sábado, 8 de marzo de 2014

ARTRITA

 ARTRITA

Angelas, genias, duendas, diablas...se les denominaba de varias formas, aunque entre ellas se llamaran de otra manera.
No se hablaba mucho de ellas. Siempre eran mujeres y se las temía.
No obstante podían también resultar muy beneficiosas.
Eran las salvajes Melanirias.
Cuando surgía alguna de ellas en una conversación, estaba muy mal visto y castigado, mofarse o convertir a cualquiera de ellas en habladuría; más de una vez algún ligero de lengua, terminó raudo su chisme con una cicatriz firmada. Por contra, cuando era persona con crédito, el silencio atrapaba a los concurrentes para dar paso a sus palabras, y como no a tamborileos de manos, castañeos de dientes y otras pruebas que demostraban el temor que se les tenía.
Pero caídos en sus brazos, se las amaba como nunca podría amarse a nada.

En el origen de los antetiempos de los humanos, antes de que los grandes dioses se adueñasen de las fabulaciones y designios de las personas, ellas ya presentaban forma humana. Una creencia afirmaba, que todas las razas provenían de ellas, y de ahí su afecto y ocasional acercamiento a las personas. Eso si, su mentalidad era similar a las de las bestias, careciendo de capacidad de distinguir bienes o males. Actuaban por impulsos primarios y cuando deseaban algo, lo mostraban puro, sin engaños. Su cristalina voluntad provocaba por ello repartidas, dichas y desgracias.
Los posteriores dioses y diosas -caprichosos y siempre prestos a jugar con los mortales-, se adueñaron de los limbos y con engaños las desterraron a los mares
No les fue muy difícil confundirlas y evitar así enfrentarse a ellas, su naturaleza franca no les complacían y no dejaban de inquietarles sus poderes.
Aparecían de distintas maneras. Se mostraban a los ojos de todos, algunos, o un solo miembro de la tripulación, y aquellos que recibían su deseo, ya nunca eran abandonados por ellas.
Por una parte serían protegidos ante muchos contratiempos. Raro era el que se ahogara alguno de sus elegidos en un naufragio (se sabía de algunos que sobrevivieron sin agua ni alimentos, ni siquiera un flotante al que aferrarse durante meses sobre las aguas), que muriese por balas u otro tipo de armas (entraban y salían de sus cuerpos sin dejar más que un pequeño rastro en forma de caprichosas cicatrices), no padecían en exceso enfermedades comunes en otros compañeros...pero no todo eran buenaventuras.
Como una fiera que con su presencia ahuyenta a sus enemigos, pero que a su vez al ser acariciado, por sus garras son heridos, los escogidos también sufrían de diversas maneras sus protecciones; ellas, no eran conscientes de ello y a la vez protegían y lastimaban.
Yo vi una, pero para mi fortuna no se interesó por mi.
Su nombre era ARTRITA




ARTRITA se apareció en la estela del barco, y permaneció allí varios días. No hubo manera de despistarla ni de deshacerse de su presencia.
Se vertió aceite hirviendo sobre su reflejo, se hizo arrastra un gran trozo de vela tapando la estela durante un día entero ocultándola, se le lanceó, se le disparó, se colgaron trozos de carne que atrajeron a los tiburones esperando que acabaran con ella, se botaron a su presencia toda clase de inmundicias, y por fin se invocaron a todos los dioses conocidos implorando para que desapareciera...pero nada surtió efecto.
Finalmente su inquietante reflejo se incorporó a cubierta de una manera tan sobrenatural, que describirla sin haberlo visto resulta harto difícil, pero lo haré de la forma más precisa posible:
Después de intentar evitar su imagen por las formas descritas, y cuando aún se maquinaban nuevas maneras en pos de conseguirlo, un atardecer después de un día bien soleado, el rostro que se vislumbraba en el reflejo que tercamente se aferraba a la estela de aquella nave en el que estaba embarcado, abrió sus ojos que hasta ese momento habían permanecido cerrados.
Todos quedamos prendados de inmediato de aquellos maravillosos ojos verdes, que contrastaban con su faz de un inquietante color encarnado.
Temblando como la luz de una vela se incorporó sobrepasando la popa para eclipsar el último alumbrar del Sol ya maduro, fundiéndose entre sus sangrantes colores. Emergieron al pronto de sus ojos dos volcanes verdes del color de la fruta joven, rodeados por fulgores deshilachados como brillantes manojos de hierbas que palpitaban; sobrecogía su mirada fantásticamente intensa.
Todo comenzó a latir, parecía que el mundo barruntaba un inmenso terremoto, cada uno se aferró a lo que tenía más cercano, nuestros corazones se aceleraron hasta lo imposible, nuestras pupilas se agigantaron pareciendo que iban a reventar, los cabos y maromas se tensaron, los herrajes se calentaron, y por fin las velas se hincharon repentinamente hasta casi volar de los mástiles.
Ella por fin se situó en la mayor, desde allí y por sus dos caras nos observó a la vez a todos dejándonos como clavados a cubierta incapaces de realizar ningún movimiento y prendidos de sus ojos fantasmagóricos. Un halo verde lo invadió todo y por fin escogió...
Menos apenas tres marineros y mi persona, toda la tripulación fueron iluminados por el fulgor verde de los ojos de ARTRITA. Uno a uno se fue acercando a sus rostros petrificados para besarlos apasionadamente y así quedar marcados por sus labios.
Los elegidos quedaron extasiados, y narraban una y otra vez la fascinante sensación de aquel trance. A partir de aquel momento algunas noches soñaban con ella, para contar entusiasmados por la mañana, las plenas sensaciones que les causaba su compañía.
Su halo cálido les calentaba la nuca en las guardias frías, advertían los peligros con la antelación suficiente para enfrentarse a ellos con una serenidad que anteriormente no poseían, no se sentían el uno celoso de los restantes escogidos, sino que quedaron hermanados.
Los días siguientes todo fue felicidad en la nave, toda la tripulación se sentía alegre y todo a bordo marchaba literalmente viento en popa, mientras transcurrían uno tras otro, espectaculares días y noches dentro de un ambiente amable y dicharachero. ¡Hay si hubiesen sabido lo que les esperaba!
Llegamos a puerto, desembarqué y me despedí de todos sintiendo cierta envidia de la alegría del grupo recibido de ARTRITA, ¡se les veía tan dichosos!
Pero unos años después supe de su infortunada suerte y de las consecuencias de las querencias de ARTRITA.
Esto es lo que me contaron:
Aquella nave fue a menudo aludida por sus logros y tomo el nombre de la aparecida, encomendándose con devoción a su imagen que la decoró como mascarón su proa.
ARTRITA, conseguía transportar sus mercaderías en tiempos bien cortos, a pesar de las condiciones que se encontrasen durante sus travesías. Era ahora más marinera en su navegación y lo hacía más rápido que antes, no habiendo barco pirata que se hiciera con ella. Los temporales que se encontraban no la doblegaban, ni conseguían quebrar sus mástiles, ni hacían variar su rumbo. Todo eran buenaventuras.
Pero una noche ARTRITA se apareció en sus sueños.
Contaron como aquella noche la soñaron con una intensidad desmedida. Sus artes, fueron salvajes como nunca imaginaron. La bestia que había en ella, los tomo como muñecos sin consideración alguna, y como resultado de ello salieron exhaustos y maltrechos. Algunas de sus articulaciones resultaron dañadas en el fregado soñado, y ahora padecían entre grandes dolores las consecuencias.
Unos no podían andar, otros utilizar sus manos. Hombros, empeines, tobillos, rodillas, codos...todos padecían algo en su cuerpo. ARTRITA les hurgaba en sus huesos ocasionando grandes dolores, sin ser consciente de ello.
El barco sin poder ser gobernado, ni marineado, quedó a merced de las corrientes y vientos.
Un marinero que se embarcó en aquel último viaje consiguió huir despavorido por lo que contempló, -portaba tatuado el rostro de ARTRITA en uno de sus brazos-. No había conseguido borrarlo de ninguna manera y lo solía llevar tapado. Me dijo como a pesar de no estar señalado por ella, cada vez que se acercaba a la costa, le hormigueaban los huesos.
El fue el que me relató los acontecimientos mucho más tarde. Después de los sucesos abandonó su profesión.
Del barco, nunca se supo más nada.