jueves, 16 de febrero de 2012

NECO

NECO


Este quinto tripulante, encuentra nombre y hermanos tras una carrera entre barcos piratas, después de una regata cuya meta es una isla remota.








Nacido de la atrocidad.
Era joven y hermosa, la que a pesar suyo, fue su madre.
En gran deseo de ella estaba, el ser par de un esbelto miembro de su tribu. Vivían entonces plenos de buenos momentos los moradores de la aldea ubicada en la extensa costa africana. 
Pero en una incursión de oficio, fue violentada por varios de los negreros que repartieron muerte y pillaje antes de encadenar y embarcar a los que para ellos eran animales de interés en su comercio.
Defendiéndola murió entre dolor y sin ninguna gloria su ser querido, pero todavía no amado.
Ella quedó entre los fuegos de la aldea, humillada y herida.
A resultas de tal hecho quedó preñada la bella negra y siendo muchacha de mucho orgullo, por todos los medios intentó que tales semillas  indeseadas, en sus entrañas germinasen sin tener el ínfimo alivio de conseguirlo.
Las pócimas que en sí misma vertió para tal fin, más la ira que le producía el ver su vientre cada vez más hinchado, hizo que en su interior se formase un ser no querido. Como consecuencia de tales hechos formóse en la cueva de su cuerpo un ser en él cuál las pieles negra y blanca moraron juntas, pero entre ellas no se disolvieron, conformando una insólita presencia, similar a unos extraños burros de rayas negras y blancas que en tales tierras habitaban.
Lo que se produjo al final del embarazo, más que un nacimiento, fue una huida de la panza de la madre.
Desde los primeros momentos comenzó para él un interminable destierro que concluyó mucho después en la cola de una gota de agua, en una isla casi ignota, posada en el centro de los mares.
Producto de desprecios y desamparo, se convirtió la tal persona en depósito de crueldades.
Su desquiciada madre ni nombre le puso, discurriendo su existencia entre toda clase de burlas, ensañes y desprecios.
Que tal es la codicia, que el capricho de poderosos lejanos, en sus riquezas aburridos, sin otro hacer que acumular fortunas a costa de sufrimientos repartidos, hace que en otro lugar del mundo se produzcan consecuencias que por el mismo promotor de tales, es después calificada como salvajismos de paganos animales inferiores.
¡Su piel os cubriese avaros insaciables!
La inclusión del extraño sujeto en el rol del Maribeltz, fue condimento de unos hechos que en la misma cazuela cocinaron: la parranda, la avaricia, un envite y el misterio.

Aproaba el Maribeltz la costa de la isla conocida como "La Gota"
Tenía ésta similar forma a la de una gota con gruesa cabeza y en puñal la cola. Orientaba incomprensiblemente siempre el final de su cola al poniente, sin variar nunca un grado, fuese cualquiera la data del año.
Lugar escasamente frecuentado, no figuraba en las cartas marinas y sólo el azar o pilotos exclusivos lograban dar con ella, sin mentar nunca su situación por ser isla de pasmosos paisajes e inusitada fauna y floresta, que ocultaban con su silencio de los estropicios del hombre.
Repostaban en sus pastos de trashumancias, extrañas aves difíciles de ver surcar los cielos. Así mismo habitaban sus aguas innumerables peces de toda suerte de formas y colores.
Estaba poblada de árboles de exquisitos frutos y amplias sombras bajo las que de uno concreto, tan abundante en número como en la amplitud de su copa, se dormitaban en los calurosos días que en frecuente se sucedían, apacibles siestas en las que se sucedían sueños más vividos que ninguno, como consecuencia de sustancias que de las hojas de los tales descendían.
Buscando su costa el Maribeltz estaba, cuando oteó el vigía la arboladura de un bergantín sin enseña, a estribor y con rumbo parejo.
Era el Maribeltz  bergantín de buen pertrecho y aún desconfiando de la avistada, aproó a su encuentro en observancia de que decisiones tomaba.
Pese a la buenas aptitudes de la nave, comprobaron que su rumbo era irregular, y el aparejo no adecuado para los aires que corrían.
Alentando a Trumoia ésas impropias maneras, largó ya decidido todo el trapo, a la caza de la posible presa.
Sin ningún gesto de alarma aparente, siguió en la misma traza la perseguida y al arribar a ella contemplaron atónitos, como su tripulación se encontraba sumidos, en el mayor de los desmadres.
El único tripulante sereno, era un asombroso ser con su piel en dos colores.
Se encontraba amarrado al palo mayor y rodeado de cuchillos y hachas de abordaje, clavadas por su entorno. Había servido como objeto de puntería, pero ni uno solo de los hierros hundía en él su filo.
Componía la tripulación negros cimarrones, que enfrentándose a una expedición a su contra de castigo, lograron apoderarse del barco y obligaron por secuestro a los oficios claves de la tripulación asaltada, a formarlos en sus funciones.
Pasados tiempos y ya como negros piratas, surcaban los mares.
Hacía el "negroblanco" de esclavo en la ya extinta tripulación derrotada. Y ahora en la nueva ocupaba las mismas funciones, al no ser ni negro, ni blanco fue igualmente vilipendiado, aunque siempre se mantenía en una sonrisa, paciente y sereno.
Congeniaron los piratas de ambos barcos y convidaron los cimarrones a una pócima que producía el mencionado desenfreno.
Tal brebaje el amarrado esclavo condimentaba y su éxito, por el momento su vida había salvado.
Surgió en la fiesta una apuesta, por la cual el barco que primero llegase a la cola de la isla de "La Gota", ya a lo lejos avistada y en el punta de su puñal de arena, clavase su enseña, quedaría en propiedad de el botín de la derrotada.
Dicho y hecho los dos bergantines surcaron las aguas bajo todos los trapos, con buena brisa y aguas calmadas.
Tras una dura pugna y a tiro de piedra de tierra, las embarcaciones llegaron al principio circular de la isla y cada una por un costado regatearon el último tramo con buenas navegaciones, entre gritos de ánimo.
Llegado al lugar convenido a la cola en el poniente de "La Gota", cuál fue la sorpresa al no ver atisbo de la competidora, pero mayor aún el asombro, al encontrar al final de la playa tranquilamente sentado el de dos colores esclavo sólo, con sus manos sujetando un hacha de abordaje y un sable afilado, ambos ensangrentados. Del bergantín contendiente...nada, solo clavada en la arena su enseña: el rostro sonriente de un pirata negro con dientes de oro y pendientes con forma de unos sonajeros que ellos llamaban "maracas", sobre un aspa de dos cadenas con  sus grilletes abiertos. Tal era la curiosa enseña del desaparecido entonces "Mambo", nombre del bergantín pirata.






Reclamó su botín pues había él ganado. Y Trumoia acordó con él, en un gesto de respeto, sin hacer caso de las risas de muchos de los piratas ante tal descabellada exigencia, que a cambio de la carga, le admitiría en su tripulación si él así lo quería, y que como capitán le daría nombre y oficio.
Aceptó el negro y blanco, pasando a formar parte de la tripulación y adquiriendo el nombre de Neco, por el negro y por el blanco. 
De la suerte del barco negrero y su tripulación de cimarrones, nunca dijo nada.

    

miércoles, 15 de febrero de 2012

MUSA IBN MUSA

MUSA IBN MUSA


El cuarto personaje se llama Musa Ibn Musa
El texto corresponde a JOSETXO ORUETA, que tiene publicado una novela (histórica), por la que nos conocimos, que hace referencia a la batalla de Roncesvalles, entre las tropas francas bajo mando de Carlomagno y con el héroe Roldán al mando de su retaguardia, enfrentadas, a su vuelta del saqueo y destrucción de Pamplona, a miles de Vascones llegados desde la mar, la montaña y la llanura...
Josetxo liga su personaje en el MARIBELTZ a estos sucesos acaecidos en el año 778.
La novela, "El Cantar de Orreaga", me hizo conocer a Josetxo y pedirle un relato del que después haría el dibujo que aquí debajo ilustra la intensa descripción de su personaje, que ya navega a bordo del MARIBELTZ.







Texto de JOSETXO ORUETA



Musa ibn musa llevaba el nombre de un ilustre antepasado, príncipe del clan Banu Qasi, padre adoptivo del fundador de un reino.
Así fue al menos, como el se presentó, y luego calló. No volvió a oírse de su boca una frase tan larga como aquella que nadie creyó. Pero la incredulidad no fue debida a lo estrambótico de su presentación sino a una costumbre imperante en las islas de los hombres libres: no creer nunca explicación alguna. De esta manera no había fronteras entre la verdad y la afabulación. Todos aquellos hombres, en algún momento y dependiendo de la cantidad de alcohol consumida, provenían de familias ilustres, habían seducido a hermosas y ricas doncellas, y, sobre todo, habían realizado hazañas dignas de entrar en cualquier leyenda.
Pero Musa callaba.
Una sola vez, animado por una prostituta enternecedora y una jarra de licor sin nombre, habló de su tierra, a la que llamó Nabarra, cuyos hijos vivían mirando a la montaña y de donde, misteriosamente, provenían marineros sagaces y testarudos.
Todos rieron ante semejante absurdo. Musa parecía más bien un descendiente de Amilcar cruzado con alguna furcia berebere. Su tez morena y sus ojos de carbón traicionaban su verdadero origen: dijera lo que dijera, Musa era un hijo de Alá.
Algunos lo llamaban "El Príncipe", seguramente por su porte elegante y la finura de sus rasgos y de sus manos. Los aros de sus orejas y aquella barba fina y recortada contribuían a darle un aire aristocrático que contrastaba con la brutalidad del entorno.
A pesar de su aspecto, Musa no estaba apartado del grupo. Gastaba su parte del botín igual que los demás, en alcohol y prostitutas. Bebía, escuchaba y a menudo reía, pero no a grandes carcajadas, sino con una extraña discreción, sin expresar alegrías, como si la propia risa lo distanciara del mundo.
A los compañeros más antiguos de Musa, oír aquella medio risa en el jolgorio de una taberna les helaba la sangre, pues era el mismo sonido que él profería al degollar o atravesar a sus víctimas durante un abordaje.
En combate, el arma más mortífera de Musa era la frialdad. Repartía dolor y muerte sin ferocidad, manejando con destreza una larga cumia encorvada. Él solía ser el único que renunciaba a ingerir alcohol antes de un abordaje. Todos sus compañeros preferían empaparse en licores para sentirse invulnerables en la batalla; él, en cambio, deseaba ser consciente de que cada momento podía ser el último.
La muerte no era deseable ni aterradora; simplemente llegaría y Musa, largo tiempo atrás, había decidido que aquello no importaba. La vida, su vida o la de cualquier otro, carecía de valor.
Mas esta constatación no lo entristecía, al contrario, le permitía seguir viviendo en el ámbito que él había elegido; una embarcación pirata.
Para muchos, el mar era sinónimo de libertad y de espacio; el barco, en cambio, parecía una pequeña prisión. Musa sentía aquella libertad al revés que los demás.
Para él, el océano infinito era una cárcel de una sola pared. No hay prisión más cruel que la falta de caminos, donde avanzar y retroceder son la misma cosa, donde no existen referencias visuales ni temporales, un desierto vacío de promesas, de objetivos, de esperanzas. El calabozo más angosto no está hecho de cuatro paredes, sino de espacio infinito, donde puedes desplazarte siempre, pero nunca ir a ninguna parte.
El barco, en cambio, ese territorio exiguo, limitado, ese espacio truncado y acotado, ofrecía a Musa una licencia para escapar. Allí donde otros hombres se sentían encerrados, él encontraba paisajes humanos que explorar, historias vividas por las que caminar.
Musa observaba y escuchaba. Escuchaba los ruidos y los silencios; veía viajar a Cartamago sobre sus mapas, como si allí, en la mar, hubiese realmente valles, bosques y rutas. Oía los paisajes que sus compañeros cantaban en sus baladas nostálgicas; pasaba por la voz arrastrada del enorme Ponpón.
Las vidas de los hombres eran la libertad de Musa, esas vidas que, en cualquier momento se iban a interrumpir porque el destino invencible lo había decretado así.
Ni el placer ni la angustia formaban ya parte de los días de Musa.
Y una sola norma regía todo su pensamiento: nunca, ni por el día ni bajo la luna, dejarse atrapar por esperanza alguna.