martes, 22 de marzo de 2016

STELLA Y EL DJINN

A pesar de que Labix -la melaniria- intentó gobernar a Lekim -la gran serpiente y última de las emperadoras- como siempre lo había hecho, la escamada no la tuvo en cuenta; tomó un rumbo propio y no cejó en su decidido empeño siguiendo sin variarlo un ápice, desoyendo las órdenes de la melaniria, que no daba crédito a tal comportamiento.
Yago estaba feliz y confiado, le divertía la controversia que mantenían ambos e intuía que la decisión de Lekim se avenía a una razón de peso.
A la escamada, su fino instinto le hizo desobedecer las órdenes de Labix y se dirigió a la playa donde vino al mundo hacía ya muchísimo tiempo.
Desde entonces no había vuelto a allí, pero por alguna razón rememoró los instantes de su nacimiento: le vino a la memoria cómo la luz al translucirse a través del cascaron que le contenía sirvió de detonante para comenzar con la serie de tremendos esfuerzos por los que pudo irrumpir en el esplendor de un soleado día de verano después de estallar el gran huevo en el que estuvo enterrada.
Esta reminiscencia la interpretó como una suerte de señal por la que ahora transportaba hacia allí a sus pasajeros.
Se dirigía rauda hacia aquellas arenas con su querida melaniria y aquel otro ser -el Djinn- que fue esencial en la salvación de Labix cuando estuvo en peligro por el poderoso influjo del mascarón protector de la Maribeltz; Yago -el Djinn-, fue por esto admitido y ahora transportaba a ambos...

Yago gozaba del viaje como pocas veces lo hizo antes, bien sujeto al arnés que se encontraba en la nuca de la gran serpiente, mientras esta cimbreaba como un sinuoso pincel de escamas sobre el acuoso lienzo verde-azulado.
Disfrutaba del sonido del agua al ser serpeada por el poderoso cuerpo de Lekim mientras sus pensamientos vagabundeaban, pero no solo era el sonido del agua al ser desplazada lo que escuchaba, él poseía la capacidad de percibir los rumores de tiempos pasados que se contenían tanto en los ecos del agua, como en los hebras del aire en movimiento. Las voces que se depositaban en la superficie del agua, al ser desplazadas por el viento flotaban un tiempo como plumas sonoras, hasta que después volvían a descender como hojas de otoño de nuevo en silencio.
Él era capaz de captar palabras que algún día se pronunciaron con sus canciones, promesas, amenazas, alegatos, parloteos y deseos; prestaba atención a las cartas de amor leídas, las exclamaciones, los discursos temerosos o iracundos, las mentiras, los refranes, las oraciones y conjuros, las palabras y las medias palabras... todo aquel infinito se filtraba por sus oídos si se lo proponía.
Pero donde mejor se recogían estos era en las velas de los barcos, cuando topaban contra ellas y se arremolinaban en el redil del trapo entre las costuras del lino; él las escuchaba nítidas mientras reencontraban su camino hacia el invisible tejido del aire.
También en los desiertos las palabras se mantenían con vida, al contrario que en tierra, donde desaparecían al golpearse con árboles, montes, casas... o eran arañadas por obstáculos más pequeños como arbustos o piedras desmenuzándose parar siempre.
Cuando sus compañeros le observaban absorto en sus pensamientos, les intrigaba el porqué de tales miradas blancas al infinito del horizonte, pero él no les contaba nada de lo que oía, total, ¿quién se iba a creer que escuchaba la voces de los muertos?...








Un grupo de delfines se les acercaron y comenzaron a juguetear con ellos, entrelazando sus vertiginosos nados generaban surcos blancos como sogas de espuma, saltaban en su derredor e incluso por encima de ellos para alegría de Yago, que recibía las salpicaduras con alborozo mientras jaleaba sus juegos entusiasmado. Los acompañaron un largo rato así y tal era el desparpajo que mostraban los cetáceos que hasta las crías se lanzaban en ocasiones a la grupa de la serpiente resbalando como pequeños proyectiles por encima de ella.
Yago pensó que la serpiente podía devorar a alguno de ellos, pero en ese momento no parecía tener apetencia por lo que no era previsible tal lance; además a ella también le divertían los sonrientes cetáceos y Yago dedujo que los delfines sabrían de su falta de hambre.
Labix, cejados ya sus intentos por decidir el rumbo, se había acoplado a la nuca de Lekim entregada a la contemplación del espectáculo. Poco a poco se le fueron cerrando los ojos mientras los últimos rayos de sol buscaban refugio en el ocaso.
Yago observó como una suave piel transparente, reluciente y cálida surgió de un pliegue de la nuca de la serpiente para aislar sus cuerpos de el agua. Esta finísima funda de transparentes escamas, afloraba para envolver por las noches, con el tiempo lluvioso o cuando se sumergía, a la melaniria y ahora también a él mismo.
Una vez cubiertos ambos podían respirar sin dificultad, ya que minúsculas esferas de aire surgían de entre las escamas, donde estaban atrapadas, para introducirse por la presión que ejercía con su zigzagueo sobre el habitáculo. Al penetrar las burbujas, comprimían el aire respirado que era expulsado por la parte trasera; era un sistema sencillo y eficaz que permitía regenerar el aire y respirar bajo el agua.
Cuando la noche inundó de sombras las aguas pasó algo que sorprendió a Yago ¡no se lo podía creer!: en la oscura profundidad, de los ojos de la serpiente comenzó a emanar una luz que se multiplicaba al ir traspasando el agua. Lekim, era capaz de emitir esta luminiscencia originando un haz de luz que regalaba a ella y a sus jinetes (en este caso solo a Yago, ya que la melaniria dormía ya plácidamente) una visión asombrosa en la nocturnidad de las aguas profundas; nunca Yago tuvo los ojos más abiertos que en aquella ocasión.
El día estaba siendo de una intensidad inusitada y lo que el Djinn estaba contemplando ahora, ni la más caprichosa imaginación podría ni siquiera intuirla.
Tal cúmulo de sensaciones le fueron fatigando y al poco, los párpados le cubrieron los ojos como mantas abriendo las puertas del sueño ...

Lekim distaba de estar fatigado, en el agua se deslizaba con facilidad y con cada impulso de su poderoso cuerpo avanzaba a buena velocidad y sin por el momento desaliento alguno.
Había mucha ruta por delante y durante toda la noche no tenía intención de parar ni un momento. Al día siguiente, al ocaso llegaría a un refugio seguro y allí se haría un ovillo para descansar. Pero ahora tenía que darlo todo, su extrema sensibilidad le transmitía como en su ama se desarrollaba a toda velocidad la criatura inseminada por el pirata tuerto.
Hacía ya muchos años que la que fue su compañera había muerto y el se había quedado como único superviviente de su especie. Además era macho y con él, cuando desapareciera, se extinguiría la magnífica especie.
En la memoria ancestral de los humanos, los dragones fueron los animales más poderosos que existieron, y así lo fue en los cielos, pero en la mar fueron las serpientes como Lekim, las que fueron conocidas como"emperadoras".
Tanto dragones como emperadoras provenían de un patrón antiquísimo y común entre ellas, la diferencia estaba en que unos arraigaron junto a los volcanes y las otras se decantaron por las frías aguas abisales en las infinitas grutas y pasadizos que existen en las profundidades, especialmente dentro de las grandes montañas submarinas.
Allí abajo estaban los nidos en los que nacían las hembras de las grandes serpientes, sin embargo los machos como Lekim veían la luz en las cimas de las mismas montañas.
Al ser la Tierra hueca en gran parte de su interior, los espacios que contienen son mayores de lo que podría imaginar la mente humana, Lekim había conocido algunos de ellos habitados por una especie de personas que antiguamente fueron alimento tanto de dragones como de emperadoras; ahora mismo no sabía si seguirían existiendo ¡hacía tantísimo que no buceaba tan profundo!
Normalmente muy al sur y norte, en unas pocas islas volcánicas ocultas en grandes nubes de bruma sulfurosas y azotadas eternamente por los mayores temporales que pudieran hervir, existían aberturas que comunicaban "lo dentro y lo fuera". Para "los de dentro" eran sitios que temían y a los que no se acercaban, ya que sus ojos percibían un horror doliente de luces y fuegos que los dejaban ciegos. Sus ojos albinos estaban acostumbrados únicamente a la tenue iluminación de la fosforescencia que emanaba de muchas de las formas que se encontraban en el vientre de la tierra: animales, minerales, agua, vegetaciones...y sobre todo las infinitas bandadas de pequeñas y bellísimas mariposas que al volar iban desprendiendo partículas de sus alas, iluminando con diversas tonalidades durante mucho tiempo los espacios oscuros; las partículas de algunas especies de estas fulguraban durante años; la naturaleza del interior pugnaba por todos los medios de producir algún tipo de luz utilizando muchos e ingeniosos métodos...

Para "los de fuera" el miedo hacía que no osaran -los pocos que sabían de su existencia- incluir ni de lejos en sus rutas estos lugares terroríficos, peligrosos por sus constantes erupciones, temporales; cuna de gigantescos remolinos y olas montañosas y anárquicas, que iban y venían sin ton ni son, sin cadencia ninguna ni dirección común, golpeándose entre ellas como gigantes sin rostro combatientes de espuma.
Pero en algunas pocas de estas islas, las luces estaban cegadas por un tipo de nubes oscuras que se trababan en una vegetación pegajosa y oscura. En ellas, algunos aventureros de lo profundo comenzaron a visitar el extramundo, consiguieron acostumbrar sus delicados ojos a la noche de superficie e incluso unos pocos pudieron habitar en los bosques y selvas de luces leves.
Allí confluyeron con personas "de fuera" en dos mundos de la misma Tierra, así surgiendo de estos encuentros convivencias y hermanamientos secretos de los que hablaré en otras páginas...

Antes de que sucedieran estos hechos, mucho antes, las emperadoras se adaptaron paulatinamente a aguas menos profundas, terminando por acostumbrarse a emerger para surcar mares e incluso algunos ríos caudalosos. Sin embargo, la evolución de los dragones se decantó por proporcionales alas, para así convertirse en los seres más legendarios que existieran jamás.
La forma de sentir y proceder fue similar manteniéndose una peculiar simpatía entre ambas especies; entre ellas nunca se atacaron y solían viajar grandes distancias jugueteando en un magnífico espectáculo de fuego y agua.
Unos y otras estaban poseídos de un salvajismo absoluto y respondían a cualquier provocación de manera franca y sin reparo.
Intentaron los humanos domesticar a unas y otros, pero no consiguiéndolo y suponiendo un gravísimo peligro por tener ambas colosales aptitudes para la destrucción, por medio de venenos, trampas, arpones y emboscadas acabaron con las dos especies.
Lekim era la última emperadora y aprendida la lección evitó durante mucho tiempo (hasta conocer a Labix) todo contacto con la especie humana. En cuanto a los dragones, no se conocía la existencia de ninguno, aunque había leyendas que hablaban de la existencia de una última dragona oculta en algún lugar en el fondo de la Tierra...

La naturaleza salvaje de las melanirias era similar pues a la de las emperadoras, y Labix y Lekim se sintieron encandilados el uno por el otro en cuanto se conocieron, entrelazando de inmediato sus vidas.
Mientras la escamada transportaba a su ama preñada, evocaba cómo fue que Labix rodeó su cuello con brazos y piernas susurrándole cerca de los ojos por primera vez y cómo se paralizó haciendo que sus escamas repiquetearan al sentir el contacto de su cuerpo sobre ellas; así mismo recordó cómo la firmeza de sus palabras y el embeleso que emanaban sedujeron rápidamente su voluntad...

Lekim no es que fuera domada, ni siquiera que se dejara domar. La gran serpiente aceptó ser la guardiana de la melaniria porque quiso y desde entonces se dejó gobernar por ella, hasta ese preciso día en el que una fuerza superior hizo que la desobedeciera para transportarla a las arenas de la isla de la que provenía.
Presentía un nacimiento que aunque no fuera el de un ejemplar de su especie, lo era de su compañera de aventuras y su instinto le decía a dónde tenía que dirigirse; no había nada más que hacer entonces que revisitar aquellas dunas.
Lekim sentía cómo un atisbo de angustia comenzaba a aflorar en su interior, barruntaba que las cosas iban a cambiar entre ambos. Tuvo la misma sensación mucho antes, cuando unos hombres al no poder dar caza mataran a la que fue compañera de su misma especie.
Pudiera ser que el hecho de que Labix fuera a tener descendencia cambiara las cosas y él volviera a deslizarse por las aguas en retomada soledad sin la compañía de la bella melaniria.
¿Sería aquel simpático personaje que ahora la acompañaba el que le sustituyera como compañero de vida junto Labix? Quizá así fuera, pero claro, ella, una gran serpiente, una emperadora que no se opondría al destino que le esperara. Si fuera el caso, él los depositaría en su destino y volvería a errar buscando inútilmente una compañera de su misma especie...

Lekim ya no emitía luz alguna desde hacía varias horas. En lo más profundo empezaba a traslucirse una tenue fosforescencia, la emperadora se animó al verla y se dirigió hacia ella.
Labix y Yago ya estaban despiertos. Se acercaba el final de la primera etapa del viaje y estaba realmente cansada ¿qué era aquella luminiscencia?
Según se iban acercando, la claridad aumentaba; la serpiente se retorcía con sus fuerzas ya algo escasas hacia allí.
Como si se tratara de una luminaria sumergida, del interior de una gruta se vertían hacia el exterior partículas de luz que eran las causantes de las fosforescencias que guiaron a Lekim.
Se introdujeron allí y fueron ascendiendo; así continuaron un rato y según subían, la luz se hacía más intensa y la gruta más y más grande...

Algunas de las características de la emperadoras fueron su gran tamaño, de una longitud similar a la mayor de que las ballenas, y su agilidad, siendo un espectáculo verlas saltar fuera del agua jugueteando o persiguiendo a sus presas .
Otra de sus singularidades fue la manera de reproducirse ya que en unas ocasiones ponían un único huevo -si es que era un macho lo contenido-, o formadas ya con cuerpo de serpiente si las nacidas eran hembras, en cuyo caso eran una cría o dos a lo sumo.
La proporción del sexo en los nacimientos era favorable a las hembras y cada una de ellas solo criaba una sola vez durante toda su existencia.
Cuando era hembra, nacía con un apetito desmesurado y el macho hacían gran acopio de víveres.
Si por alguna extraña razón desaparecía macho o hembra, el otro miembro de la pareja era capaz de dejarse morir para servir de alimento a su cría, pero siempre podía contar con la colaboración de otras emperadoras si es que alguno o alguna de ellas se encontrara cerca.
Las peleas entre los machos para emparejarse fue uno de los mayores acontecidos que se pudieron contemplar en la mar. Si los machos eran de fuerza pareja, las riñas duraban días enteros durante las cuales ambos buscaban sobre todo ahogar al contrario.
Los nudos que se formaban entre ambos contendientes pareciendo enormes sogas tensas y repletas de músculos, el repiqueteo y estallidos de sus escamas fruto de las rozaduras y presiones, el sonido que producía el golpear como látigos sus colas contra el cuerpo del adversario, las presas interminables que se hacían entre ellas con sus poderosas fauces, el continuo siseo amenazante que acompañaba en todo momento la contienda, las nubes de agua removida entre la que aparecían y desaparecían...mejor era no encontrarse cerca.
Cuando se emparejaban normalmente era para siempre, y los otros machos y hembras los respetaban. También podía suceder que varias hembras se juntaran para criar a las pequeñas y en este caso expulsaban a los machos del grupo, volviéndose entonces estos aún más peligrosos y beligerantes por melancolía.
Los huevos que contenían un macho, solían depositarlos en unas playas cuya ubicación perduraban en su memoria. Al nacer se encontraban solos y no tardaban mucho en alimentarse por si mismos; poseían una inteligencia innata para conseguir presas con las que alimentarse.
Las dragonas depositaban únicamente huevos -siempre uno, fuera hembra o macho- y en lo profundo de volcanes.
Al igual que los machos de las escamadas, al nacer los dragones -tanto hembras como machos- lo hacían en soledad y con capacidad para sobrevivir autónomamente.
Había personas que afirmaban haber contemplado esqueletos, que inducían a pensar que en ocasiones, ambas especies pudieron cruzarse entre ellas, aunque nadie vio nunca ningún espécimen de vivo.
Si fuera cierto, dibujaría un círculo perfecto: un ser que después de un origen común se convertía en" bífido" como lo eran las lenguas de "dragones y emperadoras" y después de un recorrido evolutivo diferente pero sujetos a un patrón común, unos y otros se reencontraban en un mestizaje nuevo y complementario que daría como resultado una nueva especie que resumía las transformaciones de ambos...

Una leyenda describía como un macho expulsado acogió bajo su protección a una cría de dragona huérfana, hambrienta y herida.
La educó como emperadora por lo que la pequeña aprendió también a sumergirse y extender sus alas bajo el agua para desplazarse, como lo hacen muchas aves marinas que se arrojan desde el aire aleteando cierta distancia bajo el agua.
La leyenda decía que esa singular dragona, -que se conoció como "Caledna"-, después de que mataran a su mentor y mientras lo lloraba con lágrimas de fuego, fue capturada por las artes de un temido mago llamado "Chuwan"-envidioso de la belleza de Caledna y dispuesto a todo con tal de hacerse con ella-  que ingenió la celada por la cual la capturó de la siguiente manera:
Existe un fenómeno en la naturaleza sumergida que el mago conocía y al que llamó: "dedos de hielo". Consistía en unas formaciones de agua helada que se sumergían por el frío hasta el fondo de la mar congelándolo a su paso todo, mientras se movían. Estos podían formarse solo en aguas muy frías y por mediación del mago, uno de esos dedos de la muerte bien grande y camuflado como si fuera una emperadora, sirvió como engaño para atrapar al padre adoptivo de Caledna, arrastrándolo a una gruta con una única salida al aire.
Bajo el agua existía a su vez una sola entrada por la que el dedo de hielo condujo a la emperadora muerta. La joven dragona no lo abandonó a pesar de intuir de que aquello podía acabar en trampa.
Después de buena parte de la mañana, el "dedo de hielo", introdujo a la serpiente en la cueva mientras Caledna intentaba combatir con su fuego - no muy poderoso todavía por su corta edad- a aquel fenómeno que se producía bajo el agua, pero sus alientos ardientes no consiguieron calentar lo suficiente el agua como para fundirlo.
Al fin se introdujeron en la gruta el cuerpo sin vida de la emperadora seguida por Caledna y dentro el lugar quedó convertido en una prisión al bajar otros "dedos de hielo" como barrotes blancos cerrando la entrada.
Para completar la trampa, una vez dentro de ella, teniendo en cuenta que se encontraba entera la dragona bajo el agua y que a pesar de que era capaz de aguantar mucho tiempo bajo ella, unos hombres que se encontraban agazapados cerca y que estaban al servicio del mago, destaparon una abertura de la trampa que daba a una gran jaula construida con unos barrotes negros, de un metal imposible de fundir y que el mago les había dado forma por una alquimia de su conocimiento.
La dragona, una vez agotado su aguante bajo el agua no tuvo más remedio que introducirse en la jaula, y de esta manera comenzó su cautiverio...

Lekim continuó ascendiendo por la gruta, cada vez la luz verde-lechosa se hacía más intensa. Se veía muchas partículas luminosas así como peces transparentes, especies extrañas de estrellas de mar que parecían de cristal, calamares que chorreaban tinta luminosa, diminutos caballitos de mar (algunos de ellos con jinetes) con brillantes ojos rojos, y otras formas vivas difíciles de describir, todas irradiando luminiscencias.
Las luces se mezclaban en el agua, pero parecían no tener prisa en hacerlo y lo mismo se solapaban que se fundían produciendo otros colores o se combinaban sus partículas sin mezclarse. Yago de nuevo se llenó de asombro.
Continuaron ascendiendo con lentitud y de repente el hocico de la escamada emergió en el interior de una gruta submarina.
Sacando únicamente sus ojos, fue reconociendo con lentitud la cueva durante un buen tiempo mientras avanzaba por una galería. Dirigiéndose contra la corriente con sus pocas ya energías, Lekim puso rumbo a una pequeña luz que se encontraba en un lateral lejano de la galería, que cada vez era mayor.
Una vez reconocida lo suficiente, emergió entera y se dirigió a la zona en la que se oteaba una mayor amplitud. Allí dieron con algo que hizo que Yago se extasiara:

Desembocaron a un espacio sin fin de celeste negro,
se dirigieron lo que parecía una playa que cubierta de incalculables luces diminutas,
según se fueron acercando lo que debería ser la arena comenzó a agitarse,
llegaron a la orilla y tomaron tierra con lentitud,
al avanzar por ella las luces se iban apartando de su camino,
fueron subiendo por una ladera blanca donde las lamparillas se amontonaban como copos de nieve,
cuando llevaban un buen rato ascendiendo, Yago empezó a captar un olor fuerte que hormigueaba en su nariz,
no pudo evitar un estornudo que hizo que al unísono todas las pizcas brillantes echaran a volar originando una bandada de luz que se alejó de ellos,
y muy lejos, una vez que el sonido ocasionado por Yago llegó a Caledna, la despertó.
Por debajo de ella la bandada de inquietos insectos luminosos se movía,
atisbó como un cuerpo poderoso y escamado reptaba brillando,
Caledna, la legendaria y última dragona, hinchó sus pulmones al máximo y expiró con un poderoso bramido un chorro de fuego dorado...

 Aún tardaron Labix, el Djinn y Lekim bastante en llegar a su destino.
Este era una círcular de arena blanca con un promontorio en el centro, abertura de un volcán extinguido,
Dentro de la barriga de Labix, su hija crecería con rapidez y pronto pariría; las melanirias no eran humanas y a ellas no les gustaba esperar.
La emperadora les había llevado a lugar seguro y Labix y Yago se sentían bien en aquel lugar.
Era un pequeño paraíso con una comunicación con el interior de la Tierra que invitaba a ser explorada, aún que por ahora tendría que esperar; muy pronto nacería Stella...






Lekim se había repuesto ya del viaje y observó a sus jinetes. Estaban bien, la melaniria portaba una criatura dentro que ya se comunicaba tanto con ella como con el Djinn.
Pensó que ya era el momento y se acercó a ellos rodeándoles y con velocidad una y otra como en un baile vez mientras siseaba a modo de despedida; era el momento de marcharse.
Había sido mucho tiempo el pasado en compañía de la melaniria y pudiera ser que se reencontraran algún día.
Tanto Labix como el Djinn, intuían lo que iba a suceder y se alegraban por la ella. Lekim cesó de circular y plantó su gran cabeza de frente a sus compañeros. Labix le abrazó y el Djinn le repiqueteó unas cuantas escamas.
Las serpientes no lloran, pero sacó su lengua bífida acariciando con cada tramo a cada uno de ellos antes de partir hacia la abertura a lo de dentro.
Y se fue en busca de Caledna, la última dragona.























miércoles, 25 de marzo de 2015

MIZAR Y DUA

EL MONJE

La misteriosa hermandad a la que perteneció, permaneció tenaz por mucho en el tiempo, pero llegó un momento en el que debido al excesivo poder y fortunas que reunieron, se les temió tanto que se decidió tenderles una emboscada que casi resultó perfecta y por la que se creyó haber acabado con todos sus miembros.
Pero algunos de aquellos monjes guerreros -los más astutos y bragados- consiguieron sortear la trampa junto con los que serían los últimos aprendices, prosiguiendo su quehacer como temidos asesinos y eficientes mercenarios, en lejanos lugares.
No conoció cosa alguna que no fuera como luchar, destruir, calcular sañas y crueldades...y lo hizo bien, ¡vaya que si!.


LOS AQWA

Hacía tiempo que unos belicosos frailes pusieron precio a la captura de un niño Aqwa vivo.
Cuando era posible hacerlo, estos niños se podían convertir en unos maravillosos guerreros. Sus capacidades eran extremas, y aunque su naturaleza no era guerrera, la desorientación que les sumía el encontrarse en un medio contrario, les hacía ser muy moldeables y con habilidad era posible asolarlos en un estado de confusión total del que daban buena cuenta los monjes convirtiéndolos en inmejorables siervos.
Era este el engaño que manejaban los frailes: la adoración a la naturaleza y el éxtasis que les producía sentirse parte activa de ella, para sustituirla por la idea de un Dios furioso, al que se le debía vasallaje por medio de la figura de sus pastores, los monjes.
Los Aqwa eran más admirados que temidos, la espiritualidad arraigaba en ellos y veneraban el entorno en el que habitaban, pero no interferían en la vida de los demás, ni se mostraban cercanos a otros de los muchos habitantes salpicaban aquella inmensa selva, que ellos denominaban como: "Corazón verde"
Era sorprendente su relación con una singular especie de caimanes de gran porte, con los que además de compartir pigmento convivían en total armonía; se les podía ver jugueteando con ellos y transitando por los ríos y marismas sobre sus lomos. Unos cuidaban de los otros y en caso de peligro, los mismos niños se introducían en las bocas de los saurios, encontrando entre las blancas crestas de sus colmillos, protección bien candada.
Pero tenían una gran amenaza en unas belicosas mujeres -las temibles amazonas- para las que capturar a alguno de ellos era un inmejorable botín para su orgullo.
Eran las piezas más codiciadas que demostraban su valor como cazadoras, y con el que podían sacar un buen rendimiento.
Las contadas veces que ellas conseguían dar con alguno de ellos, si era hembra, intentaban darle muerte ya que sentían mucha envidia de ellas. Las peleas eran muy feroces, siendo lo normal que varias amazonas murieran en el empeño y aún y todo eran escasísimas las capturas.
Con los varones el asunto era otro: las amazonas tanto los deseaban tanto como para servirse de ellos como obligados sementales en caso de ser adultos, como para obtener un gran lucro con su venta si fueran niños.
Los adultos no era posible utilizarlos para el comercio, pues si conseguían hacerse con alguno vivo  -cosa harto extraña- a las pocas semanas moría de pena por su libertad perdida.
Eso si, confeccionar una capa con el deslumbrante pellejo de un Aqwa, era de un valor incalculable, y producía un respeto inmenso hacia la persona que lo portara.
Pero cuando conseguían hacerse con un niño. Entonces, si era muy joven, podía sobrevivir al cautiverio...


LA PEQUEÑA AMAZONA

Para las amazonas era una provocación el que fondearan en aquel lugar.
Los asaltaron por la noche,
no querían molestas riquezas que no les servían para nada,
tampoco les interesaban aquellas armas, algunas tan extrañas.
En un santiamén acabaron con todos los que se pusieron por delante en cubierta.
Ya en el interior hicieron lo mismo con los pasajeros y por fin, dieron con la pequeña.
A Nan, le cautivó la chiquilla desde el principio. Esta intentó defenderse con una decisión impropia de una pequeña mimada y protegida, como correspondía a su origen que visiblemente se notaba aristocrático por lo lujoso de las prendas y riquezas que portaban.
Tiempo después Nan, mostraría una y otra vez con orgullo, la cicatriz que le quedó en el brazo después de la mordida que le propinó al tomarla en sus brazos; allí quedaron grabados unos a uno todos sus dientes.
Los pasajeros que además de la tripulación navegaban en aquella nave, de seguro eran de tierras lejanas. Todos ellos, de porte muy distintos a los suyos; altos, de rasgos angulosos, ojos profundos y oscuros, de ademanes elegantes, altivos, los cabellos mayormente ondulados o rizados...eran muy distintos a ellas.

La niña se fue adaptando a su nueva vida. Su instinto hizo su cometido y le hizo olvidar lo necesario para superar la situación y dejar grabado a fuego algunos pocos recuerdos para mantener la esencia de sus ancestros en ella bien dentro, a resguardo de todo, esperando.
El barco quedó abandonado a la deriva y se perdió en la enorme lámina del río.
A las amazonas les impresionaban los barcos, creían que las gentes que en contadas ocasiones aparecían por su río, eran pasajeros del tiempo y a aquellas enormes piraguas -con sus mástiles como árboles de ramas blancas- las respetaban y aunque secuestraran o acabaran con sus ocupantes, nunca las hundían.
Creían que tomando la dirección río abajo, llegaban a un gran remolino en un lejano lugar que no conocían más que de oídas, en el que eran atrapadas gentes de todas las procedencias y eras.
Les contaban que en aquel sitio todas las aguas dulces se convertían en saladas y que era infinitamente más grande que, juntos todos los ríos que existieran.
El remolino lo atrapaba todo, hasta el mismo tiempo que se detenía, y no sucedía otra cosa que estar siempre dando vueltas y más vueltas sin fin a una velocidad vertiginosa.
Pensaban que las naves eran samaritanas enviadas por un Dios extranjero que rescataban a los que podían liberándolas de su cautiverio, así que cuando alguna caía en sus manos, después de acabar o secuestrar a sus tripulantes la dejaban partir de nuevo después de limpiarla y repararla, río abajo de nuevo.
Las amazonas no eran samaritanas y allí no eran bien recibidos.


LA CAZA

Tres amazonas adultas y una niña caminan en total sigilo por la marisma, ni siquiera el fino oído de los caimanes las percatan. Un hedor de un aceite elaborado con excrementos animales las cubre por completo y se hallan perfectamente camufladas con pinturas adecuadas.
Llegadas a un lugar establecido de antemano, y antes de separarse cada una de ellas a donde les corresponde, llega una de las pocas situaciones en el que muestran la humanidad de la que como guerreras tan pocas veces hacen gala. La mayor de ellas -Nan- las arenga con unas pocas palabras. En especial se dirige a la discípula que ella misma secuestró no hacen dos años todavía del barco donde se encontraba, que tuvo la mala fortuna de fondear cerca de su territorio.
Para la pequeña, la corta vida que llevaba hasta entonces tomó un giro inesperado y absolutamente radical; pasó de tener un modo de vida pausado, como se correspondía a su ascendencia noble, a en el que ahora se encuentra.
Se encuentran ahora allí encaminándose cada una a su lugar, después de haberse despedido con la ternura de una caricia -sabiendo que era muy probable que no se vieran más con vida-, y con un choque de sus cabezas -mostrando de esta manera su determinación en el cometido hacia el que estaban comprometidas- ...
Nan -protectora de la pequeña amazona- llevaba varios años persiguiendo hacerse con el niño Awqa.
Reconoció a un bello macho como blanco de una anterior caza frustrada. En aquella ocasión Nan perdió en el lance a sus dos compañeras por la lucha que les enfrentó.
Pasado un tiempo nuevamente lo avistó junto a una bella esmeraldina preñada subida a lomos de un gran caimán, y comenzó a acecharlos con cautela.
Nan odiaba a aquel ser, ya que además de perder a sus amigas, sufrió el desprecio de el resto de la tribu, y fue castigada por comandar tal expedición fracasada; por ello, la obligaron a tirar su preciado arco al fuego, y a cortarse ella misma los dedos por los que erraron sus dardos. Era el castigo habitual por ser guía de una expedición sin el consenso de las jefas y encima fracasada.
Esta condena no impidió que retomara su actividad como guerrera, aunque le supuso un coste adicional al tener que cauterizarse el pecho que le quedaba.
Después de deshojar los tres dedos centrales de su mano diestra y repuesta de sus quemaduras, se puso a entrenar con un nuevo arco de manera inversa, y gracias a su natural empecinado y virtuoso, se convirtió -otra vez más- en una de las mejores arqueras.
Ya se encontraba pues en disposición de reponer el honor perdido, pero primero tendrían que ver como se presentaba la situación.
Si el padre las acompañaba, el éxito sería demasiado improbable y deberían esperar mejor otro momento en el que se encontrara ausente, no quería errar su cometido por un excesivo arrojo.
Ella era orgullosa y capaz y lo que menos le importaba era perder la vida en el envite, si a cambio recuperaba la honra perdida y demostraba a su ahijada como las gastaba una amazona de su alcurnia.
La pequeña aprendiza de amazona, sabría que el separarla de sus allegados iba a ser para vivir una existencia mucho más plena e intensa de lo que nunca podría haber imaginado, esa era la costumbre entre las amazonas cuando secuestraban a una pequeña, hacerse maestra de ella, y servirle de ejemplo vivo.
Ahora se encontraba en aquella ciénaga y lo que iba a contemplar jamás lo olvidaría.
Después de cavilar el mejor atino posible, trazaron el ataque;  ya la trampa urdida, solo quedaba esperar al momento preciso...

Los Aqwa sufrían una terrible transformación cuando sentían el acoso. Entonces su piel perdía el brillante verde claro para transformarse en ceniza, troncándose su temperamento sosegado y sonriente, hacia otro bravío como el más fiero de los jaguares.
Incluso sin ser ellos conscientes de un peligro cierto, la piel de los Aqwa transformaba sus preciadas tonalidades glaucas y ambarinas en un apagado ceniciento, dando aviso de esta manera de la proximidad del peligro no visto por ellos, pero si por su instinto protector...

El pequeño y su madre se encontraban en una pequeña isleta en mitad del pantano, sintiendo con profundo agrado como el baño de barro que habían tomado estaba haciendo su efecto, su compañero estaba sumergido por algún lugar cercano.
Mientras se encontraban ella en la orilla con los pies en el agua y, su hijo dormitando a escasos pasos sobre el lomo de su caimán favorito con un brazo bajo el agua.
Advirtió la madre, como un incipiente desasosiego empezaba a invadirle,
notó asimismo una comezón en su piel -bajo el barro- que le puso alerta,
miró hacia su vástago, que en ese momento sacaba el brazo del agua y se lo rascaba,
al escurrirse el barro con el agua, observó que no tenía su fresco color habitual y su piel se mostraba gris, oscura.
En ese mismo instante se dispuso a saltar a lomos del caimán para tomar a su hijo entre los brazos y
se incorporó con rapidez.
Vió como una flecha hacía blanco en uno de los ojos del caimán hundiéndose hasta perderse casi entera.
Al dar la primera zancada, y antes de incluso poder dar un grito de alarma, barruntó toda la trama en un instante,
Detrás de una segunda flecha que surcaba el aire hacia ella, contempló como aquella amazona esbozaba una sonrisa de triunfo, mientras temblaba su arco libre ya de tensión alguna.
Escuchó como como si fuera una expresión victoriosa -STUMP- al golpear e introducirse la flecha en mitad de su propio pecho hasta el mismo corazón, produciendo una pequeña nube de polvo de barro.
Otra amazona con una pequeña red en sus brazos, volaba cabeza abajo asida por las piernas a una liana, hacia el caimán -ya cadáver-
La madre gritó un aviso mientras daba unas pocas zancadas intentando entorpecer la maniobra de la amazona voladora, pero las piernas no le respondieron con la suficiente energía.
Con el pecho atravesado y palpitando la flecha al compás del corazón que se resistía a dejar de estremecerse, cayó sobre el barro mientras veía como su compañero emergía del agua -como si fuera un gran pez- volando hacia su cría.
Pero un instante antes la red se cerró con habilidad sobre el pequeño, y prosiguió su vuelo hacia la tercera amazona que esperaba en la copa de otro árbol y después de depositarlo en los brazos de la receptora, volvió para ayudar a su compañera.
La tercera amazona por medio de un ingenio fabricado con una fina liz, soltaría el nudo de la liana en la que le llegó el niño, evitando vía alguna de acercamiento a ellos, y de seguido proseguir la huida en otra liana que le transportaría hasta otro árbol en la que esperaba la pequeña aprendiz, que no olvidaría jamás lo que estaba presenciando.
Sin siquiera acercarse a la hembra herida de muerte, el Aqwa varón perseguía inútilmente la sombra en fuga, dando formidables saltos.
Intentó trepar a el árbol en el que se encontraba la tercera amazona, pero una flecha buscó y encontró uno de sus talones, y otra segunda le perforó con tiento una de sus muñecas,
Fueron la dos últimas que lanzaría Nan, sabedora que estaría muerta en unos instantes, al observar como la hembra Aqwa le arrojaba un canto rodado en un último intento de beneficiar a su compañero -una pedrada de cualquier Aqwa, era siempre de una potencia brutal y certera-
Ambas quedaron muertas, la una con su sonrisa de triunfo destrozada, la otra viendo las postreras palpitaciones de su poderoso corazón, reflejadas en el movimiento del penacho de la flecha.
Pero aún no estaba decidido que se consumase el secuestro. Si bien los dos certeros flechazos lo interrumpieron por el momento, el Aqwa ya se libraba de las flechas y las heridas no fueron suficientes para evitar que prosiguiera su persecución con grandes saltos por las copas de los árboles, -el poderío que contenía y su voluntad era inmenso-
También esto estaba previsto por Nan, y la segunda amazona se presentó prendida de su liana con su cuchillo, que hundió hasta la cacha en su espalda.
Después la tercera amazona se meció con el niño hasta la pequeña, que permanecía contemplándolo todo petrificada,
Sabía que si las cosas se complicaban demasiado -como sucedió- ella tendría que hacerse cargo del pequeño y utilizar sola la última liana que atada a un árbol lejano les transportaría a los dos deslizándose por ella; la amazona zaguera esperaría a que llegara a su destino, para después cortar la soga y ayudar a su compañera...
Sin siquiera sacar de la red al contenido, con un siseo comenzaron a deslizarse sobre una tabla que a modo de asiento, sujeta a la larga soga les alejó del lugar de la lucha.
Al llegar al final del recorrido, la cuerda cayó cortada por el otro extremo.
La niña y el pequeño se encontraron solos ante la aventura que les deparaba el destino un atardecer sangrante que pintarrajeaba con delicada intensidad las copas del "Corazón verde"
Los cantos de la noche contenían en el mismo ramo oscuro, amenazas y sueños, un largo viaje esperaba a los dos pequeños, uno recién secuestrado, la otra llorando la muerte de la que antaño la secuestró a ella.
No había tiempo que perder, todos los conocimientos que le proporcionó Nan se le presentaron claros y protectores, en ese momento dejó de ser una niña, para convertirse en una amazona.
Desentraño la red y le sorprendió que el pequeñín estuviera tranquilo mirándola fijamente a sus ojos negros, había recuperado el fantástico pigmento de su piel.
Estaba tranquilo, era precioso.
Se pusieron en marcha...


EL ASALTO

El jefe mercenario llamado Gurasapo, y los piratas -fuertes en aquella plaza-, antes de entrar en conflicto concertaron una tregua.
Acabado el periodo combatirían unos por mantener y otros hacerse con aquel lugar perdido.
Gusarapo no era conocido por aquellos lugares, pero llegaron referencias de que era belicoso pero sincero, y que su palabra era tan firme -dijeron- como las manos que sujetaban sus armas.
Desde diversos puntos acudieron en varios barcos hacia la isla -que después de los acontecimientos que sucedieron, se daría por llamar:“Encuentro”-, familias y amigos de piratas y mercenarios.
En “Encuentro” -que distaba a un tiro de cañón de la fortaleza pirata- se juntaron todos en lo que aparentaba ser buen avenir. Por dos días con sus noches, según lo pactado: uno de los días piratas, y el otro mercenarios, disfrutarían de la compañía de los suyos, para después enfrentarse por aquel alejado lugar de todo.
Al segundo día, en el que por el trato pactado sería el turno de los defensores, al acudir a la playa los que decidieron disfrutar y despedirse de los suyos, se encontraron con que todo era una farsa para disminuir la defensa de los piratas. Llegados a tierra, vieron como familiares y amigos estaban bien amarrados todos; los supuestos allegados de los mercenarios, no eran más que prostitutas y chiquillos -que abundaban en todos los arrabales de los puertos- todos secuestrados, y mercenarios disfrazados, que se hicieron pronto con la situación sin percatarse hasta entonces los piratas del engaño.
Con aquel plantel retenido como material de chantaje, conminó el “Gusarapo” a abrir el puerto para el desembarco de sus hombres. Los dejarían despedirse una vez presados de pies y manos, para después ejecutarlos allí mismo y en presencia de sus familiares a los que respetarían -prometieron- la vida y regreso a sus hogares. El escarmiento así resultaría bien efectivo, pensaba Gusarapo.
Este lugar estaba perfectamente amurallado y sus guardianes, eran fogosos, bien entrenados y dirigidos por un experimentado personaje conocido como “Lagarto”.
Por lo visto no se las sabía todas, y fue engañado como un pardillo. La argucia dio resultado y menos algunos barcos que se hicieron a la mar sin combatir ni defender la plaza para no interferir en los acontecimientos, el resto se entregaron ante la amenaza de los mercenarios y lo único que cumplió Gusarapo de sus promesas fue pasar a cuchillo a los piratas que se entregaron; con sus familias se ensañaron después. Así se pensaban que intimidarían a cualquier cercano de aquellas tierras y aguas para quedarse tranquilos y cobrar una ingente recompensa sin padecer riesgo ninguno. El miedo confiaba que lo estabilizaría todo.
Pero pocos días después aparecieron los evadidos y muchos más, que unos piratas y otros no, les enardeció tamaña traición. No era bueno que aquellos mercenarios y menos sus contratantes se pensasen que aquello era una jauja y podían hacer atrocidades de semejante calibre sin costo alguno.
Los piratas no eran santos ni ángeles desde luego, pero aquel despliegue de perfidia y cobardía no podía quedar impune. Incluso unos cuantos de los soldados de fortuna que se vieron a su pesar implicados en aquel siniestro, abandonaron la plaza para unirse a los piratas. Y es que Gusarapo y sus acólitos más cercanos engañaron a todos los que de un bando u otro, creyeron en su supuesta nobleza...
Pasaron unos días y no, lo que no engañaba nada eran las intenciones de aquellos barcos que en la línea del horizonte se recortaron a los pocos días del suceso.
Poco después se desató una tormenta con el tronar de cañones y el destellar del metal de los sables.
Así se relataron los hechos después en las tabernas:
“Humo, polvo, gritos de miedo, de ferocidad y dolor, heridas en las que la sangre que brotaba, convertía pronto su rojo en negros o pardos. Avances y retiradas, héroes y cobardes ensartados por pecho o espalda. La misma persona en un momento osado y al siguiente huyendo con el rabo entre las piernas para volver a empezar de nuevo. Nadie pudo evitar el tener que empuñar un arma entre sus manos y herir, sajar, golpear para atacar o defenderse y si perdían las manos los hierros, coger cualquier cosa bien una cadena o una tabla o piedra o hasta el brazo cortado de un muerto valía para golpear y en el último caso hacerlo con los puños cerrados rompiéndose las manos.
Fue recordado como “el asalto de las lágrimas secas”
A cada pirata le quedó por unas horas a unos, días a otros e incluso de por vida, dos sombras con forma de gota bajo sus ojos. Dos marcas que permanecieron en el lugar donde brotaron dos lágrimas de esfuerzo, miedo, dolor o vete a saber de qué, a cada uno de los que participaron en aquella batalla.
Los defensores de la plaza se batieron con valor y bien organizados, pero aquellos piratas acudidos en 17 barcos que aparecieron por la madrugada con el primer sol brillando en sangre, augurando lo que se prestaba a acontecer. Se dirigieron  hacia la costa en abanico con todas las velas desplegadas, combatieron a conciencia. A pesar de ser recibidos con retumbares de cañones y una lluvia de balas, desembarcaron y acudieron a combate…los que no se quemaron en sus barcos incendiados o por saltar de ellos murieron ahogados.
Dos días de combate sin treguas. Dos amaneceres y otros dos ocasos, en los que se mostraron todas las gamas del rojo en las cubiertas de los barcos, en las murallas, en la arena y sus piedras, manchando los árboles, las hierbas y flores silvestres, en los cuerpos de unos y otros, en las culatas y mangos de las pistolas y sables, en las aguas dulces y saladas…Era como si amanecer y el ocaso quedasen unidos por un festín de sangre que lo pintarrajeó todo durante las dos jornadas.
Dos días sin dormir, en una pesadilla. Dos lágrimas secas en sus caras para recordárselo todo.
Ningún defensor quedó con vida, ninguna casa sin fuego, todo fue arrasado, todo. Allí no se acudió a robar, sino a destruir y saciar venganzas.
Terminada la brega, los barcos que todavía flotaban se largaron de allí con viento fresco.
Todos menos uno…el Maribeltz.


EL MONJE (2)

La confesión que le hiciera el que el consideraba como padre suyo, le trastocó por completo. Aquel hombre con tantos años sobre sus espaldas, como cicatrices su desnudez mostraba, poco antes de morir se le dijo todo dando molde a su origen encubierto, y entonces comenzó a calibrar cómo volver a sus orígenes.
Al cabo de muchas peripecias, un día se encontró allí, solo, viendo como la pequeña embarcación en la que recaló en aquel maravilloso lugar, descansaba sobre la arena de la playa después de la larga travesía.
Mientras asaba allí su primera cena tuvo bien claro que su pasado como mercenario concluía en aquel lugar, por primera vez desde niño se sentía tranquilo.
Según fueron pasando soles, lunas y nubes, observó como para su sorpresa su piel mudaba al igual que la de los reptiles, cayendo en escamas el triste color gris ceniciento que le tiznó un atardecer casi perdido en su memoria.
Para su deleite y emoción, la geografía de sus poros se recubrieron de maravillosos matices de fulgores verdes, cruzados por vetas del luminoso color del cuarzo, mientras revolvía a el la propuesta de su sentir limpio, directo y delicado; todo rezumaba a su breve infancia.
Por una parte se reencontraba, pero por otra se veía más perdido que lo que nunca había estado. Si, decidido a dejarlo todo, pero ¿hacia donde dirigirse?, ¿donde estaban sus raíces, su casa? ¡que poco sabía de si mismo!
Un puñado de recuerdos afloraron en su memoria. En ellos, evocaba unas pocas imágenes confusas de una desmedida intensidad que cambiaron su incipiente vida.
Pero con el color esmeralda le fue invadiendo la paz desde hacía tanto tiempo perdida,
y con la paz, comenzó a recobrar la memoria,
y en la memoria se hizo luz su infancia,
y recordó como aquellas mujeres cazadoras de hombres le capturaron...







MIZAR

La cabaña que construyó, era pequeña pero suficiente. Estaba bien anclada en un pequeño promontorio, ni cerca, ni lejos de el río que desembocaba en una pequeña cala que se divisaba por una de las ventanas donde pasaba bastantes horas dibujando encima de una mesa.
Tenía un pequeño habitáculo que le servía de almacén donde guardaba pertrechos que fue fabricando poco a poco. También acumulaba allí alimentos curados, en salazón y ahumados. Así mismo excavó una cueva que le servía de fresquera y criadero de setas. Construyó un pequeño embarcadero bien protegido, y allí mismo se fue haciendo con una cantidad de madera, que preparada en las formas precisas necesarias se convertirían en el material necesario para la construcción de un pequeño velero suficiente para navegar cómodo y con seguridad.
Mizar aprendió mucho con aquellos monjes, como fabricar los artilugios marinos básicos y otras muchas cosas que siendo el hábil y con mucha paciencia e ingenio, le procuraron en el tiempo que llevaba allí una estancia muy activa que le proporcionó un entorno seguro y hermoso.
Igual fabricaba una brújula seca con forma de pez para su futuro velero, que construía una flauta por la que las aves y otros animales como las grandes tortugas, se arrimaban a escuchar su música.
Poco a poco se iba construyendo un pequeño paraíso...en el paraíso.
Además de la cabaña en tierra, entramó una plataforma con un pequeño cobijo en lo alto de un gran árbol, en el cual pasaba las horas contemplando el tránsito del día y noche mientras intentaba ir borrando uno a uno, los dolorosos recuerdos que lo lastraban. Cuando se sentía inquieto por alguno de ellos, trepaba allí y hasta que no lo borraba de su alma no descendía, ni comía, ni bebía ni dormía hora alguna...hasta que al final lo conseguía; mucho tenía que alejarlo de el, pero sentía que desde que de pequeño lo secuestraron y comerciaron con el, dejó de ser un Aqwa.
AQWA, AQWA, AQWA...TU ERES AQWA Y PERTENECES AL CORAZÓN VERDE, era de las pocas frases que recordaba y comprendía, en el idioma que nunca llegó a aprender.
Se veía arropado por sus padres en la copa de un gran árbol, contemplando los tres en silencio abrazados al Sol, sumergirse en el ocaso en aquel inmenso manto verde, con un postrero fulgor crepuscular encarnado que depositaba caricias en ellos.
Al instante siguiente, una vez oculto el astro, fosforecían los tres al ser alcanzada su piel por un último rayo ahora de un fascinante color verde-esmeralda, que se zambullía en su piel fundiéndose con ellos...
En estas estaba Mizar, cuando contempló la columna de humo que se elevaba del otro lado de la isla.
Se dirigió con rapidez allí, y vio como varios barcos se reunían para desembarcar todos entre un tremendo jolgorio.
Salieron de la espesura los mercenarios, que después de eliminar la poca resistencia que encontraron, amarraron a todos los desembarcados...
Mizar contempló todos los hechos que siguieron con gran preocupación. Fueron dos días durante los que volvieron a el multitud de pesadillas que le hicieron dudar de que existiera el mundo que creía haber reencontrado desde que desertó de su modo de vida pasado.
Para su espanto volvió a comenzar a invadir poco a poco su piel, el color muerto del plomo.
No se entrometió en aquel conflicto, aunque su dureza por una parte le aterraba, y por otra le atraía; así era para su pesar, tantos años como monje-mercenario no los tuvo en balde, y aunque no fuera esa su naturaleza original, restallaban dentro de el muchos fragores de espadas, pólvora y gritos de lucha. Temía enloquecer por ellos y volver a aquella lujuria de brutal ferocidad en la que tantos años estuvo inmerso.
Pero se mantuvo al margen, aunque dispuesto a defender su choza, el lugar donde ansiaba fundar su aldea, la patria en la que quería vivir para lo que le restaba, su pequeño corazón verde, lejos de aquel mundo enloquecido en que le tocó vivir hasta entonces. 


ENCUENTRO

Habían tenido mucha suerte, y a pesar de la tamaña refriega en la que se habían visto envueltos, la nave se encontraba razonablemente en buenas condiciones.
Trumoia decidió fondear en la pequeña playa bien protegida de vientos y corrientes de agua. En aquel lugar no se había producido escaramuza alguna, y mantenía intacta su hermosura.
A "Encuentro" la coronada una magnífica atalaya desde la que se divisaba mucha agua y el cielo se encontraba bien despejado, por una vez Monkey cambiaría su cofa por aquella torre natural, desde la que en caso de avistar naves enemigas tendrían tiempo de sobra para abandonar aquel lugar.
Una vez llegados y fondeado el barco, largaron un bote y bogaron hacia la arena.
Llegando a la orilla, se les apareció una figura cubierta de cabeza a cintura con un manto oscuro, cubría sus largas piernas con unas polainas que le llegaban hasta la cintura, unos guantes de badana tan fina que casi transparentaba, recubrían sus grandes manos ramilleteadas por unos dedos largos y vigorosos, que sujetaban: una brillante espada la diestra, y la otra un enorme pistolón, con un cañón con una boca tan negra y ancha que impresionaría al mismo diablo.
Ambas armas eran como extensiones perfectamente integradas en el cuerpo del encapuchado, el personaje imponía, pero a aquellas alturas y después de pasar lo que habían pasado no había monje ni monja que evitara que tomaran tierra, con Trumoia y los habituales Neco y Musa, acompañados esta vez también por Monkey.
Llegaron a la arena,
desembarcaron, alegrando a sus doloridos y cansados cuerpos con el frescor del agua,
Trumoia, ordenó a Monkey, Neco y Musa, que permanecieran junto al bote,
se dirigió el solo al personaje que ni se movía,
antes de acercarse demasiado se detuvo y se presentó diciendo lo siguiente:
Me llamo Trumoia y comando la Maribeltz.
Como habrás visto hemos sobrevivido a la batalla en la que no me importa si has participado o no; la sangre está ya seca, es cosa pasada.
Queremos pasar aquí unos días para realizar algunas reparaciones y aprovisionarnos,
diré a los tres hombres que me acompañan que suban a aquella la atalaya, para echar un vistazo, y si todo está bien mandaré desembarcar.
No vamos a importunarte y si no lo quieres no precisamos de tu compañía.
Explicada nuestra presencia y propósitos aquí, te ofrezco una de estas: o mi palma abierta, o el brazo de mi espada, o la distancia que nos separa...
Escuchado el mensaje, el isleño demostró claramente cuál era su postura enseñando tres de sus dedos y darse la vuelta para dirigirse a su cabaña...

Transcurrieron cuatro apacibles días con sus iluminadas noches de luna, durante los cuales se procedió a aprovisionarse de agua, fruta, caza y pescado; no eran urgentes la mayoría de los arreglos.
El monje no se acercó a los venidos en ningún momento y los piratas hicieron lo propio observando desde lejos su hogar, su actividad en el huerto, pescando y trajinando en sus cosas; era muy hábil y dentro de su manera sosegada se intuía que no se le escapaba una.
Les llamó la atención sus ademanes ágiles y silenciosos así como  que en todo momento se encontrara cubierto por la oscura capucha.
Ellos estuvieron a lo suyo y al tercer día procedieron a embarcar y preparar la partida, que harían a la mañana siguiente aprovechando unos aires que circulaban por aquellos mares cerca del mediodía...
Al día siguiente Trumoia acudió a despedirse plantándose a escasa distancia de la cabaña, mientras el barco con toda la tripulación embarcada -menos Neco y Musa que le esperaban junto al bote, en la orilla- esperaban su regreso para partir aprovechando los aires del final de la mañana que se presentaban decididos y calurosos.
Ninguno de los dos conocían la cara del otro, ya que no se quitaron ni uno su caperuza, ni el otro su turbante mientras estuvieron al aire libre.
El monje se acercó a Trumoia al verle cerca de su cabaña -esta vez no portaba ni pistolón ni espada- y el pirata le deseó con unas pocas palabras salud y suerte, a lo que el monje contestó con tres gestos: agachando la cabeza y llevando sus manos al pecho, para después alargarlas hacia el mostrando sus palmas, transmitiendo sus intenciones.
El aire era intenso y hacía ya mucho calor,
entre ambos la distancia apenas era de un par de docena de metros,
el capitán pirata empezó a sentir como a su ojo albino le iba invadiendo un leve burbujeo,
la dirección del viento era de tierra a mar, en donde se encontraba el Maribeltz que lo tomaría de popa.
En ese momento Trumoia lo recibía de cara,
sopló una ráfaga algo más rabiosa, que hizo que el turbante de Trumoia cayera hacia su espalda descubriendo por ello su cara, y en ella la marca de su cara compartiendo protagonismo con el ojo que seguía burbujeando.
La reacción del encapuchado fue instintiva y rápida como no podría haber imaginado nunca ni Trumoia, ni sus acompañantes: como impulsado por un silencioso muelle se abalanzó con increíbles zancadas y al hacerlo descubrió a su vez rostro y torso, que ante la sorpresa de los ojos que le miraban, estaba coloreado con una gama entre gris plomizo y verdes de matices brillantes sajado de blancos de una desmedida pureza.
Antes de que se produjera la reacción necesaria para contrarrestar el fulgurante ataque, el agresor ya se encontraba en la cercanía suficiente para que la amenaza del puñal que apareció en uno de sus brazos, no encontrara adecuada respuesta del pirata.
En ese momento una flecha se introdujo en su pecho, unos dedos por encima de su corazón.
Se detuvo,
de seguido otra segunda flecha con una piedra cubierta de cáscara de coco, le sacudió en mitad de la frente tumbándolo sobre la arena...


DUA

¡Cómo eran las cosas!, aquella bella mujer, después de lanzar en su busca dos de sus flechas, ahora nadaba hacia la playa con un objetivo claro: curar al que acababa ensartar y tumbar, y esperar a que el Maribeltz se perdiera por la línea del horizonte.
Daba fin a su intensa vida como filibustera que llevó desde que se embarcó en el Maribeltz desde su pelea con la Náyade.
Ella, la que cada vez que los impulsos por parte de cualquier tripulante del Maribeltz de acercarse como hombre que se arrima a mujer, era recibido por una mirada dura y fría que con nitidez comunicaba: -desdeña tus intenciones o lo lamentarás-. Aquella mujer lo abandonaba ahora todo, hasta su preciado arco que tantos pechos flechó.
Admiraban a la bella morena que ahora veían alejarse nadando. La echarían mucho en falta y a todos sorprendió que abandonase su carcaj y arco, ¿sería una declaración de intenciones o lo dejaba en señal de gratitud hacia el respeto que le tuvieron ellos?
La recordarían como una avispa disparando mortales aguijones en el combate, siempre les admiró como nunca achicaba riesgos y como se hacía bien notoria, profiriendo exaltados alaridos cada vez que ensartaba a algún contrincante, sin importarle bledo alguno convertirse por estas maneras en el blanco preferido de tripulaciones contrarias.
Amaba pelear, jugarse la vida, y mostrar a todo el mundo sus poderes de cazadora de hombres, rugía su mirada ante el pavor que causaban sus dardos y en el cuerpo a cuerpo se convertía en una fascinante fiera, peligrosa como nadie.
Aquella bella salvaje, aún proviniendo de la tupida selva, pronto aprendió a saborear como el espacio vacío que ante los ojos se presenta en la mar, se hace cuna y hogar de pensamientos. Si, aquella mujer que ya cultivaba algunas canas y que en su cara, una a una se iban marcando arrugas, había intuido que en aquel lugar y en el monje oculto bajo capucha, se encontraba lo que le deslumbró siendo una niña cuando secuestraron el niño Aqwa en aquel pantanal en el centro de la inmensa selva.
Dua, cuando pudo pudo ver la cara de Mizar gracias al golpe de viento destapó su cara, le vino como por un ramalazo un recuerdo de su infancia que nunca le abandonó.
Recordó siempre el rostro del niño aqwa que secuestraron, cuando lo tomó en sus brazos el monje que lo compró, recordó como la miraba sorprendido cuando la alejaron de ella. Y como a su vez tuvieron que sujetarla a ella cuando los separaron...

Después de ser secuestrado, y ya los dos solos en mitad de la selva lejos de protección alguna, Dua y el pequeño se compenetraron para a pesar de su poca edad, salir airosos de los peligros que se encontraron en la espesura.
Dua siempre supo que el niño la tomó en su inocencia, como su salvadora, y la apoyó desde el primer momento en el que se quedaron solos después del secuestro. La verdad es que ella, aún no se sentía una auténtica amazona. No había pasado demasiado tiempo desde que a su vez fuera secuestrada, y para ella, el niño aqwa hizo que se desescombraran los recuerdos recientes de su robo del barco en el que viajaba.
Los incipientes poderes del pequeño resultaron vitales para su supervivencia. Así cuando por ejemplo se sintieron amenazados por un grupo de perros salvajes cazadores, que astutamente esperaron a que se encontraran en un claro de la selva -lejos de los árboles salvadores- para acosarlos, fue el pequeño el que los puso en fuga y con el rabo entre las piernas al imitar a la perfección la llamada de auxilio de un cachorro de jaguar, y la rápida contestación de madre y padre del pequeño, ante lo cual pareció que iba a faltar distancia que correr para los cánidos.
El sentido de orientación del niño, también fue vital para sobrevivir, cuando Dua se sentía perdida, tenía que subir a lo alto de un árbol para buscar la estrella que le orientaba. El pequeño advirtió que cada vez que sucedía esto, tomaba un rumbo preciso y comenzó a indicar sin dudar -como si fuera una veleta viviente-, la dirección correcta cada vez que se desorientaba. Pero lo más notable fue como al penetrar en los ríos o pantanos que se encontraron en su camino, tanto los caimanes, como las grandes serpientes anacondas los respetaron e incluso ayudaron en aguas profundas.
La travesía constituyó una aventura para ambos que se convirtió en leyenda entre la tribu de las mujeres y durante ella, el pequeño confió y apoyó en todo momento con la firmeza de su mirada y la total ausencia de lloros o queja alguna a Dua, por lo que al separarla de ella trazó una expresión de incredulidad en los ojos del pequeño, que le hizo soltar unas lágrimas que dibujaron un camino de intenso brillo verdoso, mientras que caían al suelo...

Y ahora se reencontraban allí, en la isla "Encuentro", tantos años después. Algo en el desde el primer momento le resultó familiar, sobre todo cuando Monkey le contó como en los crepúsculos aparecía allí para contemplar los últimos momentos del día extasiado, e irradiando una sensación de absoluta paz.
Hubo más cosas que se le hicieron reconocibles, pero lo que le aclaró del todo, fue el hecho que al mostrar Trumoia su cara, su marca, reaccionara de esa manera, y al hacerlo mostrara el color de su piel.
Dua, sabía la historia de la marca de las 7 islas, por Trumoia, y por voz uno de los monjes que ensartó con una de sus flechas, vengándose muchos años después de lo relatado, y moribundo le contó el porqué de aquella marca y el conflicto entre los que la portaban por naturaleza, y los que la imitaban: los monjes-guerreros.
Pero no es el momento de relatarlo...

sábado, 27 de diciembre de 2014

DIMONDI "Il voladore" y CRIS-CRIS


Era increíble como aquel cuerpo largo y destartalado pudiera hacer semejantes piruetas en el aire, entremetiéndose por las geometrías que formaban las mástiles, jarcias y cabos del aparejo que domaba a las grandes velas del Maribeltz.
Cada vez que el viento desaparecía, Dimondi pedía a Trumoia que arriase las velas para tener espacio libre en el que ejercer sus piruetas, y así todos se disponían a contemplar el espectáculo que aquel desgarbado personaje dibujaba entre la arboladura despejada, haciendo que la calma en la que se encontraban por la ausencia de los bufidos de Eolo, se convirtiera en una amalgama de exclamaciones de admiración, silbidos, voces de apoyo, y en general cualquier síntoma de aceptación ante las cabriolas del arlequinado personaje conocido como: Felice Dimondi "Il voladore"
Dimondi, se tomaba muy en serio su trabajo y antes de piruetear, siempre musicaba una especie de oración con una voz, que aunque no fuera especialmente agraciada, dado lo ceremonial que resultaban los prolegómenos que ejecutaba antes de cada actuación, se escuchaba en respetuoso silencio. ¡La vida se la jugaba en pos del dibujo de sus imposibles acrobacias, para beneficio de sus espíritus!
El explicaba de tal manera lo que constituirían sus ya dispuestas cabriolas con exactitud en su alegre lengua. Describía con ocurrentes definiciones, las cabriolas, contorsiones, vueltas y revueltas, sus imposibles ascensiones por el intrincado laberinto de la arboladura, y danzas sostenidas en el aire, que constituiría el evento.
Pero no siempre se cumplían con precisión sus deseos, ya que no poseía Dimondi precisamente un cuerpo adecuado para tales artes, y en ocasiones algún despiste hacía que su vida corriera peligro. Pero estos deslices se le perdonaban con facilidad, y la manera de la que salía airoso de ellos al quedarse enganchado de cualquier jarcia, o aferrado con brazos y piernas a cualquier verga salvadora, daba un añadido de emoción verdadera que hacía reventar a los asistentes en risas y aplausos de alivio, al comprobar como en un último instante Dimondi evitaba el topetazo contra la cubierta que le esperaba sólida y callada.
Dimondi no era físicamente agraciado; no era de constitución atlética; nadie le enseñó los trucos del oficio sino su propio ingenio y férrea voluntad; Dimondi ni siquiera era marino pero sus representaciones las realizaba a bordo de los barcos que le transportaban de un sitio a otro de una manera continua y sin orden; Dimondi era un hombre aparentemente sin destino, pero eso era lo que parecía, ya que el si que buscaba algo, o mejor dicho a alguien.
Un día le preguntaron el porqué de tanto viaje sin destino aparente, ese día estaba feliz a la mayor, por haber conseguido una cabriola complicada que llevaba persiguiendo con insistencia. Normalmente el arlequinadado era parlanchín y muy sincero, pero esta vez se puso serio y se quedó pensativo como dudando de contestar...

Durante más de una semana, los días y sus noches habían sido de abundados vientos que hicieron flamear las lonas mostrándolas de continuo henchidas, para en un tris abandonar cualquier atisbo de brisa repentinamente en una media mañana, que resultó bien venida para la exhausta tripulación ya ahíta y consumida de tanto esfuerzo sostenido.
¡Que magnífica se había comportado la Maribeltz!, ¡con que desparpajo aproaba las pendientes en uno y otro sentido de cualquier ola que se presentase ante ella!, ¡como después de sumergir a Naydet -su mascarón de proa- en el seno de una, emergía empapada su cara para comenzar a ascender hasta hacer cima en la cresta de la siguiente, irrumpiendo al coronarla entre la espuma mostrando su rostro radiante¡, ¡como sus mástiles soportaban la inmensa fuerza que ejercía el velamen cuando navegaban con buenos vientos y a todo trapo, sin casi quejarse las fibras de su madera!, ¡como tras un gran bandazo, se volvía a estabilizar la nave -terca ella-, sin perder ni medio nudo!, ¡como las salpicaduras y embarques de agua en cubierta, al deslizarse por los cabos y maderas musicaban con los sonidos de sus escurridas al topar contra la cubierta!...si, navegar en pos de nada, a toda vela y sobre un buen barco rápido y fiable, con la tripulación ducha y entusiasmada, era como vivir al par dos veces: la vida real, y la soñada.

Demandó Dimondi a Trumoia arriar el velamen, para así dar rienda suelta, al deseo de exponer su arriesgada función ante sus compinches fatigados.
Trumoia dió orden de abatirlas después de que Monkey revisara a conciencia el horizonte, en atención a algún atisbo de presencia náutica, con negativo resultado.
La navegada había sido muy satisfactoria, y contemplar el espectáculo de Dimondi para después preparar un buen ágape y una posterior descansada que diera paso a contar historias, cuentos y mentiras ante el descorche y vaciado de -una tras otra-, las sucesivas botellas de licor que a buen ritmo saldrían de la catacumba de la bodega, para perecer en el gaznate de los piratas -tal como sucumbirían los cristianos en las bocas de las fieras de los circos romanos- si, era un justo premio para todos; se rumiaba ya en los gañotes el afogado discurrir del contenido de las botellas.
Pero primero contemplarían con deleite la función del desmadejado arlequín.
Y de nuevo se aupó Felice Dimondi "Il voladore" por la escala de cofa hasta lo mas alto para jugarse la vida como en el mas expuesto de los abordajes...
Al poco, los pies de Dimondi no soportaban ya peso alguno.
Dimondi voló,
los brillantes colores de sus paños se convirtieron en revoloteante bandera,
su mal bendecida figura, pintó de piruetas el cielo,
los imposibles giros, cabriolas y contorsiones, se presentaron una vez más, ante los atónitos espectadores,
la acechante muerte por porrazo, fue una vez más burlada,
hacia proa o popa, a babor y estribor, desde lo más alto, hasta palmear el agua, por entre la mayor, trinquete y bauprés...por todos los espacios transitó Dimondi realizando imposibles geometrías...

Finiquitada la exhibición, llegó el tiempo del reposo. Se preparó una buena jamada, y ya todos formando un círculo en cubierta, se dispusieron a escuchar lo que Dimondi tenía que decir sobre la razón que le impulsaba a semejante afición a los viajes sin tregua, y a su riesgosa ocupación como trapecista.
Lo que les contó Dimondi, no lo hizo cantando, no. No fue una mera descripción, ni una creencia absurda. El no hablaba por hablar, y lo que perseguía no se le evadía con facilidad.
Además, los tripulantes de la Maribeltz habían vivido situaciones imposibles, y contemplado seres inverosímiles; y estas ambas  cuestiones -que no les complacía describirlas a gañanes, ni absurdos iluminados-, se las tomaban muy en serio según quién la describiera; y a "Il voladore", se le tenía muy en serio.
Así cuando el curioso Miracielos le preguntó: ¿Porqué viajas tu sin ningún albedrío? ¿Qué buscas? Después de dudar, en un largo lapso en el que todos callaban, y ante la insistencia del silencio de sus bocas y miradas, Dimondi les contestó: "bien, os contaré algo, que creáis o no, un día sucederá; y cuando así se cumpla, me encontrará preparado"
Y de esta manera, buscando una buena postura, volviendo a ocupar el espacio vacío de sus vasos, e intuyendo que lo que iban a escuchar del arlequinado no iba a ser superfluo ni ordinario se dispusieron a escuchar la historia.

Las últimas luces tomaban ya camino al descanso,
la Maribeltz descansaba sin balanceos,
algún cabo gemía de cuando en cuando,
la noche se prometía estrellada,
un receptivo blanco invadía las mentes de los piratas,
unas pocas candelas se fueron encendiendo iluminando pequeños entornos dibujando caras y objetos,
el absoluto contenido del mundo, ahora se concentraba allí,
a lo lejos no sucedía nada...
y Felice Dimondi "Il voladore", empezó a relatar su fascinante historia.


      

Os contaré primero, los siguientes sucedidos anteriores a mi nacimiento:
Provengo de un villorrio de tintadores y bordadores de la seda.
Mi padre se retiró bastante maduro de su antiguo oficio, para después invertir los ahorros de su azarosa vida, que fuera al par entre el corso y el pirateo.
Conoció a mi madre y pronto se enamoraron decidiéndose a formar familia, después de construir casa y taller de tinte y bordados; ya algunos trajines sobre el oficio se conocían.
Debido a la competencia desatada por unos más expertos extranjeros aparecidos en varios pueblos cercanos que en poco tiempo acapararon el mencionado comercio, se encontraron los naturales al canto del precipicio donde la ruina se vislumbró sin atisbo de duda.
Al contemplar mi padre la fosa, decidió intentar lo imposible: viajar a el mismo origen de la seda con los más arrojados, para secuestrar a artesanos duchos en los laboreos de los valiosos rasos orientales.
No hicieron caso a quienes les recordaban, como el secreto de todo lo referente a las sedas se guardaba con celo, e incluso por orden imperial se penaba con la muerte cualquier barrunto de que tales artes, se propagasen afuera de sus fronteras.
Pero algo había que hacer y por tal motivo se decidieron hacia tamaña aventura; si consiguieran adquirir los conocimientos necesarios para tutear a aquellos competidores, retomarían con multiplicado esmero su brega; si no era así, estaban condenados.
Entre los todos los vecinos del pueblo, cada cual en su medida contribuyó a conseguir un recaudo para construir un buen barco que comandaría mi padre -no en vano era conocida la anterior ocupación: la de patrón corsario y pirata-, y la ruta que ya se empleaba para entonces hacia el lejano imperio, era habitualmente la marítima.
Así que un día partió el bajel al que se bautizó como "Sedal", y la tripulación con las ilusiones puestas capitaneado por Giuseppe, mi padre, hacia la que debía de ser su última aventura.
Se hicieron pues a la mar hacia el oriente, y tras mucho riesgo y penuria arribaron a aquellas tierras. Resumiré diciéndoos que secuestraron a capacitados tintadores, bordadores, y lo más importante: un criador de gusanos. Ese fue un grandísimo error por el que fueron maldecidos, y posterior castigados, al hacer mella en ellos los conjuros del poderoso chamán oriental, propietario de los esclavos secuestrados.
Por los mencionados ensalmos, las muchas orugas que portaban, pasaron de convertirse de inofensivas criaturas, a voraces devoradoras de madera, mucho más tragonas que el propio molusco de la "broma", y a la postre casi consiguieron dar al traste con la embarcación.
Solucionaron tal contratiempo arrojando por la borda al criador, al saber por su propia boca el porqué de la transformación de los gusanos, -cuestión que les comunicó entre risas y burlas-. Y de tal manera el personaje pasó de criar gusanos, a servir de pasto de peces y moluscos; perdieron al criador, pero con el resto de secuestrados el botín continuaba siendo notable.

Pero no es esto lo que hoy os relataré, si no la causa de mi apego a volar por entre los aparejos.

Volvían ya de su aventura a su tierra en el barco herido, pero el triunfo los aguardaba, o por lo menos eso era lo esperado.
Antes de abordar el último tramo que les haría concluir su empresa, hicieron acopio de víveres y aguada en un puerto desconocido para mi padre. Si que se lo habían mentado en una ocasión, describiéndole a sus habitantes como lunáticos y fantasiosos. También era sabido que era una zona en la que numerosos barcos desaparecían.
Arribaron pues al mencionado atracadero con numerosas vías de agua resultadas del apetito de los gusanos -que sorprendentemente siguieron el camino de su granjero al ser este arrojado al agua-
Se hicieron las oportunas transacciones, y dudando entre hacer reparaciones en el maltrecho "Sedal" y por ello pasar una temporada en el lugar, o realizar unos pocos apaños y continuar con la travesía, se decidieron por lo segundo.
La noche anterior a su partida se organizó una despedida convidados con los que resultaron ser unos magníficos anfitriones. En el transcurso de ella, aquel que parecía ser el que mayor conocimiento tenía de aquellas aguas llamado Minardo, les comunicó algo que si bien por una parte lo tomaron a chota (habida cuenta de la fama de fabulistas que se les suponía a aquellas gentes), también les produjo inquietud lo comunicado; no parecía el relator charlatán, ni farandulero.
Les advirtió, que en caso de encontrarse con malas condiciones de mar, desconfiaran si para su sorpresa encontraran en pleno ojo de la tormenta, aguas plácidas y brillantes, que no las navegaran si tenían a bien continuar su ruta, y si en el caso de que las abordaran lo hicieran siempre por sus extremos, sin aproar por ningún motivo hacia sus adentros -así en caso de peligro tendrían tiempo de abandonarlas, aunque ello les supusiera volver a enfrentarse de nuevo a las aguas bravías-.
Mi padre, Giuseppe, le preguntó el porqué de tal advertencia, y cual era el supuesto peligro.
Minardo le comunicó que aquel fenómeno se daba antes de hacer aparición por entre las nubes una Melaniria de nombre Cris-cris.
Un reguero de frío recorrió el espinazo de mi padre entonces. Aunque en las caras de los que habían escuchado las palabras de Minardo, aparecieron gestos de incredulidad, mi padre había oído hablar a personas de confianza relatos sobre tales seres y por ningún motivo se lo tomó a chanza. Por ello le preguntó cual era el actuar de Cris-cris si se diera la situación mencionada.
Esto fue lo que dijo:
-A Cris-cris, se le designa como "La trapecista de las estrellas". Ella aparece en ocasiones, cuando corren nubes sueltas por el cielo, tanto por el día, como por la noche. Siempre lo hace por el paraje que se presenta sorprendentemente calmado, en medio de huracanes, tempestades, tormentas...
Ella gusta de jugar mostrando sus habilidades, intrincándose entre las nubes en las que se forman larguísimas trenzas blancas que cuelgan de ellas, y de las que se vale para ejecutar fabulosas acrobacias. También, asida a ellas y a extraordinarias velocidades, planea sobre la superficie del agua engendrando grandes olas en variados sentidos. Son tan peligrosas como espectaculares las cruces de mar que se producen, al chocar unas contras otras las olas.
Para Cris-cris, si una embarcación se presenta allí, siendo para ella nada más que un inocente juego, envía por su popa las olas, que le harán tomar desmedidas velocidades.
Los barcos no pueden resistir mucho sus diversiones, y al final casi siempre terminan criando caracolas.
Hay veces en que cambia de juego y continua brincando de nuevo por las nubes, y si para entonces el barco no ha sido ya tronchado puede seguir su navegación sin contratiempos; pero estas son las menos.
Los que han conseguido sobrevivir a sus alegrías, dicen que el espectáculo de sus maneras es lo más fantástico que puede persona alguna jamás contemplar. Y afirman que cuando su aparición tiene lugar durante la noche, llega un momento en la que se le ve ascender sin límite hasta las mismas estrellas; toda ella es como de pura luz asemejándose a un cometa: su cara, sus vestidos, su pelo, el rastro que deja tras ella...
Para terminar os diré, que existen Melanirias semi-humanas, y Cris-cris es una de ellas. Estas, aún teniendo capacidades comunes a las de sus madres, tienen una existencia limitada y pueden llegar a reproducirse en algunas ocasiones, teniendo sus descendientes parecidas facultades que van disminuyendo según se mezclan más y más veces con los humanos. Esto se da, ya que en contadas ocasiones y por motivos muy concretos, traban relación con alguna persona humana, y hacen que esta les acompañe.
Le preguntó mi padre entonces: ¿cual crees que podría ser la razón por la que Cris-cris se hiciera acompañar de una persona normal?
Minardo contestó sin dudar, que un buen trapecista sería del gusto de ella. Sabía que en varias ocasiones se la había visto contemplar desde el agua -ellas nunca hollaban tierra, ni surcaban sus cielos- una muy importante celebración que se producía no lejos de allí, y en la que acróbatas de todos los lugares se juntaban cada decenio para exhibir sus logros; eran la crema de todo tipo de volatineros.
Se decía que ella lloraba al contemplar a los escogidos personajes, tal como lo haría una madre al contemplar los primeros pasos de un vástago suyo...

Se intuía ya el final de la historia,
Dimondi se embutió en un largo silencio, durante el cual escarbó en sus recuerdos.
Ardían las velas fundiendo la cera para terminar amontonándose sobre las vetas de la madera,
no se oía ni una carraspeo, ni un chapoteo, ni un quejido de fibra alguna ni de esparto, ni de tabla,
era un momento de esos, en el que el respeto para con la persona que desnudaba sus creencias, sus recuerdos, deseos y pensamientos, superaba al deseo de que terminara de contar su relato...

¡Si!, dijo casi en un susurro al fin "Il voladore", sucedió lo que imagináis: hubo un gran temporal durante el viaje. Encontraron aquellas plácidas aguas y por miedo a naufragar se refugiaron en ellas, habían embarcado mucha agua y el casco atacado por los gusanos al no haber sido suficientemente reparado, fue razón para navegar por el corazón de aquel insólito espacio.
Apareció Cris-cris y comenzó a juguetear con el Sedal...y se fue a pique.

Mi madre y todos los que esperaban con ansia a los navegantes, se arruinaron y pasaron a ser sirvientes de los aparecidos orfebres.
A los meses nací yo, y pasé una aciaga niñez.
Pero cuando aún no llegaban mis ojos a la altura del ombligo de Gallatia, mi madre. un día sucedió algo:
Se presentó un hombre en nuestro pueblo, y se instaló en la posada. Merodeaba sin prisas los alrededores, y era dado a entablar conversaciones durante los pocos ratos libres que disponíamos. Una noche, se dirigió a mi madre a ocultas de sus amos, y le contó algo que si bien le produjo mucha tristeza, le liberó de el deseo de conocer el final o destino -que nunca se pierde-, de cuando alguien allegado desaparece en la mar sin dejar rastro alguno.
Le confesó como hubo un superviviente del naufragio del Sedal, fue rescatado. Aquella persona le contó con todo detalle, la fatídica jornada durante la cual Cris-cris apareció prendiéndose de una nube tras otra, asida a las deslumbrantes y larguísimas trenzas blancas que de ellas pendían.
Luego, como planeó sobre sus pies sobre las plácidas aguas, provocando olas en todas direcciones. Estas cada vez fueron mayores, y ya por fin envió una enorme masa de agua por la popa del Sedal, impulsándolo en su seno sin perder nunca la proa, en la dirección tomada.
Llegó un momento -después de un largo espacio de tiempo-, en el que parecía que saldrían de aquel lugar, para llegar de nuevo a las abandonadas aguas. ¡Era inconcebible que eso fuera lo que toda la tripulación deseara, volver a adentrarse en la tormenta!; y eso fue lo que sucedió...y allí naufragaron.
Aquel hombre le describió como el suceso sucedió ya la noche bien entrada, y como mientras el barco se hundía, la vieron subir y subir hacia las alturas, dejando un rastro blanco como de polvo de estrellas.
Le contó como la increíble belleza de sus gozosos juegos, hizo que todos ellos quedaran extasiados a pesar de que intuían que aquellos hechos terminarían con ellos, aunque la Melaniria no tuviera interés en causarles daño alguno, ¡únicamente jugaba!
Le contó como cuando navegaron propulsados por la enorme ola, un pasillo de purísima luz, se formó ante ellos en mitad de la oscuridad, y como también dejaba un rastro níveo por la popa que gradualmente se consumía.
Como las nubes de las que Cris-cris se prendía para sus acrobacias, se iluminaban aún más, de un blanco plateado cada vez que colgaba de ellas, mientras las trenzas emitían un fantástico siseo con el balanceo.
Como al chocar una contra otra las olas que Cris-cris fabricaba, generaban grandiosas montañas de refulgente espuma que ascendían hasta alturas inimaginables.
Como mientras ella emitía regocijantes sonidos de alegría a cada momento.
Pero sobre todo, aquel final que contemplaron, como Cris-cris ascendió dejando aquella crin radiante hasta llegar su estela hasta las mismas estrellas...aquella visión lo compensó todo.
A los pocos minutos, el Sedal se hundió, y solo sobrevivió aquel tripulante.
Minardo -aquel que les advirtió de lo que después les sucedería-, lo rescató de entre los restos del Sedal.
La persona que nos relató los hechos, conoció a Minardo y fue el que le refirió el motivo de aquel viaje, y como encontrar el origen de aquellos naufragados.
Aquel único superviviente, todo aquel tiempo que estuvo en compañía de Minardo, se dedicó a lo que mejor sabía hacer, tejer y tintar piezas de seda, ya que resultó ser uno de los secuestrados.
Pronto fueron aprendiendo de el, y aquel puerto se convirtió en referencia para el comercio de la seda.
Amir, que era el nombre del esclavo secuestrado, de ascendencia sasánida, pasó de vivir como esclavo a dirigir a aquellos que teniendo fama de mente ligera, resultaron tener gran capacidad para tratar las sedas.
El, en el fondo estaba agradecido de que Giuseppe y sus hombres, lo hubieran liberado de las garras del chamán que durante tanto tiempo los explotó. Sus ascendientes también fueron esclavos, desde hacía varias generaciones, y ahora era libre y rico; así que decidió compensar a los familiares de los que acabaron con tantos años de miserias padecidas.
El extranjero aparecido, era portador de una gran cantidad de dinero, y un magnífico barco, en el que transportaría hacia el que ahora llamaban "Muelle de los Iluminados", -ya no solo por su carácter, sino también por la calidad y acabado de sus sedas-, para continuar allí su oficio y retomar un provechoso destino.
De Cris-cris nunca más se supo por aquellas latitudes, aunque si que de cuando en cuando, había personas que la mentaron en distintos mares.

Después de otro silencio, Dimondi concluyó de esta manera su relato:
Todos estos hechos los escuche del extranjero, y a la vez que oía el suspiro que exhaló mi madre al final, supe cual sería mi destino en adelante, hacerme encontrar por Cris-cris y volar con ella hasta las estrellas.






















domingo, 28 de septiembre de 2014

SIDDI AL BATI y NAVAJITA

Cuando dibujé a el siguiente personaje, una vez terminado pensé: ¡Anda, si se parece a Bati!
Bati es el apodo de un amigo, que tiene una manera de escribir, que puede parecer caótica y desordenada, y puede que así sea... o no. No sé.
Podéis comprobarlo si lo buscáis en Facebook, por el nombre de "Siddi al Bati".
Le pedí que colaboráramos en el texto de esta entrada, y el resultado fue el siguiente:



Si la aparición de Gastón en el barco supuso un pasmo para todos, ¡que decir de la de Siddi al Bati!
En el Maribeltz te acostumbrabas a que sucedieran cosa extrañas, pero aquella arribada fue uno de los  sucedidos más desconcertantes.
Así acaeció su llegada:
Nos hallábamos varios barcos celebrando el secuestro de la que sería a partir de entonces nuestra cirujana. Habíamos oído hablar muchas veces de las buenas artes que se le atribuían, y conseguimos hacernos con ella por las duras; se llamaba "Navajita"








Nos encontrábamos cerca de la costa de un mar norteño bien frío, y allí nos apiñábamos todos dispuestos a celebrarlo. Además de aquella india, conseguimos hacernos también con un gran tonel de ron oscuro y disponíamos dar cuenta de el para combatir el frío y celebrar el acontecimiento de tener a Navajita a bordo. 
Alrededor de la barrica nos reuníamos agolpados, tras el carpintero que se afanaba en terminar de quitar entera la tapa para que cada uno con su cazo el  pudiera servirse a granel el apreciado caldo.
Terminado el destape, Trumoia se disponía a inaugurar el bebercio en el centro del corro, y tras de el esperábamos impacientes batiendo los cazos contra las hebillas de nuestros cinturones, produciendo un alegre repiqueteo.
Así estaba la cosa cuando algo cayó dentro del tonel ocasionandonos una buena remojada, a la par de una enorme sorpresa; el zurriburri que se formó fue más que considerable.
Fue Navajita, nuestra nueva tripulante, la única que no se inmutó lo más mínimo. Se limitó a sacar la lengua, como si de una serpiente se tratase, para relamerse los morros con precisa rapidez y habilidad.
Y con todos los ojos puestos en la boca de la barrica, emergió tras las burbujas, Siddi al Bati.
Ahí empezó su discurso incomprensible, que como vimos desde el principio, era prácticamente continuo. Pronto comprobaríamos que ni siquiera dormido dejaba de atenderse su abstruso parloteo.
Como estatuas de piedra nos quedamos todos, cuando vimos emerger la cabeza.
Esta fue su primera retahíla:

"Caído y emergido en tal suntuoso potingue, proclamo mi arribo suficientemente oficiado por los mortales frescos que me acontecen, dando puerta abierta a mi estadía en esta cascarona de apropiada nomenclatura, e indico mi disposición sincera a damasquinar el podrido barandal del puente, a objeto de documentar mi forzado exilio a corriente y barlovento de la infamia, para proclamar falaz mi inserción en la filibustería. Pronto el pabellón de Siddi al Bati helará de nuevo la sangre en las venas de la Gente de Orden. Hágome cargo pues de la posesión de la bella Maribeltz. Así que: ¡alcen sus escudillas y beban hasta que hierban sus gaznates!"


Cuando terminó, nos miramos todos alelados. Permanecimos callados prestando oídos, pero nadie entendió nada. Pero estábamos a lo que estábamos, ansiosos de darle al jarro, así que después de concluido el chachareo dejaron de sonar los jarros, y bebimos. Sin dejar siquiera que el tal Bati saliera de la barrica, bebimos y bebimos aquel excelente ron que nos izo recordar otras latitudes mucho más cálidas.
Según le íbamos dando al jarro nos acostumbrábamos a la presencia del inquilino que se alojaba en la barrica, que por cierto no se le veía ni incómodo, ni deseoso de abandonar el lugar. 

Parecía que el palique del intruso estaba finiquitado, pero el tal silencio no iba a durar mucho tiempo; la mudez y Siddi era como aceite en agua, y ahora ya bien remojado en ron, estalló de nuevo para donarnos su segunda ristra de incomprensiones.
Esto fue lo que farfulló su lengua, ahora más entrapada:

"Pobres gentuzas que no sois capaces de diferenciar el hablar del pensar, porque ignoráis como oír los pensamientos...aunque tampoco las palabras".
-Ahí estaba el, chulo como la muerte, erguido como la desgracia, y recordando quién era, quién fue, mientras el silencio volvía con sus ecos-
"Hoy, aquí, soy Siddi al Bati, termita de Allah, profeta del sorbete de alma indistinta, cíclope entre medusas, Dios de las cucarachas...qué hostias miráis so gilipollas???
...capitáaaan, con la venia organizas una fiesta para hoy, con la chusma plana, el viento no llega, juaaaaajajajaja, pudiendo ser de Venus...vine a caer de Plutón...denso y frío de Mercurio, travestido en rojo, desinfectado, muerto o vivo y aún ocupado...es que no podré nunca descansar de miiii???... hoy invito yo!!! ron y chicas en Quelonia...
¡La muerte es tan poco chistosa...y la vida tan de fuera!..."

Después de interpretar ésta segunda arenga a su manera y sintiéndose ofendido, Neco se dispuso a degollar al intruso, para así continuar con la celebración sin más interrupciones, pero ya con el cuchillo refulgiendo y ante la indiferencia de todos...el enjuto cuerpo de Miracielos se interpuso entre los dos. 
-Espera- le dijo a Neco y mirando al forastero le preguntó: ¿de donde vienes?

- Bati le miró con fijeza y contestó: -de adonde no llegaron el humo de tus hogueras-

El antiguo inquisidor se quedó consternado ante la respuesta. Y después de unos momentos, cuando recobró el habla le contestó:
-Mucho frío traerás entonces, no me extraña que no tengas prisa en salir de nuestro tonel, pero ya es hora de ello-

Como el aparecido ya no estaba para moverse mucho, y no se sentía precisamente a disgusto dentro de la barrica, lo sacaron de allí, y sin ninguna delicadeza lo arrojaron a cubierta.
No estando nada claro que aquel intruso se debiera incorporar, o no, con la aceptación necesaria de la tripulación, éstos empezaron a mirarse entre ellos como si debatieran la cuestión en silencio.
Aquel aparente desprecio a ellos tenía fácil solución; el agua recibía por igual a cualquiera, y si flotara lo suficiente para llegar con vida a la costa o no, no era cuestión importante para ellos, ¡y menos para Neco!, al que se le había metido entre ceja y ceja probar el filo de su cuchillo en el gaznate de aquel desconocido. Navajita zanjó el asunto ayudándolo a incorporarse y advirtiendo con su primera voz desde que pisó la cubierta con estas palabras:
"Se te ve deseoso de dar uso a tu cuchillo blanquinegro" -dijo a Neco mientras se hacía paso con firmeza hacia el-, hazlo pues sin esperar consentimiento.
Trumoia no solía inmiscuirse en asuntos menores, si Siddi al Bati tenía la mala baba de presentarse y comportarse de aquella manera, era cosa suya de salir del charco como pudiera. De tal manera, ni se inmutó ante lo que estaba a punto de suceder, y como espectador, esperó intrigado los acontecimientos que vinieran.
Si en un primer momento, Miracielos se interesó en saber del singular personaje, ahora, después de turbarse y sobre todo sorprenderse ante lo escueta y sangrante de su respuesta, se desmarcó también del asunto. De tal manera, entre las intenciones de Neco y su cuchillo -que ya terminaba de salir del abrigo de la badana- , solo se interponía la pequeña cirujana.
Decidió Neco pues, arrojar a aquel  blancucho por la borda, pero antes le daría varias sajadas; no era de su gusto despertar a su puñal "para nada". Y se dirigió hacia Siddi decidido ya, e ignorando las palabras de Navajita.
Cuando ya el cuchillo de Neco, se disponía a mostrar sangres, ocurrió lo impensable: con endiablada rapidez y precisión, Navajita sacó sus dos manos de debajo de la manta en la que se envolvía; en cada una de ellas blandía dos pequeños escalpelos, que en unos segundos hicieron contra en el cuchillo de Neco, y se oyó como éste cayó en varios pedazos troceado a sus pies, ante la incredulidad de todos.
Después ella comentó como sin dar importancia: "mis estiletes curan, mis estiletes matan ".
¡Lo inverosímil era que ambos se mostraban intactos después de haber troceado como manteca el gran cuchillo de Neco!
Y para concluir zanjó el asunto con estas palabras: "hoy vivirá, hoy por lo menos. Muy mala ventura daría, que el primer arreglo mío aquí, acabara en muerto".
Eso convenció a todo el mundo, y volvieron a lo que estaban: una cogorza monumental se fraguaba, y era momento de seguir en ello...

Las horas siguientes Siddi y Navajita prácticamente no se separaron. La india parecía entender todo lo que decía el forastero ante la envidia de Miracielos, que curioso por naturaleza, intentaba descifrar las locuciones de Siddi sin mucho resultado. Deseaba entablar conversación con el y así fue su segundo intento:
Se encontraba Siddi absorto con las hebras de un cabo, las miraba, acariciaba, lamía, e incluso les murmuraba.
Tratando Miracielos de simpatizar con el le preguntó:
- ¡Otra vez en Marte Siddi, y se está bien por lo visto!.
Antes de que le diera a el interrogador firmar la pregunta con una sonrisa, respondió Siddi:

- ¿Y a ti que carajo te importa? Vendería mil martes y hasta un  miércoles si me pidieras la Luna denegada y pretenciosa de un lunes. Y una vez que llegaras al hueso de su sombra, que sorbieras el tuétano de su luz, y la enterraras entre arrugas de rencor, chuleada entre carcajadas sin pasado ni futuro, omnipresente en su constante desesperanza, comida y defecada en mil millares de cuentos de hadas de todas las hijas de los muertos, al final de todos, contados y no olvidados, por la sacerdotisa nocturna; una vez y en ese momento: ¿la amarrarías con este cabo para evitar que su fulgor eterno, brindara a las estaciones sobre los siete pelos de tu cabeza?-
Por segunda vez Miracielos se volvió a quedar estupefacto intentando descifrar el sentido de sus palabras, pero no concluyó nada.







Pasaron los días, y Siddi si bien en sus primeros días en el Maribeltz se mostró singular y arrogante, comenzó a incrustar en sus constantes charloteos, cuñas de silencios que se fueron ampliando y aumentando, en tiempo y en frecuencia.
Hasta entonces, Trumoia no se se había dirigido a el para mucho. Admitió que se quedara a bordo, como los demás, sin pensar el como, para qué y porqué se encontraba allí; Trumoia no era en exceso curioso, pero se preguntaba si la melancolía que parecía ir invadiendo a Siddi, haría de el un sujeto molesto.
Desde que llegó, de aquella misteriosa manera como "caído del cielo", había transcurrido el tiempo sin saber nada de el, ni entender nada de lo que decía. Solo Navajita se comunicaba con el, y parecía comprender sus inexplicables comentarios; hacían una extraña pareja.
Hasta ahora, Trumoia había dejado pasar tal situación al comprobar como Navajita desarrollaba con buena disposición sus tareas como médica cirujana del barco. Poseía una habilidad extraordinaria y era un espectáculo ver como operaba a los enfermos y heridos. Además, Siddi le asistía con eficiencia mientras, eso si, parloteaba sin parar mientras tanto.
Pero ahora quería saber algo más de el; veía necesario su integración en el grupo, o por lo menos su no tan constante hostilidad. Si no fuera de tal manera lo abandonaría en cualquier lugar y pronto iban a pisar tierra.
Lo encontró junto a el ancla, cometiendo otra de sus extravagancias: la abrazaba y besaba, mientras le hablaba de esta manera:

-Lo que está, doncella de hierro, es que atravieso una severa crisis -en sentido griego-; una aburrida tormenta que arrasará mi identidad irreversiblemente. "Colaborar con lo inevitable" llegó a mascullar, sólo que "lo inevitable" es de natural tacaño y agrio, y seguir ésta máxima crearía un erial sobre un infierno, cubierto de acidez de ceniza sucia-...
¡Que poco queda en mi de Siddi al Bati, el hijo escupido del ron y la cogorza! Aquel que del vicio licuado y su olor culpable ruidoso, supo parir la sorpresa en "el otro", dando sentido al conjunto de datos pulverizados en saliva analfabeta para digestión de vosotros, seres a medio camino entre bebé y cadáver, pero igualmente consciente que ambos...terminó sentenciando.

Trumoia lo miró oblicuo a través de sus rendijas de serpiente vieja; de lado.
No soportaba las arrogancias, y menos los desprecios, pero no estaba seguro de que aquel hombre estuviera en sus cabales, y era cobarde y traía muy mal fario, castigar a los enfermos.
Pero la decisión ya estaba tomada, lo dejarían en tierra si no cambiaba radicalmente en los días que quedaban hasta llegar a ella; pero a Navajita no, ella se quedaría a las duras, si era necesario, con ellos; y así se lo comunicó:
-Siddi al Bati, te quedarás con nosotros si quieres hacerlo, pero aún que pases el resto de tu estancia en la Maribeltz bajo la lluvia de tus chácharas, como vuelvas a vomitar desprecios de sujetaré una novia del mismo hierro que ahora abrazas y visitarás con ella el fondo marino. No quiero que causes más discordias, así que escoge: o desembarcas, o mantendré lo dicho, si es que antes no te rebana el cuello alguien.
Siddi se quedó meditando una pizca antes de contestarle.
-Lo sabía, todo ha conducía inexorablemente a terminaría como ellos, hablando mucho, diciendo nada, malgastando su única riqueza, malvendiendo o tirando precisamente la única fortuna que poseía. Si, realmente era una posesión, pues la propiedad -si es que realmente alguien era dueño de aquello- excedía cualquier comprensión. No se puede comprender aquello que no te cabe, y jamás se puede amar lo que comprendes -el pensamiento le asaltó formulado-, por eso las derivadas jamás se enamoran de las ecuaciones, y nunca sintió probable, en realidad ni siquiera posible en términos prácticos, que un solo elemento como él supiera mantenerse "él" entre la apabullante grisura de una idiotez sin matices, que se alimentaba de...¿nada?-
Pero sucedía que no se hacía la idea de transitar por ese mundo lo que le quedara, sin estar en compañía de Navajita. Se imaginaba, -y Trumoia se lo confirmó- que Navajita se había hecho imprescindible en la Maribeltz; y con mucha razón no le permitirían abandonar la nave por ningún motivo. Además había descubierto que allí también residían otros entes no tan visibles, que aunque tampoco entendían sus peroratas, se le hacían apetitosas de trabar relación con ellas, como, por ejemplo, aquella doncella de hierro que ellos llamaban "ancla".
También estaba la Náyade en la proa, con la que mantenía vivas discusiones, los mil ratones y ratas tan alegres y chistosos, las velas que se sonrojaban con las últimas luces del día, y chismorreaban de todo y todos a conciencia, las olas que creaba el casco al navegar, que al ser molestadas, juraban de una manera tan divertida, que se pasaba horas y horas desternillándose (tanto que a veces se le desencajaba la mandíbula) de sus quejas y provocando así otros mayores juramentos que solo el podía entender...y cada vez más cosas, si. Estaba empezando a apreciar aquellos contrapesos a su mala disposición para con los humanos, y puede que consiguiera soportarlos lo suficiente, como para mantenerse junto a su indiecita, que tanto le quería, y que además le estaba enseñando a utilizar aquel cuerpo en el que se encontraba. 
Si, se le haría muy difícil mantenerse allí, pero contestó decidido:
-Se deshará lo que se pueda, lo que se pueda-..y siguió conversando con la doncella.