domingo, 28 de septiembre de 2014

SIDDI AL BATI y NAVAJITA

Cuando dibujé a el siguiente personaje, una vez terminado pensé: ¡Anda, si se parece a Bati!
Bati es el apodo de un amigo, que tiene una manera de escribir, que puede parecer caótica y desordenada, y puede que así sea... o no. No sé.
Podéis comprobarlo si lo buscáis en Facebook, por el nombre de "Siddi al Bati".
Le pedí que colaboráramos en el texto de esta entrada, y el resultado fue el siguiente:



Si la aparición de Gastón en el barco supuso un pasmo para todos, ¡que decir de la de Siddi al Bati!
En el Maribeltz te acostumbrabas a que sucedieran cosa extrañas, pero aquella arribada fue uno de los  sucedidos más desconcertantes.
Así acaeció su llegada:
Nos hallábamos varios barcos celebrando el secuestro de la que sería a partir de entonces nuestra cirujana. Habíamos oído hablar muchas veces de las buenas artes que se le atribuían, y conseguimos hacernos con ella por las duras; se llamaba "Navajita"








Nos encontrábamos cerca de la costa de un mar norteño bien frío, y allí nos apiñábamos todos dispuestos a celebrarlo. Además de aquella india, conseguimos hacernos también con un gran tonel de ron oscuro y disponíamos dar cuenta de el para combatir el frío y celebrar el acontecimiento de tener a Navajita a bordo. 
Alrededor de la barrica nos reuníamos agolpados, tras el carpintero que se afanaba en terminar de quitar entera la tapa para que cada uno con su cazo el  pudiera servirse a granel el apreciado caldo.
Terminado el destape, Trumoia se disponía a inaugurar el bebercio en el centro del corro, y tras de el esperábamos impacientes batiendo los cazos contra las hebillas de nuestros cinturones, produciendo un alegre repiqueteo.
Así estaba la cosa cuando algo cayó dentro del tonel ocasionandonos una buena remojada, a la par de una enorme sorpresa; el zurriburri que se formó fue más que considerable.
Fue Navajita, nuestra nueva tripulante, la única que no se inmutó lo más mínimo. Se limitó a sacar la lengua, como si de una serpiente se tratase, para relamerse los morros con precisa rapidez y habilidad.
Y con todos los ojos puestos en la boca de la barrica, emergió tras las burbujas, Siddi al Bati.
Ahí empezó su discurso incomprensible, que como vimos desde el principio, era prácticamente continuo. Pronto comprobaríamos que ni siquiera dormido dejaba de atenderse su abstruso parloteo.
Como estatuas de piedra nos quedamos todos, cuando vimos emerger la cabeza.
Esta fue su primera retahíla:

"Caído y emergido en tal suntuoso potingue, proclamo mi arribo suficientemente oficiado por los mortales frescos que me acontecen, dando puerta abierta a mi estadía en esta cascarona de apropiada nomenclatura, e indico mi disposición sincera a damasquinar el podrido barandal del puente, a objeto de documentar mi forzado exilio a corriente y barlovento de la infamia, para proclamar falaz mi inserción en la filibustería. Pronto el pabellón de Siddi al Bati helará de nuevo la sangre en las venas de la Gente de Orden. Hágome cargo pues de la posesión de la bella Maribeltz. Así que: ¡alcen sus escudillas y beban hasta que hierban sus gaznates!"


Cuando terminó, nos miramos todos alelados. Permanecimos callados prestando oídos, pero nadie entendió nada. Pero estábamos a lo que estábamos, ansiosos de darle al jarro, así que después de concluido el chachareo dejaron de sonar los jarros, y bebimos. Sin dejar siquiera que el tal Bati saliera de la barrica, bebimos y bebimos aquel excelente ron que nos izo recordar otras latitudes mucho más cálidas.
Según le íbamos dando al jarro nos acostumbrábamos a la presencia del inquilino que se alojaba en la barrica, que por cierto no se le veía ni incómodo, ni deseoso de abandonar el lugar. 

Parecía que el palique del intruso estaba finiquitado, pero el tal silencio no iba a durar mucho tiempo; la mudez y Siddi era como aceite en agua, y ahora ya bien remojado en ron, estalló de nuevo para donarnos su segunda ristra de incomprensiones.
Esto fue lo que farfulló su lengua, ahora más entrapada:

"Pobres gentuzas que no sois capaces de diferenciar el hablar del pensar, porque ignoráis como oír los pensamientos...aunque tampoco las palabras".
-Ahí estaba el, chulo como la muerte, erguido como la desgracia, y recordando quién era, quién fue, mientras el silencio volvía con sus ecos-
"Hoy, aquí, soy Siddi al Bati, termita de Allah, profeta del sorbete de alma indistinta, cíclope entre medusas, Dios de las cucarachas...qué hostias miráis so gilipollas???
...capitáaaan, con la venia organizas una fiesta para hoy, con la chusma plana, el viento no llega, juaaaaajajajaja, pudiendo ser de Venus...vine a caer de Plutón...denso y frío de Mercurio, travestido en rojo, desinfectado, muerto o vivo y aún ocupado...es que no podré nunca descansar de miiii???... hoy invito yo!!! ron y chicas en Quelonia...
¡La muerte es tan poco chistosa...y la vida tan de fuera!..."

Después de interpretar ésta segunda arenga a su manera y sintiéndose ofendido, Neco se dispuso a degollar al intruso, para así continuar con la celebración sin más interrupciones, pero ya con el cuchillo refulgiendo y ante la indiferencia de todos...el enjuto cuerpo de Miracielos se interpuso entre los dos. 
-Espera- le dijo a Neco y mirando al forastero le preguntó: ¿de donde vienes?

- Bati le miró con fijeza y contestó: -de adonde no llegaron el humo de tus hogueras-

El antiguo inquisidor se quedó consternado ante la respuesta. Y después de unos momentos, cuando recobró el habla le contestó:
-Mucho frío traerás entonces, no me extraña que no tengas prisa en salir de nuestro tonel, pero ya es hora de ello-

Como el aparecido ya no estaba para moverse mucho, y no se sentía precisamente a disgusto dentro de la barrica, lo sacaron de allí, y sin ninguna delicadeza lo arrojaron a cubierta.
No estando nada claro que aquel intruso se debiera incorporar, o no, con la aceptación necesaria de la tripulación, éstos empezaron a mirarse entre ellos como si debatieran la cuestión en silencio.
Aquel aparente desprecio a ellos tenía fácil solución; el agua recibía por igual a cualquiera, y si flotara lo suficiente para llegar con vida a la costa o no, no era cuestión importante para ellos, ¡y menos para Neco!, al que se le había metido entre ceja y ceja probar el filo de su cuchillo en el gaznate de aquel desconocido. Navajita zanjó el asunto ayudándolo a incorporarse y advirtiendo con su primera voz desde que pisó la cubierta con estas palabras:
"Se te ve deseoso de dar uso a tu cuchillo blanquinegro" -dijo a Neco mientras se hacía paso con firmeza hacia el-, hazlo pues sin esperar consentimiento.
Trumoia no solía inmiscuirse en asuntos menores, si Siddi al Bati tenía la mala baba de presentarse y comportarse de aquella manera, era cosa suya de salir del charco como pudiera. De tal manera, ni se inmutó ante lo que estaba a punto de suceder, y como espectador, esperó intrigado los acontecimientos que vinieran.
Si en un primer momento, Miracielos se interesó en saber del singular personaje, ahora, después de turbarse y sobre todo sorprenderse ante lo escueta y sangrante de su respuesta, se desmarcó también del asunto. De tal manera, entre las intenciones de Neco y su cuchillo -que ya terminaba de salir del abrigo de la badana- , solo se interponía la pequeña cirujana.
Decidió Neco pues, arrojar a aquel  blancucho por la borda, pero antes le daría varias sajadas; no era de su gusto despertar a su puñal "para nada". Y se dirigió hacia Siddi decidido ya, e ignorando las palabras de Navajita.
Cuando ya el cuchillo de Neco, se disponía a mostrar sangres, ocurrió lo impensable: con endiablada rapidez y precisión, Navajita sacó sus dos manos de debajo de la manta en la que se envolvía; en cada una de ellas blandía dos pequeños escalpelos, que en unos segundos hicieron contra en el cuchillo de Neco, y se oyó como éste cayó en varios pedazos troceado a sus pies, ante la incredulidad de todos.
Después ella comentó como sin dar importancia: "mis estiletes curan, mis estiletes matan ".
¡Lo inverosímil era que ambos se mostraban intactos después de haber troceado como manteca el gran cuchillo de Neco!
Y para concluir zanjó el asunto con estas palabras: "hoy vivirá, hoy por lo menos. Muy mala ventura daría, que el primer arreglo mío aquí, acabara en muerto".
Eso convenció a todo el mundo, y volvieron a lo que estaban: una cogorza monumental se fraguaba, y era momento de seguir en ello...

Las horas siguientes Siddi y Navajita prácticamente no se separaron. La india parecía entender todo lo que decía el forastero ante la envidia de Miracielos, que curioso por naturaleza, intentaba descifrar las locuciones de Siddi sin mucho resultado. Deseaba entablar conversación con el y así fue su segundo intento:
Se encontraba Siddi absorto con las hebras de un cabo, las miraba, acariciaba, lamía, e incluso les murmuraba.
Tratando Miracielos de simpatizar con el le preguntó:
- ¡Otra vez en Marte Siddi, y se está bien por lo visto!.
Antes de que le diera a el interrogador firmar la pregunta con una sonrisa, respondió Siddi:

- ¿Y a ti que carajo te importa? Vendería mil martes y hasta un  miércoles si me pidieras la Luna denegada y pretenciosa de un lunes. Y una vez que llegaras al hueso de su sombra, que sorbieras el tuétano de su luz, y la enterraras entre arrugas de rencor, chuleada entre carcajadas sin pasado ni futuro, omnipresente en su constante desesperanza, comida y defecada en mil millares de cuentos de hadas de todas las hijas de los muertos, al final de todos, contados y no olvidados, por la sacerdotisa nocturna; una vez y en ese momento: ¿la amarrarías con este cabo para evitar que su fulgor eterno, brindara a las estaciones sobre los siete pelos de tu cabeza?-
Por segunda vez Miracielos se volvió a quedar estupefacto intentando descifrar el sentido de sus palabras, pero no concluyó nada.







Pasaron los días, y Siddi si bien en sus primeros días en el Maribeltz se mostró singular y arrogante, comenzó a incrustar en sus constantes charloteos, cuñas de silencios que se fueron ampliando y aumentando, en tiempo y en frecuencia.
Hasta entonces, Trumoia no se se había dirigido a el para mucho. Admitió que se quedara a bordo, como los demás, sin pensar el como, para qué y porqué se encontraba allí; Trumoia no era en exceso curioso, pero se preguntaba si la melancolía que parecía ir invadiendo a Siddi, haría de el un sujeto molesto.
Desde que llegó, de aquella misteriosa manera como "caído del cielo", había transcurrido el tiempo sin saber nada de el, ni entender nada de lo que decía. Solo Navajita se comunicaba con el, y parecía comprender sus inexplicables comentarios; hacían una extraña pareja.
Hasta ahora, Trumoia había dejado pasar tal situación al comprobar como Navajita desarrollaba con buena disposición sus tareas como médica cirujana del barco. Poseía una habilidad extraordinaria y era un espectáculo ver como operaba a los enfermos y heridos. Además, Siddi le asistía con eficiencia mientras, eso si, parloteaba sin parar mientras tanto.
Pero ahora quería saber algo más de el; veía necesario su integración en el grupo, o por lo menos su no tan constante hostilidad. Si no fuera de tal manera lo abandonaría en cualquier lugar y pronto iban a pisar tierra.
Lo encontró junto a el ancla, cometiendo otra de sus extravagancias: la abrazaba y besaba, mientras le hablaba de esta manera:

-Lo que está, doncella de hierro, es que atravieso una severa crisis -en sentido griego-; una aburrida tormenta que arrasará mi identidad irreversiblemente. "Colaborar con lo inevitable" llegó a mascullar, sólo que "lo inevitable" es de natural tacaño y agrio, y seguir ésta máxima crearía un erial sobre un infierno, cubierto de acidez de ceniza sucia-...
¡Que poco queda en mi de Siddi al Bati, el hijo escupido del ron y la cogorza! Aquel que del vicio licuado y su olor culpable ruidoso, supo parir la sorpresa en "el otro", dando sentido al conjunto de datos pulverizados en saliva analfabeta para digestión de vosotros, seres a medio camino entre bebé y cadáver, pero igualmente consciente que ambos...terminó sentenciando.

Trumoia lo miró oblicuo a través de sus rendijas de serpiente vieja; de lado.
No soportaba las arrogancias, y menos los desprecios, pero no estaba seguro de que aquel hombre estuviera en sus cabales, y era cobarde y traía muy mal fario, castigar a los enfermos.
Pero la decisión ya estaba tomada, lo dejarían en tierra si no cambiaba radicalmente en los días que quedaban hasta llegar a ella; pero a Navajita no, ella se quedaría a las duras, si era necesario, con ellos; y así se lo comunicó:
-Siddi al Bati, te quedarás con nosotros si quieres hacerlo, pero aún que pases el resto de tu estancia en la Maribeltz bajo la lluvia de tus chácharas, como vuelvas a vomitar desprecios de sujetaré una novia del mismo hierro que ahora abrazas y visitarás con ella el fondo marino. No quiero que causes más discordias, así que escoge: o desembarcas, o mantendré lo dicho, si es que antes no te rebana el cuello alguien.
Siddi se quedó meditando una pizca antes de contestarle.
-Lo sabía, todo ha conducía inexorablemente a terminaría como ellos, hablando mucho, diciendo nada, malgastando su única riqueza, malvendiendo o tirando precisamente la única fortuna que poseía. Si, realmente era una posesión, pues la propiedad -si es que realmente alguien era dueño de aquello- excedía cualquier comprensión. No se puede comprender aquello que no te cabe, y jamás se puede amar lo que comprendes -el pensamiento le asaltó formulado-, por eso las derivadas jamás se enamoran de las ecuaciones, y nunca sintió probable, en realidad ni siquiera posible en términos prácticos, que un solo elemento como él supiera mantenerse "él" entre la apabullante grisura de una idiotez sin matices, que se alimentaba de...¿nada?-
Pero sucedía que no se hacía la idea de transitar por ese mundo lo que le quedara, sin estar en compañía de Navajita. Se imaginaba, -y Trumoia se lo confirmó- que Navajita se había hecho imprescindible en la Maribeltz; y con mucha razón no le permitirían abandonar la nave por ningún motivo. Además había descubierto que allí también residían otros entes no tan visibles, que aunque tampoco entendían sus peroratas, se le hacían apetitosas de trabar relación con ellas, como, por ejemplo, aquella doncella de hierro que ellos llamaban "ancla".
También estaba la Náyade en la proa, con la que mantenía vivas discusiones, los mil ratones y ratas tan alegres y chistosos, las velas que se sonrojaban con las últimas luces del día, y chismorreaban de todo y todos a conciencia, las olas que creaba el casco al navegar, que al ser molestadas, juraban de una manera tan divertida, que se pasaba horas y horas desternillándose (tanto que a veces se le desencajaba la mandíbula) de sus quejas y provocando así otros mayores juramentos que solo el podía entender...y cada vez más cosas, si. Estaba empezando a apreciar aquellos contrapesos a su mala disposición para con los humanos, y puede que consiguiera soportarlos lo suficiente, como para mantenerse junto a su indiecita, que tanto le quería, y que además le estaba enseñando a utilizar aquel cuerpo en el que se encontraba. 
Si, se le haría muy difícil mantenerse allí, pero contestó decidido:
-Se deshará lo que se pueda, lo que se pueda-..y siguió conversando con la doncella.