martes, 18 de febrero de 2014

El CATALEJO DE HUACA

Oí hablar del catalejo varias veces pero nunca lo pude ver, aunque sí me lo mostraron dibujado.
Pero... aquel diminuto pájaro sí.
De aquel pequeño cantor os contaré más adelante, pero ahora, sabed de dónde procedía el mágico instrumento:

EL CATALEJO DE HUACA.

Se dice que en toda la mar sólo hay un catalejo capaz de mostrarte el futuro. Este, al ser un aparato encantado, funciona únicamente en manos de un corazón puro, por lo que nadie está seguro nunca de si lo que le muestra es el presente o el futuro.
Huaca, cuando era joven, usaba el catalejo, regalo de su padre, para ver cómo su progenitor volvía de lo que él pensaba que eran largas temporadas de pesca.
Era realmente precioso, con el exterior dorado y en él labradas batallas que Huaca pensaba que eran de tiempos remotos.
Pero todo cambió. Una mañana Huaca fue al puerto, como todos los días, por si su padre volvía; miró por el catalejo y se quedó asombrado de la escena: al fondo, un grupo de piratas traían el cadáver mutilado de su padre. Esta vez se habían olvidado de bajar la bandera negra que ondeaba en lo alto de la embarcación, por lo que Huaca descubrió la verdad.
Su padre era un pirata, no un pescador, y su catalejo no estaba labrado con batallas de un tiempo lejano, sino con las conquistas de su padre antes de que él naciera.
Entonces las lágrimas del joven brotaron de sus ojos, empañando el catalejo, mientras juraba a los dioses que nunca más sería engañado, que se anticiparía al futuro viéndolo antes; así, el mecanismo quedó embrujado al derramarse sobre él lágrimas de un inocente.
El artefacto corrió distinta suerte que su dueño, pues Huaca se echó a la mar con la esperanza de vengar la muerte de su padre, pero, al ver por su aparato que quien lo mató fue el hijo huérfano de una víctima de los piratas, decidió quitarse la vida, mientras su mágico catalejo fue engullido por una gran ballena blanca.
El mamífero expulsó en sus excrementos el ansiado tesoro que muchos buscaron durante toda su vida y que, tarde o temprano, tendría que encontrarse...




Texto de Roberto Ramos Rodríguez