sábado, 15 de diciembre de 2012

EL VOLCAN DE CRISTAL


EL VOLCAN DE CRISTAL



No estaban convencidos que lo que había acontecido fuese totalmente cierto. Había sido demasiado increíble. Pensaron también que todo hubiera sido una broma de Neco,  podía ser el causante de que lo que acababan de vivir no fuese más que efecto de uno de sus mejunjes, aunque él lo negaba. Entonces, ¿los sucesos fueron ciertos, o todo fue producto de un sueño colectivo fruto de aquel cuento que el tatuado les había contado?


Posteriormente del embarque de Anatahi el maorí tatuado, animados por los mantenidos vientos que insistían sin desmayo en abarrigar las velas del Maribetz, se dedicaron a poner a prueba la capacidad de navegación del bergantín y la suya como marinos y comprobar así lo efectivo de los arreglos efectuados en la isla.ist
Después de un tiempo en el que el Maribeltz hubo de arrastrarse maltratado a resultas de su encuentro con un huracán, ahora  surcaba pletórico a son de aires con todo el trapo bien dispuesto, aquellas aguas por entonces relajadas. El velero estaba perfectamente arranchado y transcurrió toda una singladura de eficiente manera. Satisfechos del resultado y exhaustos por lo intenso de aquellas horas de trabajo generoso y extremo, dispusieron una buena tragantona al final del día y tomaron descanso merecido.
Ya embutida la tripulación en profundo sueño, bien entrada la noche Monkey, el terco vigía que tan poco gustaba de abandonar sus alturas, oteó un brillo a lo lejano que acompañado de rojizos resplandores, constituía una fantasmagórica visión más propia de sueños que de realidades.

Coincidía el rumbo dispuesto con lo que se vislumbraba y optó por hacer señales al timonel por si divisaba desde cubierta lo mismo que él. Después del esfuerzo, cena y jarana del último día, no estaba aquel ni para vistas, ni para casi nada y dormitaba en pie con los brazos apoyados en el gobernalle. No veían de Monkey ni el ojo bueno ni el tapado, a nadie despierto en cubierta, así que optó por descender del mayor palo y avisar al piloto Cartamago, del oteado. Mientras la nave avanzaba recta y rápida.





Entre que el timonel no estaba para nada, que no daba con Cartamago y que tardó en decidirse despertar a Trumoia, transcurrió un buen rato para cuando se dirigieron a cubierta. Ambos se encontraban inquietos, pues según pateaban raudos los últimos escalones, se escuchaba un tintineo salpicado con otros sonidos broncos. Al llegar arriba, una tenue luz lo iluminaba todo.
Se encontraban cerca de una escena extraordinaria, ante ellos se elevaba una inmensa montaña rodeada de semicirculares y enormes paredones aplomados y delgados.
La mayor elevación era cilíndrica y por su parte más alta escapaba una nubarrada blanca entre la que borboteaban algunos fuegos, a la par de pequeñas y casi sordas explosiones. Aunque la dirección de las erupciones era ascendente, iridiscencias verde/amarillentas caían lentamente, mezcladas entre pequeñísimas centellas repiqueteando un peculiar chisporroteo, llegándoles a momentos un tenue un olor a azufre como brotado del mismo infierno.
La tripulación mientras iba despertando alterada, muchos se frotaban los ojos buscando asegurarse de si estaban despiertos o se trataba de un sueño.
Al poco todos observaban admirados lo que se les presentaba cercano. Ni siquiera cabía el miedo, el enorme volcán, que es lo que parecía, rodeado de aquellas formaciones verticales, embelesaba de tal manera que no podían hacer otra cosa que admirar, unos en silencio y otros con expresiones de admiración la escena. La más pequeña de las formaciones circunstantes tenía más pies de los que muchos eran capaces de contar y entre una pared y la continua la distancia era suficiente para navegar sin aprietos. Resultaba imposible calcular la altura del volcán que además era traslúcido dejando por momentos vislumbrar sus entrañas.
La noche era apacible aunque el viento seguía silbando constante y sin sobresaltos. La nave dejaba una estela brillante sobre la mar calmada y salvo alguna que otra onda que producía las pequeñas explosiones en el agua, nada hacía presagiar un desenlace peligroso ante la situación, parecía todo estable y las paredes del volcán daban una  impresión de solidez  que permitía contemplar el espectáculo de sus humos y fogonazos con una claro ánimo tranquilo. Algunas sonrisas iban construyéndose en los rostros de los piratas, lo que se mostraba ante sus ojos ¡era una auténtica maravilla!
Una vez más Miracielos describía con sentidas palabras lo que veían y así decía: “Extraño volcán de cristal que nos muestras en cabellos de fuego los sudores de lo profundo, más abajo de las aguas. Te haces lugar en la inmensa Madre Mar apartándola toda, ¡que poder el tuyo capaz de hacerte hueco entre sus aguas! y que descaro mostrarte aquí en mitad de su corazón, Madre Tierra. Hoy en la eterna batalla entre las dos más poderosas damas tú ganas Tierra. La venganza a tu licencia ya estará en curso pero hoy  contemplamos prendados, la victoria de tus espasmos”, Miracielos admiraba y describía como nadie los acontecimientos extraordinarios.
Puede que lo más sensato hubiese sido abandonar aquella cercanía raudos, pero era tal la belleza y majestuosidad de lo que observaban que de nadie salió una exclamación de recelo ni ninguna mirada ni palabra apremiante llegó a los oídos de Trumoia.
El Maribeltz ya casi rozaba los primeros farallones y el fulgor ora amarillento/verdosos, ora sangrosos e incluso algunos azulados que se podía intuir a través de las paredes, engendraba un salpicado de infinitas chispas descendentes que caía entre brillos acristalados. Estas iban apagándose en el larguísimo descenso, pero poseían la suficiente intensidad y existencia antes de su apagado, como para iluminarlo todo, era como una nube de pequeñas estrellas. Extasiaba tanto a todos, que para cuando se dieron cuenta ya se habían adentrado entre dos de los enormes paredones en dirección a aquel formidable y cristalino volcán. Si todo aquello era una trampa de cualquier divinidad o malignidad, el objetivo por el momento lo tenía conseguido. Los piratas siempre jugadores y de mucho arrojo dilucidaron que todo aquello, o para mal sería una trampa, o por el contrario una insólita protección de algún cierto codiciado, quizás un gran tesoro. Como siempre tal búsqueda obsesiva en cada mente pirata, aparecía en cualquier momento inesperado para justificarlo casi todo. Cualquier escusa era buena para desechando toda precaución, adentrarse allí y así pagar el tributo por el que no se hacían llamar ni bucaneros, ni filibusteros, ni siquiera hermanos de la costa, ellos eran piratas de mar.
Además estaba aquel cuento de Marama, oído por boca de su hijo ahora tripulante en la nave. Tal fábula relataba como todo el oro del mundo salía por volcanes que aparecían y desaparecían con la misma rapidez. El metal amarillo eran las heces de la Tierra y estos volcanes hacían de eventuales culos por donde eran expulsadas las excreciones acompañadas de un hedor de azufre. Una vez cumplido su cometido volvían a desaparecer como aparecieron. Tales hechos siempre se producían desde el principio de los tiempos en los océanos y no dejaban rastro.
Así las cagadas de la Tierra, eran los tesoros de las personas.
La brisa, hermana buena del marino, entraba por aquellas elevaciones comprimiéndose  y hacía aumentar la velocidad del Maribeltz y borrachos de entusiasmo volvieron a la navegada a toda vela entre aquel laberinto.
Aquel lugar no les producía temor sino que por el contrario les provocaba y entre gritos de júbilo, cabos gimientes, brazos y manos templadas, nudos estrujados, velas a punto de explotar, el Maribeltz navegaba en total desparpajo entre una lluvia de chispas de colores, en busca de aquel volcán de ensueño.
Pero todo sueño tiene su despertar, y algunos son tan predecibles que por ello son silenciados, aquello no podía acabar bien.
La fábula de Marama se había apropiado del discernimiento general, estaban como el menos cabal rebaño, de la raza de cabras más tarada.
Por fin dieron con él, al superar la última formación rocosa y al atravesar una densa nube más chisposa que las anteriores  se apareció a menos de la mitad de media legua de ellos. Casi les faltaba cuello para doblarlo y poder vislumbrar el final de aquel gigante, su boca se incrustaba en el mismo cielo, aquello no podía ser real, pero lo tenían frente a ellos.
Si existía algún tesoro en aquel gigantesco ano invertido, era momento de decidir como ocupar su arrojo. Subirlo era imposible, hacer un agujero no lo conseguirían ni en cien vidas, lo único que se les ocurrió fue ver si se encontraba alguna grieta o gruta para penetrar por ella. Lo echaron a suertes y un grupo con Trumoia a la cabeza botó un bote al agua para dirigirse a tierra.
Nada más tocar la quilla el agua comenzó un bramido sordo y de una intensidad indescriptible que hizo que hasta la última gota de agua se agitase al igual que todo lo que flotaba sobre ella.
El temor hizo que el bote de inmediato de nuevo se arribase y justo terminar de amarrarlo en su lugar el bramido que había ido en aumento cesó.
A los pocos instantes se volvieron a iluminar las entrañas del volcán, ésta vez con una intensidad que cegó los ojos de todos y al momento una extraordinaria  explosión se produjo dentro he izo subir una masa amarilla en un flujo que en un abrir y cerrar de ojos ascendió hasta la boca para expandirse al salir por ella.
Aminoró en parte la luminosidad del momento y al volver a abrir los ojos los embarcados, al unísono volvieron a otear el cielo y lo que allí vieron sería en el futuro algo que no estarían seguros de contar a nadie, un fulgor dorado afloró por todo el perímetro de la boca del volcán coloreando el cielo de oro que se dirigía a grandes distancias por el impulso de la velocidad de salida.
Si el cuento de Marama no era fábula, aquello había sido una grandísima cagada de la Madre Tierra, se habría quedado a gusto.
Sin dar tiempo a pensar en como buscar una salpicadura del oro defecado, el nivel de la mar bajó de repentinamente durante un angustioso minuto y al hacerlo el volcán enseñó una gran parte sumergida, al terminar el descenso se produjo el efecto contrario y el barco comenzó a elevarse bajo el nacimiento de una altísima ola, subieron de nivel lo incalculable y comenzaron a ser arrastrados por la gigantesca cresta que afortunadamente era mansa y no rompía aunque se desplazaba a grandísima velocidad. Otra vez la fortuna se había aliado con los piratas ya que para arriar el bote las velas tenían que estar recogidas. En el seno de la ola el Maribeltz , en otro golpe de suerte, comenzó la regata bien aproado en dirección correcta y por entre un canal no recorrido antes, embocaron recta salida alejándose de todo aquello a velocidad de vértigo.
Cuando al cabo de una interminable y vertiginosa carrera, les abandonó la gigantesca ola ya era de día.
Nuevamente estaban todos exhaustos y sin siquiera conseguir llegar a sus hamacas o literas muchos de ellos quedaron dormidos por cualquier lugar en el total desorden.
A las horas, cuando fueron despertando todos primero en sus pensamientos y después al comentarlo entre ellos dedujeron que todo aquello no podía haber sucedido, además no existía ni un vestigio de ello.
Anatahi pensó que muchas cosas inauditas le sucederían fuera de su isla y ésta sería la primera de ellas.


Al llegar la tarde del nuevo día Monkey se dirigió de nuevo a su palo mayor, le aburrían las bajuras y quería recapacitar sobre los negados sucedidos. ¡Había sido todo tan real!
Ya en su puesto oteó en la dirección de donde podría estar el volcán, con su ojo bueno y después  con el malo…pero no divisó nada.
Se encaramó un poco más para agotar todas las posibilidades y al palpar la testa del mástil, algo le produjo una herida en la mano.
Terminó de alzarse para ver que es lo que le había herido y lo que vio fue una esquirla metálica dorada clavada.
La arrancó con su cuchillo extrañado y comprobó que se trataba de una pequeña pieza de oro.
Después de pensarlo unos instantes la arrojó con fuerza al agua, bastantes problemas le habían acarreado la mierda esa que además estaba pinchada en su palo.