martes, 23 de octubre de 2012

GASTÓN


GASTON



El séptimo personaje se embarca, mejor dicho, se abalanza sobre el Maribeltz, dando fin a una increíble huida por un reino y parte de otro, salvando su vida en el último momento posible tras de colocar una buena cornamenta a todo un rey y dejando tras de sí una reina bien satisfecha.








Largaba amarras el Maribeltz de un puerto fronterizo. Habían pasado unas jornadas en las que trapichearon un escaso botín que les supuso una ganancia menuda.
El ánimo de la tripulación estaba encrespado y salían del muelle malencarados con todos los que contemplaban la maniobra, en las dársenas pronto se sabía todo y el mal negociado de aquel barco provocaba risas y chuscadas de los que los contemplaban para escarnio de los piratas.
En esas estaban cuando algo arrolló al grupo que los contemplaba provocando que varios mirones cayesen al agua y por el despejado una figura humana saltó a la cubierta, para al caer sobre ella, quebrarse varias tablas desapareciendo el precipitado hacia la bodega. A los pocos instantes del alboroto, aparecieron en el hueco desatrancado por el autor del guirigay, unos uniformados armados echando espumarajos furibundos por sus bocas. Con amenazas conminaron a los tripulantes del bergantín pirata a que cesasen sus maniobras de desatraque y sacasen al fugado de ellos de la bodega. Con la peripecia, a relámpago se formó una algarabía en la que los que antes se reían en el malecón de los piratas, tomaron parte de los guardias perseguidores y entre todos arrojaron improperios mientras mostraban sus puños y uñas, exigiendo que raudo volviesen a arribar de nuevo el bajel al murallón.
Sin entender nada de lo que decían, ni comprender lo sucedido, ya que nadie había visto con claridad, el visto y no visto vuelo del evaporado, hartos de aquel puerto y encorajados por las amenazas, sin orden alguna y al unísono, mostraron todos en respuesta los brillos de sus armas retando a los de tierra a que tornasen sus advertencias en hechos y descubriesen los filos de sus sables y el humo de sus pistones.
Ante tal situación en la que ya las palabras sobraban, aquella mañana que había comenzado despejada, brillantes cielos y aguas, se tornó en un instante de matutina a vespertina por el humo de los disparos que acompañados de gritos de los contendientes, acallaron súbito los habituales murmullos del agua e hicieron perder del culo plumas al huir despavoridos, los muchos pájaros que un instante antes competían henchidos, signando en el pentagrama del cielo sus estupendas melodías.
Pero el Maribeltz ya embocada la bocana de aquel maldito puerto y con la ayuda a remo de los dos botes que tiraban de su proa, pronto alcanzó la mar abierta para largar sus velas, mientras morían cerca de ellos los últimos plomos.
Por tal hecho confuso,  cambiaron el mal gesto que poco antes arrugaba sus caras por el pésimo negociado y el acribillado verbo de los mirones, por el júbilo de la huida que dejó tras ellos un rastro de juramentos tiznados.
Nadie sabía el comienzo de aquel sucedido, todo había transcurrido muy rápido, unos y otros se preguntaban el porqué de aquella rápida contienda y escape. Al favor ya de una generosa brisa por la que el Maribeltz marineaba alegre, coronando y descendiendo una tras otra las olas que iba encontrando en el derrotero prescrito por Trumoia, se reunieron en cubierta y para sorpresa general, nadie sabía más que la turba de un momento a otro pasaron de mofarse de ellos, a amenazarlos al par de unos aparecidos guardias armados. Requemados ya por la escasa renta por sus mercancías obtenida y las guasas padecidas mientras desatracaban, una chispa lo incendió todo y allí se encontraban preguntándose la razón de lo acontecido…y en eso, Gastón apareció por entre la tablazón.
Gastón era un rústico de tierra adentro que no sólo nunca había pisado un barco, sino que ni siquiera conocía el aspecto de la mar, que al incorporarse ya en la cubierta inundó sus ojos.
¡OH, OH, OH…! exclamaba y como si no estuviesen allí más que el océano y él se acercó extasiado a la borda sin dejar de renovar la “OH” profunda.
El personal callaba sin saber ni que decir ni que pensar, entre ellos se miraban y de seguido al aparecido contemplaban estupefactos, hasta que atronó Trumoia para respingo general: ¿QUE DIANTRES DE DIA AMANECIO HOY?, ¿TIENE NOMBRE EN EL CALENDARIO? ¿Y TU QUIEN ERES Y AQUÍ QUE HACES?
Del bote general que se causó por sus palabras bramadas, todos agrupados que estaban produjeron que casi las tablas cediesen de nuevo y ante el nuevo estruendo despertó de su ensimismamiento Gastón.
Ante la ira de Trumoia que ante él se había situado a un aliento, Gastón exclamó su último OH, menos sonoro ahora. Ordenó el jefe pirata sentarse en la borda al polizón y le conminó a que diese explicaciones convincentes o iría directo a las aguas de la “OH”
Considerando la trascendencia del momento y haciendo un esfuerzo se calmó lo suficiente para contar su historia.  
Empezó culpando de todas sus desgracias a su mano izquierda. Contó como ella por alguna razón para el desconocida, desde pimpollo le había proporcionado momentos unas de las veces de placeres y otras de quebrantos. Contó como en ciertas ocasiones tal mano casi hervía por súbitos calores y como si en los entretantos cualquier piel de persona, no importaba el sexo, entraba en contacto directo con la palma de ella, al poco si no la apartaba, producía un estado de excitación desmesurado en el mismo y en la persona tocada. Ya desde niño padecía o disfrutaba de este estado y pronto viendo tal rareza empezó a usar un guante para con ella, obligado por su propia madre ante las amenazas de la legión de cornudos y cornudas que floreció en su aldea.
Además Gastón desarrolló un arte amatorio muy extenso, teniendo tan cómodas las lecciones, y para rematar la faena poseía un notorio paquete en entrepiernas que pronto fue objeto de veneración y asombro para mujeres y hombres. Gastón era generoso y le daba a todo.
Además Gastón se convirtió en excelente herrero, comprendía los metales como nadie y trabajaba con excelencia todo tipo de herrajes, herramientas o armas, lo que le condujo a tal fama que le abrió las puertas al palacio que ordenaba en las gentes de aquella comarca y que para su futura desgracia, acomodaba en algunos estíos a la propia corte del reino.
Todo iba bien con la protección de aquel guante izquierdo que evitaba, a antojo de Gastón, las ocasiones propicias para evitar los problemas de sus calores, o hacer de sus caprichos algo fácil cuando sentía calor en su siniestra.
Hasta que un día…
Apareció la realeza a pasar un cálido verano en el castillo donde ya trabajaba Gastón como herrero principal. Era la primera vez que la corte se dirigía a veranear estando el en el castillo y así al son de trompetas y timbales se presentó la realeza entera en la fortaleza, todos menos el Rey que guerreaba en otros lares.
Todo fue muy rápido. Durante el viaje el cinturón de castidad de la soberana produjo molestias por un inoportuno fleje que se desprendió de su lugar y así hería la entrepierna de aquella casta emperatriz, que voluntariamente se había hecho  colocar tal herraje, temerosa de las posibles acciones del diablo o de una improbable razzia de los batallados por su monarca. Era famosa por su rectitud y sobre todo por su rechazo al pecado. Pero el largo viaje había producido un gran incomodo en la purísima regenta y no pudiendo la servidumbre solucionar la avería de aquella cincha, exigieron la presencia urgente del mejor herrero. Buscaron y encontraron a Gastón como no, en un lecho con dos féminas que con su gran lanza se disponía a la batalla, ante las caras de estupor y rojas de deseo de aquellas ávidas doncellas. Su mano izquierda lucía un radiante encarnado y sobre ella, por su ardor casi se podría calentar una cazuela.
Bruscamente interrumpieron sus quehaceres, llevándole raudo en presencia de la regenta. Con las prisas y la sorpresa, olvidó el guante protector en el lecho y de repente se encontró ante la imposible tarea de manipular aquel artilugio  protector de castidades. Para más inri, no queriendo que aquel lugareño contemplase su sexo, obligó a el pobre Gastón a trabajar con los ojos vendados, los dos solos a resguardo de cualquier mirada. Y sucedió lo inevitable, al comenzar a tantear Gastón el chisme de hierro, fue inevitable que también el calor de su revoltosa mano izquierda tantease el otro chisme oculto y al poco se empezaron a escuchar los bufidos de deseo de aquella reina fidelísima a su ausente rey, ante los incrédulos oídos al otro lado de la estancia. Ante el primer amago de rescate hacia la de sopetón apasionada mujer, prohibió ella volver a rozar siquiera la entrada. Se sumó el desmesurado deseo de la regente, a la naturaleza voluptuosa de Gastón, y hasta en el último recoveco del castillo, en breve se escucharon los clamores que salían de aquel aposento, ya resuelto el problema del virtuoso cinturón gracias a las hábiles manos del herrero.
¿Había algo que pudiese empeorar los hechos? claro, siempre pueden empeorar las cosas. Por el camino hacia el castillo una larga columna de enseñas y pendones reales que dejaban un rastro de polvo por el galope de corceles, anunció al toque de trompetas la presencia del bravo rey que volvía de la batalla ganada, henchido de gloria con el grueso de sus tropas y los cabecillas vencidos, con intención de sorprender a su amada reina.
Sorpresa si que hubo pero no únicamente una sino que fue un par. Una grande y otra mayor.
Los aullidos de Gastón y sobre todo de la despendolada reina, se elevaban por encima de cualquier sonido incluido el de las trompetas vencedoras. La gran lanza de Gastón seguía en apogeo ensartando una y otra vez a la hambrienta regenta. El total de la población callaba, las trompetas ya no sonaban, los últimos alaridos de aquella mujer eran impropios de un ser humano…y así en ese tono se los encontró el triunfante rey vuelto por sorpresa a ella.
Tras la figura del rey por la puerta abierta asomó un erizo de lanzas y espadas y Gastón comprendió que aquel no era el mejor de los lugares para su descanso y que era poco probable que el cornudo del rey, atendiese explicación alguna.
Así que saltó al foso de agua bajo la almena y comenzó una larga huida que le hizo atravesar un reino y parte de otro hasta de un salto llegar a un puerto en el que partía hacia mejores lugares un bergantín pirata de nombre Maribeltz.
Las peripecias de tal fuga no las contaremos, por lo menos ahora, porque entintarían muchas cuartillas, pero baste decir que provocó una guerra entre dos reinos, al cruzar persiguiendo a Gastón fuerzas del rey engañado del suyo al vecino y que los cantares que de la reina se hicieron fueron ovacionados en todo el mundo conocido.
Pero no solo eso, no. Como antes aquí se mentaba, las cosas siempre pueden empeorar…
Después de relatar a fondo Gastón sus peripecias, en lo que empleó toda aquella mañana, la tarde y noche la entera y que evitó su desborde del navío, al amanecer una espesa niebla, como una manta principió a cubrir las aguas que tanto habían impresionado al ya nuevo tripulante del Maribeltz, Gastón.
A favor del empuje de una constante brisa, el bajel pirata se deslizaba sin esfuerzo sobre las aguas con el rumbo trazado y el mayor de la tripulación dormida, soñando más de uno con los acaecimientos de Gastón.
El vigía, cambió su ojo bueno por el otro tarado para dar uso al catalejo y echar un vistazo, supuesto por la niebla imposible. (En otro capítulo se narrará la increíble habilidad y su porqué de tal centinela, para ser capaz de advertir a través de tormentas y nieblas, los contornos con sus sujetos que pudieran alterar el buen navegar de la nave). Llegado el circular de su ojeada a la dirección que marcaba popa y estela, cesó el movimiento radial y se concentró en tres puntos no muy lejanos que sólo él era capaz de vislumbrar. Arrugó el entrecejo, cogió aire y seguro de sus palabras y de lo que contemplaba su ojo tapado lanzó un grito potente y conciso: ¡¡¡Tres aparejos de barcos de guerra a popa!!!