domingo, 4 de noviembre de 2012

SORAYA Y BAIK

SORAYA Y BAIK


Esta es una entrada con dos personajes y un relato común entre ellos con principio y final.
La escribió Amparo Kreysa (reina de corazones) y cuando lo leí me hizo temblar; después de su texto dibujé a "Baik".
La sirena "Soraya" nació prácticamente a la par, dibujo y escrito.
Es muy común tener a las sirenas como unos seres maravillosos. Pero no siempre, o mejor dicho casi nunca es cierto. Las sirenas eran como eran, depredadoras con su táctica de cantar increíblemente bien para atraer a sus presas. Las primeras sirenas griegas eran aladas, después se convirtieron en semi peces, más atractivas y misteriosas.
Al embarcaros cera, llevar siempre cera en el bolsillo y si un día navegando oís un mareante canto que os invita acercaros a la borda, meter la mano en el bolsillo y buscar las dos pelotitas de cera para llevároslas una a cada oído.
¿No las encuentras? ¿Cambiástes de pantalón y no te acordastes de ellas? ¿Ya tus pies te llevaron a la borda y estas subido en ella? ¿La ves, las ves a ella y sus hermanas y sus cantos han penetrado por tus oídos?...adiós hermano.



La sirena SORAYA

Es bella, como lo son todas las sirenas: hasta que abren la boca. Pertenecen a la familia de los tiburones y tiene de ellos la dentadura poderosa, formada por piezas de forma triangular duras y cortantes. Su cuerpo es esbelto, con un tronco delgado, aunque fuerte, como se puede ver en sus brazos musculosos y largos. La nota discordante son sus manos, bellas y finas, pero terminadas en uñas largas, duras y afiladas, capaces de seccionar la carne de sus víctimas como quien corta un trozo de mantequilla templada.
La piel es de un color gris azulado, más brillante desde la cintura hacia abajo por las escamas que cubren su cola, grandes, transparentes y nacaradas. El tronco también es gris, aunque algo más claro porque sus escamas son mucho más pequeñas y mate que las de la otra mitad del cuerpo, aunque brilla intensamente cuando le da la luz. Entonces es como si toda la gama de los verdes y los azules compitiera por asomar sobre su anatomía, dibujando líneas a lo largo de la misma.
El rostro de Soraya es hermoso, casi delicado, hasta que se ve la expresión de sus ojos negros o los peligrosos dientes que esconde tras los labios. Su mirada refleja tristeza, pero no es una pena normal: es como si escondiera una historia de esas que apagan el alma por dolorosas. En realidad es así: un día amó y fue traicionada. Toda la historia duro apenas unos minutos, pero transformó a la náyade, que, hasta aquel día, había sido de naturaleza amable y compasiva, a diferencia de las otras sirenas, que suelen ser más agresivas.
Si su rostro es bello, la melena que lo enmarca es fascinante. Su color varía según la luz que reciba, bailando entre el negro de los fondos abisales y el verde oscuro de las algas, a las que se parece también en textura y forma. Suele llevar el cabello suelto, aunque a veces se trenza unos mechones que recoge en la parte superior de la cabeza, apartándolo de la cara y que decora con perlas encordeladas en ellas.
Tiene algunas cicatrices, porque los animales marinos a veces rozan el fondo y se hieren con las pequeñas piedras, haciéndose heridas, pero la más grande de todas no se la hizo por accidente. Un día un humano trató de matarla y le clavó un puñal, cortando su tronco desde el vientre y parte del rostro, llegando casi hasta el ojo. Todo su costado derecho presenta la señal del atentado de que fue objeto, aunque no es una cicatriz fea, como las que lucen los matones. Fue un corte limpio y así de limpia es la huella que dejó, aunque le da un aspecto de dureza y recuerda que no es una mujer normal: es un ser marino de instintos carnívoros. Se alimenta con la carne de los animales que caza y también con la de los marineros, a los que atrae con su canto, provocando que desvíen el rumbo de sus naves y las estrellen contra las rocas o que se lancen al agua, donde les esperan ella y sus hermanas para devorarlos.

No es mala, ni tampoco buena. Si en otro tiempo sintió compasión por los seres vivo ya lo ha olvidado, y si ahora se alimenta de ellos, no lo hace por odio: es su naturaleza, y nadie puede dejar de ser quien es








BAIK
Se unió al Maribeltz en Malasia, lugar en que había nacido y al que había regresado tras el encuentro con las sirenas que diezmó a la tripulación del barco en que servía. Logró salir con vida de esa aventura, pero tras ella siempre pensó que había salvado la vida milagrosamente y que, por lo tanto, estaba viviendo un tiempo que no le pertenecía. Tenía miedo al mar, porque estaba convencido de que cuando volviera a embarcarse moriría.

Siendo apenas un niño de catorce años se enroló como grumete de un barco mercante que traficaba en el Índico. Ya entonces lucía el cabello, negro y muy lacio, recogido en una trenza. Sus ojos oblicuos y los rasgos suaves propios de la gente de su tierra le hacían parecer aún más joven. Su cara redonda contrastaba con la delgadez de su cuerpo, que era fibroso, ágil y muy moreno. Vestía siempre con una larga túnica de lino blanco y unos pantalones negros del mismo material. Nunca llevó zapatos, porque le resultaban incómodos. Además nunca había tenido un par: su familia era demasiado pobre y, cuando pudo adquirirlos por sí mismo era demasiado tarde. Se había acostumbrado a andar sin ellos.
Era de talante silencioso y retraido. Solía comer solo, en un rincón de la cocina, con el plato apoyado sobre las rodillas y la mirada baja, como si no se atreviese a mostrar su presencia. Su vida transcurría en soledad, por lo que perdió la costumbre de comunicarse. Apenas hablaba a menos que le preguntasen, pero en esos casos siempre decía la verdad, así que pronto se ganaba la confianza de quienes le conocían.
Después de salvarse de las sirenas logró llegar al hogar, pero encontró la misma miseria que había cuando se fue así que volvió hacia la costa. Construyó una choza para vivir y nunca quiso unirse a una mujer, porque soñaba con unos ojos oscuros y un cabello que parecía un ramillete de algas. Al no encontrar a nadie que se pareciese a la mujer de su sueño prefirió quedarse solo.
Se dedicó a cultivar la tierra, pero añoraba tanto el mar que decidió dedicarse a la pesca, aunque siempre se quedaba cerca de la costa.
Un día llegó el Maribeltz a su pueblo. Vió el barco y, en un impulso, fue hacia él, embarcó y se puso a baldear la cubierta, como hacía en sus tiempos de grumete. La tripulación le miró una sola vez, lo justo para ver que era uno de los suyos, así que le aceptaron sin problemas ni preguntas. El Maribeltz siempre admite a quien desea vivir en él.
Desde aquel día se convirtió en el ayudante de todos. Lo mismo limpiaba los camarotes que pelaba patatas y todo lo hacía sin cambiar el gesto ni pronunciar palabra. Un día que estaban cocinando Ponpón le preguntó su nombre, porque se le ocurrió que era demasiado mayor para seguir llamándole “muchacho”. Contestó con una sola palabra: Baik. Luego se enterarían de que no entendía muy bien el idioma, así que creyó que Ponpón le había pedido que pelase más patatas y contestó “baik”, que significa “bien” en malayo. Para entonces llevaban tanto tiempo llamándole así que nadie mostró interés por preguntarle su verdadero nombre.
Un día desapareció del barco, nadie sabía cómo, porqué o dónde, así que supusieron que habría desembarcado en alguna de las paradas que hicieron. Tampoco le echaron mucho de menos. Estaban habituados a percibirle como a una especie de fantasma que no se dejaba ver, oir ni notar de ninguna otra forma. El Maribeltz siempre deja ir a quien no desea continuar en él.




Historia de SORAYA y BAIK
Cartamago fue el primero en advertir el peligro y se apresuró en avisar al resto. Nada escapaba a la mirada profunda de esos ojos azules que sabían traspasar las olas y el viento. Había visto entre las olas la mancha gris y verde inconfundible para él y supo que estaban en peligro.
Todos cumplieron sus ordenes sabiendo que si lo hacían no pasaría nada. El monstruo no podía subir al barco, se limitaría a tratar de atraerlos hacia las rocas para hacerlo naufragar, pero era fácil defenderse de sus armas. Solo tenían que sellar sus oídos con cera, como habían hecho otras veces. Porque quien espiaba al barco desde el acantilado era una sirena.
Hubo un tiempo en que la idea de atacar a otros seres le repugnaba. Entonces era aún muy joven y su actitud provocaba el disgusto de sus familiares, pero ella no se sentía capaz de hacer daño a un ser vivo. Primero se alimentó de algas y luego, cuando se hizo amiga de las ballenas, aprendió a alimentarse de plancton, como ellas hacían. Ni siquiera sabía lo que era un ser humano, pues apenas subía a la superficie, salvo cuando acompañaba a sus primos los tiburones en sus paseos.
Ellos fueron los primeros en advertirle de la existencia de unos seres extraños que no respiraban agua y andaban sobre unas extrañas protuberancias, aunque no les dió credibilidad, suponiendo que serían leyendas contadas para asustar a los más jóvenes.
Una noche sus hermanas decidieron llevarla con ellas a cantar en la superficie, donde le mostraron una extraña construcción de madera que se movía deslizándose sobre el agua. Le explicaron que eso era una nave y que venía repleta de alimento. Cuando el barco estuvo a la distancia precisa, comenzaron a cantar. Sus voces eran de una pureza nunca escuchada. Rompían el aire con sones mágicos a los que ningún humano podía resistirse. Su canción hablaba de mundos maravillosos, invitando a conocerlos. Extendían sus brazos hacia la nave prometiendo abrazos jamás sentidos y los marineros que les escuchaban, hipnotizados por la melodía, se lanzaban al agua, con la mirada vacía de quien no tiene más que una meta en su corazón: verse rodeado por esos brazos y disfrutar de los cuerpos bellos que se adivinaban entre la espuma. Al tocar el líqido, las sirenas se abalanzaban sobre ellos, el rostro transformado, con los bellos labios abiertos ahora en una boca feroz en la que se apreciaban dientes agudos, triangulares, similares a los de los tiburones, con quienes estaban emparentadas. Sus manos, al cerrarse sobre los cuerpos de los hombres, mostraban las uñas largas y afiladas, cuchillos capaces de abrir en canal al marinero más curtido con un simple movimiento de muñeca. La belleza se trocó en horror, pero los marinos no tuvieron que sufrirlo durante mucho tiempo, ya que antes de que fueran conscientes de lo que estaba pasando, si opción a revolverse contra sus agresoras, estaban muertos y medio devorados.
 Uno de los hombres cayó cerca de la sirena que lo tomó en sus brazos. Se sintió incapaz de hacerle daño, así que se apartó rápidamente del resto y lo llevó a las rocas, salvándole así del festín que tenía lugar junto a ellos. Dejó caer el cuerpo sin sentido junto a una piedra y lo contempló con interés. Era muy joven, apenas un niño. Tenía el cabello largo, recogido en una trenza que le caía desde la nuca, y los rasgos infantiles. Vio las dos extrañas colas y el cuerpo tan parecido al suyo y tan distinto al mismo tiempo, y se sintió atraída por él. Era tan bello que, sin poder contenerse le besó. El humano abrió los ojos y al ver el rostro inclinado sobre él, correspondió al beso. Cuando los rostros se separaron ella sintió una sensación cálida que se apoderaba de todo su ser. En un segundo entregó su alma al extraño y cerró los ojos para ofrecerle también su cuerpo. En ese momento, el hombre se acercó a ella y, sacando un cuchillo que llevaba en el cinturón, se lo hundió en el vientre, con saña, subiendo por su costado, como si buscase romperla en dos trozos. Cuando logró librarse de su atacante tenía una herida que le recorría el lado derecho del tronco.  Desde la cintura hasta el ojo había un camino del color del carmín por el que se le iba la vida. Cayó al agua, donde su sangre atrajo a los tiburones que, al ver quien era, la llevaron ante el tritón, el curandero de las profundidades que salvaría su vida..................................................................................................................

Se introdujo en el agua y comenzó a nadar hacia el barco muy lentamente. Sabía que era lo bastante rápida para llegar a ellos cuando se lo propusiera y no quería que se notase su presencia aún. Estaba hambrienta y hacía tiempo que no había probado la carne. Había estado alimentándose de peces y moluscos y ya tenía ganas de probar un auténtico manjar. Al llegar junto al barco, comenzó a cantar.
La tripulación no escuchó su voz y siguieron ocupados en sus tareas. Salvo uno. Un marinero que había estado en la bodega poniendo orden en los cofres y las barricas de vino y agua. Al llegar a sus oídos la música sintió como se apoderaba de él, envolviéndole y empujándole hacia la cubierta. Fascinado, olvidado de sí mismo, llegó a cubierta y se acercó a la borda. Cuando Soraya vio al hombre asomado, se preparó para atraparle. El tripulante se lanzó al mar y ella tomó el cuerpo alejándose de la nave, a la búsqueda de un lugar donde degustar a su presa sin ser molestada. Dejó caer al marinero sobre la roca y se abalanzó sobre él para devorarlo cuando, de pronto, vió el rostro de su víctima. El cabello, negro aún, aunque veteado de hilos blancos, todavía recogido en una larga trenza; los ojos cerrados y el aire aniñado, semi escondido tras las arrugas que el viento marino habían dibujado en su cara. Era él, su asesino que regresaba desde el pasado para ponerse de nuevo en sus manos. Una punzada de aquel calor que sintió en otra época volvió a su pecho. De nuevo notó la necesidad de besarle y, sin poder contenerse, se inclinó sobre los labios masculinos y los rozó con los suyos. De nuevo él abrió los ojos y de nuevo correspondió a su muestra de deseo. En ese instante, la cicatriz que recorría el costado de la ninfa ardió. Soraya se apartó un poco, le miró a los ojos y apoyando su mano izquierda sobre el vientre del humano, le clavó las garras, moviéndolas lentamente hacia el rostro infantil, abriéndole un surco por el que comenzó a manar la sangre. Él no se movió. Siempre supo que había contraido una deuda de sangre que tendría que pagar algún día y se dispuso a abonarla. Cerró los ojos de nuevo y se preparó para morir.