ARTRITA
Angelas, genias, duendas, diablas...se les denominaba de varias formas, aunque entre ellas se llamaran de otra manera.
No se hablaba mucho de ellas. Siempre eran mujeres y se las temía.
No obstante podían también resultar muy beneficiosas.
Eran las salvajes Melanirias.
Cuando surgía alguna de ellas en una conversación, estaba muy mal visto y castigado, mofarse o convertir a cualquiera de ellas en habladuría; más de una vez algún ligero de lengua, terminó raudo su chisme con una cicatriz firmada. Por contra, cuando era persona con crédito, el silencio atrapaba a los concurrentes para dar paso a sus palabras, y como no a tamborileos de manos, castañeos de dientes y otras pruebas que demostraban el temor que se les tenía.
Pero caídos en sus brazos, se las amaba como nunca podría amarse a nada.
En el origen de los antetiempos de los humanos, antes de que los
grandes dioses se adueñasen de las fabulaciones y designios de las
personas, ellas ya presentaban forma humana. Una creencia afirmaba,
que todas las razas provenían de ellas, y de ahí su afecto y
ocasional acercamiento a las personas. Eso si, su mentalidad era
similar a las de las bestias, careciendo de capacidad de distinguir
bienes o males. Actuaban por impulsos primarios y cuando deseaban
algo, lo mostraban puro, sin engaños. Su cristalina voluntad
provocaba por ello repartidas, dichas y desgracias.
Los posteriores dioses y diosas -caprichosos y siempre prestos a
jugar con los mortales-, se adueñaron de los limbos y con engaños
las desterraron a los mares
No les fue muy difícil confundirlas y evitar así enfrentarse a
ellas, su naturaleza franca no les complacían y no dejaban de
inquietarles sus poderes.
Aparecían de distintas maneras. Se mostraban a los ojos de todos,
algunos, o un solo miembro de la tripulación, y aquellos que
recibían su deseo, ya nunca eran abandonados por ellas.
Por una parte serían protegidos ante muchos contratiempos. Raro
era el que se ahogara alguno de sus elegidos en un naufragio (se
sabía de algunos que sobrevivieron sin agua ni alimentos, ni siquiera un flotante al que aferrarse durante meses sobre las aguas), que muriese por balas u
otro tipo de armas (entraban y salían de sus cuerpos sin dejar más
que un pequeño rastro en forma de caprichosas cicatrices), no
padecían en exceso enfermedades comunes en otros compañeros...pero
no todo eran buenaventuras.
Como una fiera que con su presencia ahuyenta a sus enemigos, pero
que a su vez al ser acariciado, por sus garras son heridos, los
escogidos también sufrían de diversas maneras sus protecciones;
ellas, no eran conscientes de ello y a la vez protegían y
lastimaban.
Yo vi una, pero para mi fortuna no se interesó por mi.
Su nombre era ARTRITA
ARTRITA se apareció en la estela del barco, y permaneció allí
varios días. No hubo manera de despistarla ni de deshacerse de su
presencia.
Se vertió aceite hirviendo sobre su reflejo, se hizo arrastra un
gran trozo de vela tapando la estela durante un día entero
ocultándola, se le lanceó, se le disparó, se colgaron trozos de
carne que atrajeron a los tiburones esperando que acabaran con ella,
se botaron a su presencia toda clase de inmundicias, y por fin se
invocaron a todos los dioses conocidos implorando para que
desapareciera...pero nada surtió efecto.
Finalmente su inquietante reflejo se incorporó a cubierta de una
manera tan sobrenatural, que describirla sin haberlo visto resulta
harto difícil, pero lo haré de la forma más precisa posible:
Después de intentar evitar su imagen por las formas descritas,
y cuando aún se maquinaban nuevas maneras en pos de conseguirlo, un
atardecer después de un día bien soleado, el rostro que se
vislumbraba en el reflejo que tercamente se aferraba a la estela de
aquella nave en el que estaba embarcado, abrió sus ojos que hasta
ese momento habían permanecido cerrados.
Todos quedamos prendados de inmediato de aquellos maravillosos
ojos verdes, que contrastaban con su faz de un inquietante color
encarnado.
Temblando como la luz de una vela se incorporó sobrepasando la
popa para eclipsar el último alumbrar del Sol ya maduro, fundiéndose
entre sus sangrantes colores. Emergieron al pronto de sus ojos dos
volcanes verdes del color de la fruta joven, rodeados por fulgores
deshilachados como brillantes manojos de hierbas que palpitaban;
sobrecogía su mirada fantásticamente intensa.
Todo comenzó a latir, parecía que el mundo barruntaba un inmenso
terremoto, cada uno se aferró a lo que tenía más cercano, nuestros
corazones se aceleraron hasta lo imposible, nuestras pupilas se
agigantaron pareciendo que iban a reventar, los cabos y maromas se
tensaron, los herrajes se calentaron, y por fin las velas se
hincharon repentinamente hasta casi volar de los mástiles.
Ella por fin se situó en la mayor, desde allí y por sus dos
caras nos observó a la vez a todos dejándonos como clavados a
cubierta incapaces de realizar ningún movimiento y prendidos de sus
ojos fantasmagóricos. Un halo verde lo invadió todo y por fin
escogió...
Menos apenas tres marineros y mi persona, toda la tripulación
fueron iluminados por el fulgor verde de los ojos de ARTRITA. Uno a
uno se fue acercando a sus rostros petrificados para besarlos
apasionadamente y así quedar marcados por sus labios.
Los elegidos quedaron extasiados, y narraban una y otra vez la
fascinante sensación de aquel trance. A partir de aquel momento
algunas noches soñaban con ella, para contar entusiasmados por la
mañana, las plenas sensaciones que les causaba su compañía.
Su halo cálido les calentaba la nuca en las guardias frías,
advertían los peligros con la antelación suficiente para
enfrentarse a ellos con una serenidad que anteriormente no poseían,
no se sentían el uno celoso de los restantes escogidos, sino que
quedaron hermanados.
Los días siguientes todo fue felicidad en la nave, toda la
tripulación se sentía alegre y todo a bordo marchaba literalmente
viento en popa, mientras transcurrían uno tras otro, espectaculares
días y noches dentro de un ambiente amable y dicharachero. ¡Hay si
hubiesen sabido lo que les esperaba!
Llegamos a puerto, desembarqué y me despedí de todos sintiendo
cierta envidia de la alegría del grupo recibido de ARTRITA, ¡se les
veía tan dichosos!
Pero unos años después supe de su infortunada suerte y de las
consecuencias de las querencias de ARTRITA.
Esto es lo que me contaron:
Aquella nave fue a menudo aludida por sus logros y tomo el nombre
de la aparecida, encomendándose con devoción a su imagen que
la decoró como mascarón su proa.
ARTRITA, conseguía transportar sus mercaderías en tiempos bien
cortos, a pesar de las condiciones que se encontrasen durante sus
travesías. Era ahora más marinera en su navegación y lo hacía más rápido que antes, no habiendo barco pirata
que se hiciera con ella. Los temporales que se encontraban no la
doblegaban, ni conseguían quebrar sus mástiles, ni hacían variar
su rumbo. Todo eran buenaventuras.
Pero una noche ARTRITA se apareció en sus sueños.
Contaron como aquella noche la soñaron con una intensidad
desmedida. Sus artes, fueron salvajes como nunca
imaginaron. La bestia que había en ella, los tomo como muñecos sin
consideración alguna, y como resultado de ello salieron exhaustos y
maltrechos. Algunas de sus articulaciones resultaron dañadas en el
fregado soñado, y ahora padecían entre grandes dolores las
consecuencias.
Unos no podían andar, otros utilizar sus manos. Hombros,
empeines, tobillos, rodillas, codos...todos padecían algo en su
cuerpo. ARTRITA les hurgaba en sus huesos ocasionando grandes
dolores, sin ser consciente de ello.
El barco sin poder ser gobernado, ni marineado, quedó a merced de
las corrientes y vientos.
Un marinero que se embarcó en aquel último viaje consiguió huir
despavorido por lo que contempló, -portaba tatuado el rostro de
ARTRITA en uno de sus brazos-. No había conseguido borrarlo de
ninguna manera y lo solía llevar tapado. Me dijo como a pesar de no
estar señalado por ella, cada vez que se acercaba a la costa, le
hormigueaban los huesos.
El fue el que me relató los acontecimientos mucho más tarde.
Después de los sucesos abandonó su profesión.
Del barco, nunca se supo más nada.