan inmensa le seducía como el canto de una sirena, invitándole tanto con el arrullo de la mar calma, como con el estruendo de sus olas y vientos enfurecidos.
Un atardecer, un Maribeltz en apuros huido de una tormenta azotado y herido, divisó la isla donde Anatahi y sus gentes habitaban y hacia ella aproaron buscando su abrigo.
Fondearon en una cala y con tantas dudas como necesidades botaron un bote y en ella varios de sus tripulantes bogaron hacia la orilla prestas armas y sentidos, conocedores de la belicosidad de los maoríes que habitaban aquellas islas.
Mientras se acercaban a la raya blanca de la orilla, los temibles guerreros tatuados ya les esperaban entre las sombras, ocultos y armados. El único deseo de encontrarse con aquellas gentes de pálido rostro, era el guerrear con ellos para desproveerlos de aperos, vidas e incluso de sus propias carnes.
Desde un alto Anatahi había divisado en la lontananza una rechoncha nube blanca y bajo ella las heridas velas del Maribeltz. ¡Era exacta a la de sus sueños!, he hizo palpitar todo su ser y tras una larga carrera, se plantó en la playa entre navegantes y emboscados.
Su resuelto y amistoso porte, más la petición de la notoria Marama en favor de respeto a la actitud de su hijo, hizo que desembarcasen sin contratiempos siendo amistosamente admitidos en la isla. 
Pasadas unas semanas en las que se saneó los desperfectos ocasionados por la tormenta sufrida causante del arribo del barco pirata, se celebró un festejo en el que la buena comida, las habituales crónicas marinas sobre las incidencias durante las travesías y como no, la oratoria de Marama, reunió en apacible camaradería a toda persona natural y arribado a la isla.
No tardaron mucho en ocupar lugar los bellos cantos maorís que embelesaron a los marinos.
De seguido la tripulación con Ponpon con su voz alegre a la cabeza, dio respuesta cumplida, también a manera de cánticos para el deleite de todos.
Gozaba Trumoia de una sentida y profunda voz y además manejaba con soltura el violín.
Alguien le reclamó que entonara una canción que hacía tiempo había oído interpretar a unos compatriotas suyos, cuando su barco ballenero fue avistado en apuros huyendo de corsarios contrarios, siendo ahuyentado por la presencia del Maribeltz.
Habían celebrado los balleneros la ayuda hermana agasajándoles en un puerto cercano.
En una taberna, al caliente, bien comidos y mejor bebidos, surgieron las canciones como brotan los chorros de agua del lomo de las ballenas; también se relataron vivencias y contó Trumoia como él también en sus comienzos faenó como grumete en un  ballenero.
El patrón de la embarcación socorrida sabía del barco donde marineó Trumoia y recordaba haber escuchado una bella y triste canción a su patrón de nombre Joanes.
Trataba ella de como cuando arponeaban de muerte una presa en horas tardías y conseguía ella huir herida sumergiéndose en el negro manto de la noche dejando una estela roja de sufrimiento, mientras se encaminaba hacia la muerte.
Cuando sucedía tan mal lance Joanes patrón del ballenero, se sumía en una profunda tristeza. El necesitaba de la ballena sus aceites, carnes y barbas y por ello las cazaba, pero desechaba el padecimiento innecesario que se le venía al gran pez, rota la estacha del arpón clavado en ella.
Cantaba entonces una apenada canción con su violín muy bella.
¡Como tantas veces, las grandes tristezas engendran hermosuras!
Trumoia recordaba la melodía, pero no así su grafía, aunque letra y música la guardaba entre sus partituras.
Ya llevaban un tiempo por aquellas aguas y sobre todo Miracielos con su facilidad de aprendizaje dominaba algo de la lengua maorí y se entendía con los isleños.
Por medio de él supieron los tatuados de la canción de la ballena herida, solicitándole que la interpretase.
Trumoia les expuso como su violín a causa de la tormenta, por la humedad se había hinchado y descompuesto, y como éste reproducía como ninguno los llantos de una ballena, fragmentos centrales de la balada.
Le pidieron describiese del violín sus formas y al representarlo dibujado en la arena los nativos reconocieron de inmediato el instrumento, como el que en manos del magiar en no pocas ocasiones deleitó tocando sus armonías.
Contaron que en los últimos meses de Sándor en la isla, no había podido tocarlo ya que las crines de caballo con el que sacaba los sonidos se deshilacharon, no pudiendo encontrar nada para sustituirlas. Así no estaba a mano en su precipitada marcha y quedó en guarda de Marama.
El arco del violín de Trumoia estaba intacto y al poco estaban reunidos violín, arco y partitura en las manos del marino.
Ante las deseosas miradas de los reunidos, Trumoia compuso un atril improvisado para sujetar la partitura y comenzó a interpretar la balada con habilidad y sentimiento.
Cuando Marama empezó a escuchar los primeros compases se quedó desde la primera nota descompuesta, a cada sonido, suspiros y lágrimas le invadieron, su vello se erizó como alfileres sintiéndolos uno a uno como nunca los había percibido. Se le nubló la vista y recuerdos que iba perdiendo, le regresaron nítidos.
Todos los allí reunidos contemplaron en silencioso respeto su llanto, pero no sabiendo la razón de tal los marinos, por medio de Anatahi conocieron el motivo.
Marama era una gran oradora que reunía en su imaginación y memoria, tanto la historia de la tribu, como composiciones orales suyas que relataba en reuniones que también atraían a habitantes de otras islas, tal era su fama.
Sándor había acudido en busca de ella por su notoriedad, por ser el también amante de las palabras.
Él era escritor y recopilaba además de sus fantasías y apuntes de sus viajes, relatos de interés que se encontraba; los de Marama, le hechizaron.
Marama desconocía la escritura, para ella las historias y relatos reales eran fielmente siempre iguales, pero no así los  cuentos...
Las palabras que componían éstos afirmaba que eran seres vivos. Cuando salían en voz por la boca nacían, mientras eran escuchadas vivían y al terminar lo contado y escuchado por los oyentes, morían terminando su natural ciclo. Así como todo lo vivo: germinaban, transitaban y fallecían, para volver a producirse el mismo hecho cada vez que volvían a ser relatados.
Sus conferencias eran muy sentidas, era el poder de las palabras al transitar de la boca a los oídos; en cada persona se introducían conformando sensaciones parecidas pero nunca iguales.
Al estar escritas, creía que no estaban vivas sino presas. No tenían oportunidad de completar el ciclo natural de nacimiento, vida y muerte y por lo tanto sufrían, en el papel escritas. Era una angustia continua que ella no iba a consentir de ningún modo, costase lo que costase.
Tenía mucho amor por sus fábulas y haría lo necesario por ellas, como lo hacía una madre por sus hijos.
Prometió Sándor respetar su creencia y no plasmar en escrito tales…pero no lo cumplió.
Un día Marama lo descubrió y Sándor incapaz de deshacerse de aquellos maravillosos cuentos huyó.
Después de ser perseguido un tiempo, estando cerca de ser atrapado divisó un barco en el horizonte y tomando una embarcación se dirigió a él. No le costó mucho convencer a su patrón de la conveniencia de abandonar prestos aquella isla, -ya se divisaban grandes lanchas repletas de guerreros maoris remando hacia ellos- y desplegando todas sus velas fugaron raudos atemorizados...

Al calor de la hoguera, solo se oía el crepitar del fuego.
Marama padecía una extraña enfermedad por la que iba olvidando sus cuentos, su vida, lo iba olvidando todo.
Ella que había desconfiado de la escritura, en aquellos momentos y gracias a aquella canción escrita y musicada por medio de aquellos preciosos signos en el pentágrama, había recordado y vivido intensamemente aquella balada olvidada, que le entonó Sándor tantas noches tranquilas.
Por ella descubrió que estaba equivocada y que en aquella hoja de papel, aquella  canción escrita le había hecho recordar tales momentos con el que fue su querido Sándor, con resuelta vehemencia.
Sándor nunca le pudo explicar lo que describía aquella melodía. Estaba cantada en una extraña lengua que ni él mismo comprendía. La escuchó, le contaba el, en una taberna a la luz de unas velas, cerca de un cementerio con mucha paz y pocas tumbas, frutos de un naufragio. En una de ellas un tal Joanes descansaba enterrado y la letra de la canción y sus notas en un pentágrama, era lo único que quedaba de él, primorosamente labrado como epitafio en una estela. Nadie conocía el significado de aquellas palabras.
Y ahora, por aquellas letras y signos, lo conocía todo y evocó como nunca a Sándor.
Lo veía huyendo de su furia con el libro protegido entre sus brazos.
Ahora era consciente que su memoria se diluía y con ella se perderían muchos de sus relatos. En algún lugar se encontrarían entre las tapas de aquel libro…tenía que intentar encontrarlo y si daba tiempo también a Sándor, antes que su enfermedad borrase el total de su memoria.
Al día siguiente, Trumoia se puso a limpiar con esmero el instrumento y mientras lo hacía un pequeño papel se deslizó de sus adentros. Lo miró y unas palabras que no comprendía estaban escritas en el. Avisó a Miracielos, que como Sándor era conocedor de muchas lenguas, consiguiendo descifrar su contenido.
Esto es lo que decía:

"De un barco naufragado, rescaté la madera con la que fue construida mi casa, con la misma este violín y con la misma una biblioteca. Así ésta madera de pecio es la casa del mundo viajado, de las canciones escuchadas y de los libros escritos y ojeados."

Todo estaba escrito sobre la silueta de un mapa al otro extremo del mundo y con una cruz marcada, el lugar donde su hogar se encontraba.
Comunicó Trumoia a Marama y Anathai el contenido de la nota y en un instante todo quedó para Marama claro.
La disposición de los acontecimientos se conjugaban, para que el joven Anatahi emprendiese un largo y esperado viaje sobre la cubierta del Maribeltz, en busca del libro escrito por Sándor.
Solo faltaba una razón clara para que los piratas emprendiesen el viaje con decidido entusiasmo.
Al día siguiente, demandó Marama si reconocía aquel lugar y a cuantas jornadas se encontraba. Trumoia consultó la ubicación del lugar señalado a su piloto Cartamago que precisó al instante y sin dudas su lugar, y las jornadas aproximadas que distanciaba.
Durante la siguiente noche, Trumoia fue secuestrado en silencio por varios tatuados. Después transportado con los ojos tapados a algún lugar de la isla en su costa y en sus aguas sumergido, por unos angustiosos momentos, para emerger en una gruta por la que caminaron a la tenue luz verdosa que despedían bancos de peces que allí paraban.
Después de un largo trecho y siempre con los ojos tapados, llegado a un lugar le quitaron la venda y ante el se descubrió un suelo plagado de brillos perlados. Ante su asombro le conminaron a que se agachase y tomara en sus manos una de aquellas luces. Así lo hizo y vio que se trataba de magníficas perlas brillantes y sin defecto.
En tres bolsas con el mismo número de perlas, recogieron un buen puñado por cada jornada de las previstas por Cartamago para llegar al lugar señalado en el mapa. Una bolsa a Trumoia le fue dada quedándose las otras dos en la gruta. Volvieron al poblado, siempre Trumoia con los ojos tapados y al llegar reunieron a la tripulación y comunicaron como le había sido entregada las perlas a su patrón para que fuesen repartidas entre ellos al llegar a destino y como si volvían con Sándor y su libro les serían entregadas las restantes, una bolsa por el magiar y otra por sus textos.
La alegría fue desbordante y a las pocas jornadas y después de un banquete de despedida, desplegó entre vítores el Maribeltz sus bien remendadas velas a la búsqueda de aquel deseado libro, el Libro de Sándor "el Magiar", vagamundos, violinista y escritor.

jueves, 16 de febrero de 2012

NECO

NECO


Este quinto tripulante, encuentra nombre y hermanos tras una carrera entre barcos piratas, después de una regata cuya meta es una isla remota.








Nacido de la atrocidad.
Era joven y hermosa, la que a pesar suyo, fue su madre.
En gran deseo de ella estaba, el ser par de un esbelto miembro de su tribu. Vivían entonces plenos de buenos momentos los moradores de la aldea ubicada en la extensa costa africana. 
Pero en una incursión de oficio, fue violentada por varios de los negreros que repartieron muerte y pillaje antes de encadenar y embarcar a los que para ellos eran animales de interés en su comercio.
Defendiéndola murió entre dolor y sin ninguna gloria su ser querido, pero todavía no amado.
Ella quedó entre los fuegos de la aldea, humillada y herida.
A resultas de tal hecho quedó preñada la bella negra y siendo muchacha de mucho orgullo, por todos los medios intentó que tales semillas  indeseadas, en sus entrañas germinasen sin tener el ínfimo alivio de conseguirlo.
Las pócimas que en sí misma vertió para tal fin, más la ira que le producía el ver su vientre cada vez más hinchado, hizo que en su interior se formase un ser no querido. Como consecuencia de tales hechos formóse en la cueva de su cuerpo un ser en él cuál las pieles negra y blanca moraron juntas, pero entre ellas no se disolvieron, conformando una insólita presencia, similar a unos extraños burros de rayas negras y blancas que en tales tierras habitaban.
Lo que se produjo al final del embarazo, más que un nacimiento, fue una huida de la panza de la madre.
Desde los primeros momentos comenzó para él un interminable destierro que concluyó mucho después en la cola de una gota de agua, en una isla casi ignota, posada en el centro de los mares.
Producto de desprecios y desamparo, se convirtió la tal persona en depósito de crueldades.
Su desquiciada madre ni nombre le puso, discurriendo su existencia entre toda clase de burlas, ensañes y desprecios.
Que tal es la codicia, que el capricho de poderosos lejanos, en sus riquezas aburridos, sin otro hacer que acumular fortunas a costa de sufrimientos repartidos, hace que en otro lugar del mundo se produzcan consecuencias que por el mismo promotor de tales, es después calificada como salvajismos de paganos animales inferiores.
¡Su piel os cubriese avaros insaciables!
La inclusión del extraño sujeto en el rol del Maribeltz, fue condimento de unos hechos que en la misma cazuela cocinaron: la parranda, la avaricia, un envite y el misterio.

Aproaba el Maribeltz la costa de la isla conocida como "La Gota"
Tenía ésta similar forma a la de una gota con gruesa cabeza y en puñal la cola. Orientaba incomprensiblemente siempre el final de su cola al poniente, sin variar nunca un grado, fuese cualquiera la data del año.
Lugar escasamente frecuentado, no figuraba en las cartas marinas y sólo el azar o pilotos exclusivos lograban dar con ella, sin mentar nunca su situación por ser isla de pasmosos paisajes e inusitada fauna y floresta, que ocultaban con su silencio de los estropicios del hombre.
Repostaban en sus pastos de trashumancias, extrañas aves difíciles de ver surcar los cielos. Así mismo habitaban sus aguas innumerables peces de toda suerte de formas y colores.
Estaba poblada de árboles de exquisitos frutos y amplias sombras bajo las que de uno concreto, tan abundante en número como en la amplitud de su copa, se dormitaban en los calurosos días que en frecuente se sucedían, apacibles siestas en las que se sucedían sueños más vividos que ninguno, como consecuencia de sustancias que de las hojas de los tales descendían.
Buscando su costa el Maribeltz estaba, cuando oteó el vigía la arboladura de un bergantín sin enseña, a estribor y con rumbo parejo.
Era el Maribeltz  bergantín de buen pertrecho y aún desconfiando de la avistada, aproó a su encuentro en observancia de que decisiones tomaba.
Pese a la buenas aptitudes de la nave, comprobaron que su rumbo era irregular, y el aparejo no adecuado para los aires que corrían.
Alentando a Trumoia ésas impropias maneras, largó ya decidido todo el trapo, a la caza de la posible presa.
Sin ningún gesto de alarma aparente, siguió en la misma traza la perseguida y al arribar a ella contemplaron atónitos, como su tripulación se encontraba sumidos, en el mayor de los desmadres.
El único tripulante sereno, era un asombroso ser con su piel en dos colores.
Se encontraba amarrado al palo mayor y rodeado de cuchillos y hachas de abordaje, clavadas por su entorno. Había servido como objeto de puntería, pero ni uno solo de los hierros hundía en él su filo.
Componía la tripulación negros cimarrones, que enfrentándose a una expedición a su contra de castigo, lograron apoderarse del barco y obligaron por secuestro a los oficios claves de la tripulación asaltada, a formarlos en sus funciones.
Pasados tiempos y ya como negros piratas, surcaban los mares.
Hacía el "negroblanco" de esclavo en la ya extinta tripulación derrotada. Y ahora en la nueva ocupaba las mismas funciones, al no ser ni negro, ni blanco fue igualmente vilipendiado, aunque siempre se mantenía en una sonrisa, paciente y sereno.
Congeniaron los piratas de ambos barcos y convidaron los cimarrones a una pócima que producía el mencionado desenfreno.
Tal brebaje el amarrado esclavo condimentaba y su éxito, por el momento su vida había salvado.
Surgió en la fiesta una apuesta, por la cual el barco que primero llegase a la cola de la isla de "La Gota", ya a lo lejos avistada y en el punta de su puñal de arena, clavase su enseña, quedaría en propiedad de el botín de la derrotada.
Dicho y hecho los dos bergantines surcaron las aguas bajo todos los trapos, con buena brisa y aguas calmadas.
Tras una dura pugna y a tiro de piedra de tierra, las embarcaciones llegaron al principio circular de la isla y cada una por un costado regatearon el último tramo con buenas navegaciones, entre gritos de ánimo.
Llegado al lugar convenido a la cola en el poniente de "La Gota", cuál fue la sorpresa al no ver atisbo de la competidora, pero mayor aún el asombro, al encontrar al final de la playa tranquilamente sentado el de dos colores esclavo sólo, con sus manos sujetando un hacha de abordaje y un sable afilado, ambos ensangrentados. Del bergantín contendiente...nada, solo clavada en la arena su enseña: el rostro sonriente de un pirata negro con dientes de oro y pendientes con forma de unos sonajeros que ellos llamaban "maracas", sobre un aspa de dos cadenas con  sus grilletes abiertos. Tal era la curiosa enseña del desaparecido entonces "Mambo", nombre del bergantín pirata.






Reclamó su botín pues había él ganado. Y Trumoia acordó con él, en un gesto de respeto, sin hacer caso de las risas de muchos de los piratas ante tal descabellada exigencia, que a cambio de la carga, le admitiría en su tripulación si él así lo quería, y que como capitán le daría nombre y oficio.
Aceptó el negro y blanco, pasando a formar parte de la tripulación y adquiriendo el nombre de Neco, por el negro y por el blanco. 
De la suerte del barco negrero y su tripulación de cimarrones, nunca dijo nada.