martes, 22 de marzo de 2016

STELLA Y EL DJINN

A pesar de que Labix -la melaniria- intentó gobernar a Lekim -la gran serpiente y última de las emperadoras- como siempre lo había hecho, la escamada no la tuvo en cuenta; tomó un rumbo propio y no cejó en su decidido empeño siguiendo sin variarlo un ápice, desoyendo las órdenes de la melaniria, que no daba crédito a tal comportamiento.
Yago estaba feliz y confiado, le divertía la controversia que mantenían ambos e intuía que la decisión de Lekim se avenía a una razón de peso.
A la escamada, su fino instinto le hizo desobedecer las órdenes de Labix y se dirigió a la playa donde vino al mundo hacía ya muchísimo tiempo.
Desde entonces no había vuelto a allí, pero por alguna razón rememoró los instantes de su nacimiento: le vino a la memoria cómo la luz al translucirse a través del cascaron que le contenía sirvió de detonante para comenzar con la serie de tremendos esfuerzos por los que pudo irrumpir en el esplendor de un soleado día de verano después de estallar el gran huevo en el que estuvo enterrada.
Esta reminiscencia la interpretó como una suerte de señal por la que ahora transportaba hacia allí a sus pasajeros.
Se dirigía rauda hacia aquellas arenas con su querida melaniria y aquel otro ser -el Djinn- que fue esencial en la salvación de Labix cuando estuvo en peligro por el poderoso influjo del mascarón protector de la Maribeltz; Yago -el Djinn-, fue por esto admitido y ahora transportaba a ambos...

Yago gozaba del viaje como pocas veces lo hizo antes, bien sujeto al arnés que se encontraba en la nuca de la gran serpiente, mientras esta cimbreaba como un sinuoso pincel de escamas sobre el acuoso lienzo verde-azulado.
Disfrutaba del sonido del agua al ser serpeada por el poderoso cuerpo de Lekim mientras sus pensamientos vagabundeaban, pero no solo era el sonido del agua al ser desplazada lo que escuchaba, él poseía la capacidad de percibir los rumores de tiempos pasados que se contenían tanto en los ecos del agua, como en los hebras del aire en movimiento. Las voces que se depositaban en la superficie del agua, al ser desplazadas por el viento flotaban un tiempo como plumas sonoras, hasta que después volvían a descender como hojas de otoño de nuevo en silencio.
Él era capaz de captar palabras que algún día se pronunciaron con sus canciones, promesas, amenazas, alegatos, parloteos y deseos; prestaba atención a las cartas de amor leídas, las exclamaciones, los discursos temerosos o iracundos, las mentiras, los refranes, las oraciones y conjuros, las palabras y las medias palabras... todo aquel infinito se filtraba por sus oídos si se lo proponía.
Pero donde mejor se recogían estos era en las velas de los barcos, cuando topaban contra ellas y se arremolinaban en el redil del trapo entre las costuras del lino; él las escuchaba nítidas mientras reencontraban su camino hacia el invisible tejido del aire.
También en los desiertos las palabras se mantenían con vida, al contrario que en tierra, donde desaparecían al golpearse con árboles, montes, casas... o eran arañadas por obstáculos más pequeños como arbustos o piedras desmenuzándose parar siempre.
Cuando sus compañeros le observaban absorto en sus pensamientos, les intrigaba el porqué de tales miradas blancas al infinito del horizonte, pero él no les contaba nada de lo que oía, total, ¿quién se iba a creer que escuchaba la voces de los muertos?...








Un grupo de delfines se les acercaron y comenzaron a juguetear con ellos, entrelazando sus vertiginosos nados generaban surcos blancos como sogas de espuma, saltaban en su derredor e incluso por encima de ellos para alegría de Yago, que recibía las salpicaduras con alborozo mientras jaleaba sus juegos entusiasmado. Los acompañaron un largo rato así y tal era el desparpajo que mostraban los cetáceos que hasta las crías se lanzaban en ocasiones a la grupa de la serpiente resbalando como pequeños proyectiles por encima de ella.
Yago pensó que la serpiente podía devorar a alguno de ellos, pero en ese momento no parecía tener apetencia por lo que no era previsible tal lance; además a ella también le divertían los sonrientes cetáceos y Yago dedujo que los delfines sabrían de su falta de hambre.
Labix, cejados ya sus intentos por decidir el rumbo, se había acoplado a la nuca de Lekim entregada a la contemplación del espectáculo. Poco a poco se le fueron cerrando los ojos mientras los últimos rayos de sol buscaban refugio en el ocaso.
Yago observó como una suave piel transparente, reluciente y cálida surgió de un pliegue de la nuca de la serpiente para aislar sus cuerpos de el agua. Esta finísima funda de transparentes escamas, afloraba para envolver por las noches, con el tiempo lluvioso o cuando se sumergía, a la melaniria y ahora también a él mismo.
Una vez cubiertos ambos podían respirar sin dificultad, ya que minúsculas esferas de aire surgían de entre las escamas, donde estaban atrapadas, para introducirse por la presión que ejercía con su zigzagueo sobre el habitáculo. Al penetrar las burbujas, comprimían el aire respirado que era expulsado por la parte trasera; era un sistema sencillo y eficaz que permitía regenerar el aire y respirar bajo el agua.
Cuando la noche inundó de sombras las aguas pasó algo que sorprendió a Yago ¡no se lo podía creer!: en la oscura profundidad, de los ojos de la serpiente comenzó a emanar una luz que se multiplicaba al ir traspasando el agua. Lekim, era capaz de emitir esta luminiscencia originando un haz de luz que regalaba a ella y a sus jinetes (en este caso solo a Yago, ya que la melaniria dormía ya plácidamente) una visión asombrosa en la nocturnidad de las aguas profundas; nunca Yago tuvo los ojos más abiertos que en aquella ocasión.
El día estaba siendo de una intensidad inusitada y lo que el Djinn estaba contemplando ahora, ni la más caprichosa imaginación podría ni siquiera intuirla.
Tal cúmulo de sensaciones le fueron fatigando y al poco, los párpados le cubrieron los ojos como mantas abriendo las puertas del sueño ...

Lekim distaba de estar fatigado, en el agua se deslizaba con facilidad y con cada impulso de su poderoso cuerpo avanzaba a buena velocidad y sin por el momento desaliento alguno.
Había mucha ruta por delante y durante toda la noche no tenía intención de parar ni un momento. Al día siguiente, al ocaso llegaría a un refugio seguro y allí se haría un ovillo para descansar. Pero ahora tenía que darlo todo, su extrema sensibilidad le transmitía como en su ama se desarrollaba a toda velocidad la criatura inseminada por el pirata tuerto.
Hacía ya muchos años que la que fue su compañera había muerto y el se había quedado como único superviviente de su especie. Además era macho y con él, cuando desapareciera, se extinguiría la magnífica especie.
En la memoria ancestral de los humanos, los dragones fueron los animales más poderosos que existieron, y así lo fue en los cielos, pero en la mar fueron las serpientes como Lekim, las que fueron conocidas como"emperadoras".
Tanto dragones como emperadoras provenían de un patrón antiquísimo y común entre ellas, la diferencia estaba en que unos arraigaron junto a los volcanes y las otras se decantaron por las frías aguas abisales en las infinitas grutas y pasadizos que existen en las profundidades, especialmente dentro de las grandes montañas submarinas.
Allí abajo estaban los nidos en los que nacían las hembras de las grandes serpientes, sin embargo los machos como Lekim veían la luz en las cimas de las mismas montañas.
Al ser la Tierra hueca en gran parte de su interior, los espacios que contienen son mayores de lo que podría imaginar la mente humana, Lekim había conocido algunos de ellos habitados por una especie de personas que antiguamente fueron alimento tanto de dragones como de emperadoras; ahora mismo no sabía si seguirían existiendo ¡hacía tantísimo que no buceaba tan profundo!
Normalmente muy al sur y norte, en unas pocas islas volcánicas ocultas en grandes nubes de bruma sulfurosas y azotadas eternamente por los mayores temporales que pudieran hervir, existían aberturas que comunicaban "lo dentro y lo fuera". Para "los de dentro" eran sitios que temían y a los que no se acercaban, ya que sus ojos percibían un horror doliente de luces y fuegos que los dejaban ciegos. Sus ojos albinos estaban acostumbrados únicamente a la tenue iluminación de la fosforescencia que emanaba de muchas de las formas que se encontraban en el vientre de la tierra: animales, minerales, agua, vegetaciones...y sobre todo las infinitas bandadas de pequeñas y bellísimas mariposas que al volar iban desprendiendo partículas de sus alas, iluminando con diversas tonalidades durante mucho tiempo los espacios oscuros; las partículas de algunas especies de estas fulguraban durante años; la naturaleza del interior pugnaba por todos los medios de producir algún tipo de luz utilizando muchos e ingeniosos métodos...

Para "los de fuera" el miedo hacía que no osaran -los pocos que sabían de su existencia- incluir ni de lejos en sus rutas estos lugares terroríficos, peligrosos por sus constantes erupciones, temporales; cuna de gigantescos remolinos y olas montañosas y anárquicas, que iban y venían sin ton ni son, sin cadencia ninguna ni dirección común, golpeándose entre ellas como gigantes sin rostro combatientes de espuma.
Pero en algunas pocas de estas islas, las luces estaban cegadas por un tipo de nubes oscuras que se trababan en una vegetación pegajosa y oscura. En ellas, algunos aventureros de lo profundo comenzaron a visitar el extramundo, consiguieron acostumbrar sus delicados ojos a la noche de superficie e incluso unos pocos pudieron habitar en los bosques y selvas de luces leves.
Allí confluyeron con personas "de fuera" en dos mundos de la misma Tierra, así surgiendo de estos encuentros convivencias y hermanamientos secretos de los que hablaré en otras páginas...

Antes de que sucedieran estos hechos, mucho antes, las emperadoras se adaptaron paulatinamente a aguas menos profundas, terminando por acostumbrarse a emerger para surcar mares e incluso algunos ríos caudalosos. Sin embargo, la evolución de los dragones se decantó por proporcionales alas, para así convertirse en los seres más legendarios que existieran jamás.
La forma de sentir y proceder fue similar manteniéndose una peculiar simpatía entre ambas especies; entre ellas nunca se atacaron y solían viajar grandes distancias jugueteando en un magnífico espectáculo de fuego y agua.
Unos y otras estaban poseídos de un salvajismo absoluto y respondían a cualquier provocación de manera franca y sin reparo.
Intentaron los humanos domesticar a unas y otros, pero no consiguiéndolo y suponiendo un gravísimo peligro por tener ambas colosales aptitudes para la destrucción, por medio de venenos, trampas, arpones y emboscadas acabaron con las dos especies.
Lekim era la última emperadora y aprendida la lección evitó durante mucho tiempo (hasta conocer a Labix) todo contacto con la especie humana. En cuanto a los dragones, no se conocía la existencia de ninguno, aunque había leyendas que hablaban de la existencia de una última dragona oculta en algún lugar en el fondo de la Tierra...

La naturaleza salvaje de las melanirias era similar pues a la de las emperadoras, y Labix y Lekim se sintieron encandilados el uno por el otro en cuanto se conocieron, entrelazando de inmediato sus vidas.
Mientras la escamada transportaba a su ama preñada, evocaba cómo fue que Labix rodeó su cuello con brazos y piernas susurrándole cerca de los ojos por primera vez y cómo se paralizó haciendo que sus escamas repiquetearan al sentir el contacto de su cuerpo sobre ellas; así mismo recordó cómo la firmeza de sus palabras y el embeleso que emanaban sedujeron rápidamente su voluntad...

Lekim no es que fuera domada, ni siquiera que se dejara domar. La gran serpiente aceptó ser la guardiana de la melaniria porque quiso y desde entonces se dejó gobernar por ella, hasta ese preciso día en el que una fuerza superior hizo que la desobedeciera para transportarla a las arenas de la isla de la que provenía.
Presentía un nacimiento que aunque no fuera el de un ejemplar de su especie, lo era de su compañera de aventuras y su instinto le decía a dónde tenía que dirigirse; no había nada más que hacer entonces que revisitar aquellas dunas.
Lekim sentía cómo un atisbo de angustia comenzaba a aflorar en su interior, barruntaba que las cosas iban a cambiar entre ambos. Tuvo la misma sensación mucho antes, cuando unos hombres al no poder dar caza mataran a la que fue compañera de su misma especie.
Pudiera ser que el hecho de que Labix fuera a tener descendencia cambiara las cosas y él volviera a deslizarse por las aguas en retomada soledad sin la compañía de la bella melaniria.
¿Sería aquel simpático personaje que ahora la acompañaba el que le sustituyera como compañero de vida junto Labix? Quizá así fuera, pero claro, ella, una gran serpiente, una emperadora que no se opondría al destino que le esperara. Si fuera el caso, él los depositaría en su destino y volvería a errar buscando inútilmente una compañera de su misma especie...

Lekim ya no emitía luz alguna desde hacía varias horas. En lo más profundo empezaba a traslucirse una tenue fosforescencia, la emperadora se animó al verla y se dirigió hacia ella.
Labix y Yago ya estaban despiertos. Se acercaba el final de la primera etapa del viaje y estaba realmente cansada ¿qué era aquella luminiscencia?
Según se iban acercando, la claridad aumentaba; la serpiente se retorcía con sus fuerzas ya algo escasas hacia allí.
Como si se tratara de una luminaria sumergida, del interior de una gruta se vertían hacia el exterior partículas de luz que eran las causantes de las fosforescencias que guiaron a Lekim.
Se introdujeron allí y fueron ascendiendo; así continuaron un rato y según subían, la luz se hacía más intensa y la gruta más y más grande...

Algunas de las características de la emperadoras fueron su gran tamaño, de una longitud similar a la mayor de que las ballenas, y su agilidad, siendo un espectáculo verlas saltar fuera del agua jugueteando o persiguiendo a sus presas .
Otra de sus singularidades fue la manera de reproducirse ya que en unas ocasiones ponían un único huevo -si es que era un macho lo contenido-, o formadas ya con cuerpo de serpiente si las nacidas eran hembras, en cuyo caso eran una cría o dos a lo sumo.
La proporción del sexo en los nacimientos era favorable a las hembras y cada una de ellas solo criaba una sola vez durante toda su existencia.
Cuando era hembra, nacía con un apetito desmesurado y el macho hacían gran acopio de víveres.
Si por alguna extraña razón desaparecía macho o hembra, el otro miembro de la pareja era capaz de dejarse morir para servir de alimento a su cría, pero siempre podía contar con la colaboración de otras emperadoras si es que alguno o alguna de ellas se encontrara cerca.
Las peleas entre los machos para emparejarse fue uno de los mayores acontecidos que se pudieron contemplar en la mar. Si los machos eran de fuerza pareja, las riñas duraban días enteros durante las cuales ambos buscaban sobre todo ahogar al contrario.
Los nudos que se formaban entre ambos contendientes pareciendo enormes sogas tensas y repletas de músculos, el repiqueteo y estallidos de sus escamas fruto de las rozaduras y presiones, el sonido que producía el golpear como látigos sus colas contra el cuerpo del adversario, las presas interminables que se hacían entre ellas con sus poderosas fauces, el continuo siseo amenazante que acompañaba en todo momento la contienda, las nubes de agua removida entre la que aparecían y desaparecían...mejor era no encontrarse cerca.
Cuando se emparejaban normalmente era para siempre, y los otros machos y hembras los respetaban. También podía suceder que varias hembras se juntaran para criar a las pequeñas y en este caso expulsaban a los machos del grupo, volviéndose entonces estos aún más peligrosos y beligerantes por melancolía.
Los huevos que contenían un macho, solían depositarlos en unas playas cuya ubicación perduraban en su memoria. Al nacer se encontraban solos y no tardaban mucho en alimentarse por si mismos; poseían una inteligencia innata para conseguir presas con las que alimentarse.
Las dragonas depositaban únicamente huevos -siempre uno, fuera hembra o macho- y en lo profundo de volcanes.
Al igual que los machos de las escamadas, al nacer los dragones -tanto hembras como machos- lo hacían en soledad y con capacidad para sobrevivir autónomamente.
Había personas que afirmaban haber contemplado esqueletos, que inducían a pensar que en ocasiones, ambas especies pudieron cruzarse entre ellas, aunque nadie vio nunca ningún espécimen de vivo.
Si fuera cierto, dibujaría un círculo perfecto: un ser que después de un origen común se convertía en" bífido" como lo eran las lenguas de "dragones y emperadoras" y después de un recorrido evolutivo diferente pero sujetos a un patrón común, unos y otros se reencontraban en un mestizaje nuevo y complementario que daría como resultado una nueva especie que resumía las transformaciones de ambos...

Una leyenda describía como un macho expulsado acogió bajo su protección a una cría de dragona huérfana, hambrienta y herida.
La educó como emperadora por lo que la pequeña aprendió también a sumergirse y extender sus alas bajo el agua para desplazarse, como lo hacen muchas aves marinas que se arrojan desde el aire aleteando cierta distancia bajo el agua.
La leyenda decía que esa singular dragona, -que se conoció como "Caledna"-, después de que mataran a su mentor y mientras lo lloraba con lágrimas de fuego, fue capturada por las artes de un temido mago llamado "Chuwan"-envidioso de la belleza de Caledna y dispuesto a todo con tal de hacerse con ella-  que ingenió la celada por la cual la capturó de la siguiente manera:
Existe un fenómeno en la naturaleza sumergida que el mago conocía y al que llamó: "dedos de hielo". Consistía en unas formaciones de agua helada que se sumergían por el frío hasta el fondo de la mar congelándolo a su paso todo, mientras se movían. Estos podían formarse solo en aguas muy frías y por mediación del mago, uno de esos dedos de la muerte bien grande y camuflado como si fuera una emperadora, sirvió como engaño para atrapar al padre adoptivo de Caledna, arrastrándolo a una gruta con una única salida al aire.
Bajo el agua existía a su vez una sola entrada por la que el dedo de hielo condujo a la emperadora muerta. La joven dragona no lo abandonó a pesar de intuir de que aquello podía acabar en trampa.
Después de buena parte de la mañana, el "dedo de hielo", introdujo a la serpiente en la cueva mientras Caledna intentaba combatir con su fuego - no muy poderoso todavía por su corta edad- a aquel fenómeno que se producía bajo el agua, pero sus alientos ardientes no consiguieron calentar lo suficiente el agua como para fundirlo.
Al fin se introdujeron en la gruta el cuerpo sin vida de la emperadora seguida por Caledna y dentro el lugar quedó convertido en una prisión al bajar otros "dedos de hielo" como barrotes blancos cerrando la entrada.
Para completar la trampa, una vez dentro de ella, teniendo en cuenta que se encontraba entera la dragona bajo el agua y que a pesar de que era capaz de aguantar mucho tiempo bajo ella, unos hombres que se encontraban agazapados cerca y que estaban al servicio del mago, destaparon una abertura de la trampa que daba a una gran jaula construida con unos barrotes negros, de un metal imposible de fundir y que el mago les había dado forma por una alquimia de su conocimiento.
La dragona, una vez agotado su aguante bajo el agua no tuvo más remedio que introducirse en la jaula, y de esta manera comenzó su cautiverio...

Lekim continuó ascendiendo por la gruta, cada vez la luz verde-lechosa se hacía más intensa. Se veía muchas partículas luminosas así como peces transparentes, especies extrañas de estrellas de mar que parecían de cristal, calamares que chorreaban tinta luminosa, diminutos caballitos de mar (algunos de ellos con jinetes) con brillantes ojos rojos, y otras formas vivas difíciles de describir, todas irradiando luminiscencias.
Las luces se mezclaban en el agua, pero parecían no tener prisa en hacerlo y lo mismo se solapaban que se fundían produciendo otros colores o se combinaban sus partículas sin mezclarse. Yago de nuevo se llenó de asombro.
Continuaron ascendiendo con lentitud y de repente el hocico de la escamada emergió en el interior de una gruta submarina.
Sacando únicamente sus ojos, fue reconociendo con lentitud la cueva durante un buen tiempo mientras avanzaba por una galería. Dirigiéndose contra la corriente con sus pocas ya energías, Lekim puso rumbo a una pequeña luz que se encontraba en un lateral lejano de la galería, que cada vez era mayor.
Una vez reconocida lo suficiente, emergió entera y se dirigió a la zona en la que se oteaba una mayor amplitud. Allí dieron con algo que hizo que Yago se extasiara:

Desembocaron a un espacio sin fin de celeste negro,
se dirigieron lo que parecía una playa que cubierta de incalculables luces diminutas,
según se fueron acercando lo que debería ser la arena comenzó a agitarse,
llegaron a la orilla y tomaron tierra con lentitud,
al avanzar por ella las luces se iban apartando de su camino,
fueron subiendo por una ladera blanca donde las lamparillas se amontonaban como copos de nieve,
cuando llevaban un buen rato ascendiendo, Yago empezó a captar un olor fuerte que hormigueaba en su nariz,
no pudo evitar un estornudo que hizo que al unísono todas las pizcas brillantes echaran a volar originando una bandada de luz que se alejó de ellos,
y muy lejos, una vez que el sonido ocasionado por Yago llegó a Caledna, la despertó.
Por debajo de ella la bandada de inquietos insectos luminosos se movía,
atisbó como un cuerpo poderoso y escamado reptaba brillando,
Caledna, la legendaria y última dragona, hinchó sus pulmones al máximo y expiró con un poderoso bramido un chorro de fuego dorado...

 Aún tardaron Labix, el Djinn y Lekim bastante en llegar a su destino.
Este era una círcular de arena blanca con un promontorio en el centro, abertura de un volcán extinguido,
Dentro de la barriga de Labix, su hija crecería con rapidez y pronto pariría; las melanirias no eran humanas y a ellas no les gustaba esperar.
La emperadora les había llevado a lugar seguro y Labix y Yago se sentían bien en aquel lugar.
Era un pequeño paraíso con una comunicación con el interior de la Tierra que invitaba a ser explorada, aún que por ahora tendría que esperar; muy pronto nacería Stella...






Lekim se había repuesto ya del viaje y observó a sus jinetes. Estaban bien, la melaniria portaba una criatura dentro que ya se comunicaba tanto con ella como con el Djinn.
Pensó que ya era el momento y se acercó a ellos rodeándoles y con velocidad una y otra como en un baile vez mientras siseaba a modo de despedida; era el momento de marcharse.
Había sido mucho tiempo el pasado en compañía de la melaniria y pudiera ser que se reencontraran algún día.
Tanto Labix como el Djinn, intuían lo que iba a suceder y se alegraban por la ella. Lekim cesó de circular y plantó su gran cabeza de frente a sus compañeros. Labix le abrazó y el Djinn le repiqueteó unas cuantas escamas.
Las serpientes no lloran, pero sacó su lengua bífida acariciando con cada tramo a cada uno de ellos antes de partir hacia la abertura a lo de dentro.
Y se fue en busca de Caledna, la última dragona.