Era increíble como aquel cuerpo largo y destartalado pudiera hacer semejantes piruetas en el aire, entremetiéndose por las geometrías que formaban las mástiles, jarcias y cabos del aparejo que domaba a las grandes velas del Maribeltz.
Cada vez que el viento desaparecía, Dimondi pedía a Trumoia que arriase las velas para tener espacio libre en el que ejercer sus piruetas, y así todos se disponían a contemplar el espectáculo que aquel desgarbado personaje dibujaba entre la arboladura despejada, haciendo que la calma en la que se encontraban por la ausencia de los bufidos de Eolo, se convirtiera en una amalgama de exclamaciones de admiración, silbidos, voces de apoyo, y en general cualquier síntoma de aceptación ante las cabriolas del arlequinado personaje conocido como: Felice Dimondi "Il voladore"
Dimondi, se tomaba muy en serio su trabajo y antes de piruetear, siempre musicaba una especie de oración con una voz, que aunque no fuera especialmente agraciada, dado lo ceremonial que resultaban los prolegómenos que ejecutaba antes de cada actuación, se escuchaba en respetuoso silencio. ¡La vida se la jugaba en pos del dibujo de sus imposibles acrobacias, para beneficio de sus espíritus!
El explicaba de tal manera lo que constituirían sus ya dispuestas cabriolas con exactitud en su alegre lengua. Describía con ocurrentes definiciones, las cabriolas, contorsiones, vueltas y revueltas, sus imposibles ascensiones por el intrincado laberinto de la arboladura, y danzas sostenidas en el aire, que constituiría el evento.
Pero no siempre se cumplían con precisión sus deseos, ya que no poseía Dimondi precisamente un cuerpo adecuado para tales artes, y en ocasiones algún despiste hacía que su vida corriera peligro. Pero estos deslices se le perdonaban con facilidad, y la manera de la que salía airoso de ellos al quedarse enganchado de cualquier jarcia, o aferrado con brazos y piernas a cualquier verga salvadora, daba un añadido de emoción verdadera que hacía reventar a los asistentes en risas y aplausos de alivio, al comprobar como en un último instante Dimondi evitaba el topetazo contra la cubierta que le esperaba sólida y callada.
Dimondi no era físicamente agraciado; no era de constitución atlética; nadie le enseñó los trucos del oficio sino su propio ingenio y férrea voluntad; Dimondi ni siquiera era marino pero sus representaciones las realizaba a bordo de los barcos que le transportaban de un sitio a otro de una manera continua y sin orden; Dimondi era un hombre aparentemente sin destino, pero eso era lo que parecía, ya que el si que buscaba algo, o mejor dicho a alguien.
Un día le preguntaron el porqué de tanto viaje sin destino aparente, ese día estaba feliz a la mayor, por haber conseguido una cabriola complicada que llevaba persiguiendo con insistencia. Normalmente el arlequinadado era parlanchín y muy sincero, pero esta vez se puso serio y se quedó pensativo como dudando de contestar...
Durante más de una semana, los días y sus noches habían sido de abundados vientos que hicieron flamear las lonas mostrándolas de continuo henchidas, para en un tris abandonar cualquier atisbo de brisa repentinamente en una media mañana, que resultó bien venida para la exhausta tripulación ya ahíta y consumida de tanto esfuerzo sostenido.
¡Que magnífica se había comportado la Maribeltz!, ¡con que desparpajo aproaba las pendientes en uno y otro sentido de cualquier ola que se presentase ante ella!, ¡como después de sumergir a Naydet -su mascarón de proa- en el seno de una, emergía empapada su cara para comenzar a ascender hasta hacer cima en la cresta de la siguiente, irrumpiendo al coronarla entre la espuma mostrando su rostro radiante¡, ¡como sus mástiles soportaban la inmensa fuerza que ejercía el velamen cuando navegaban con buenos vientos y a todo trapo, sin casi quejarse las fibras de su madera!, ¡como tras un gran bandazo, se volvía a estabilizar la nave -terca ella-, sin perder ni medio nudo!, ¡como las salpicaduras y embarques de agua en cubierta, al deslizarse por los cabos y maderas musicaban con los sonidos de sus escurridas al topar contra la cubierta!...si, navegar en pos de nada, a toda vela y sobre un buen barco rápido y fiable, con la tripulación ducha y entusiasmada, era como vivir al par dos veces: la vida real, y la soñada.
Demandó Dimondi a Trumoia arriar el velamen, para así dar rienda suelta, al deseo de exponer su arriesgada función ante sus compinches fatigados.
Trumoia dió orden de abatirlas después de que Monkey revisara a conciencia el horizonte, en atención a algún atisbo de presencia náutica, con negativo resultado.
La navegada había sido muy satisfactoria, y contemplar el espectáculo de Dimondi para después preparar un buen ágape y una posterior descansada que diera paso a contar historias, cuentos y mentiras ante el descorche y vaciado de -una tras otra-, las sucesivas botellas de licor que a buen ritmo saldrían de la catacumba de la bodega, para perecer en el gaznate de los piratas -tal como sucumbirían los cristianos en las bocas de las fieras de los circos romanos- si, era un justo premio para todos; se rumiaba ya en los gañotes el afogado discurrir del contenido de las botellas.
Pero primero contemplarían con deleite la función del desmadejado arlequín.
Y de nuevo se aupó Felice Dimondi "Il voladore" por la escala de cofa hasta lo mas alto para jugarse la vida como en el mas expuesto de los abordajes...
Al poco, los pies de Dimondi no soportaban ya peso alguno.
Dimondi voló,
los brillantes colores de sus paños se convirtieron en revoloteante bandera,
su mal bendecida figura, pintó de piruetas el cielo,
los imposibles giros, cabriolas y contorsiones, se presentaron una vez más, ante los atónitos espectadores,
la acechante muerte por porrazo, fue una vez más burlada,
hacia proa o popa, a babor y estribor, desde lo más alto, hasta palmear el agua, por entre la mayor, trinquete y bauprés...por todos los espacios transitó Dimondi realizando imposibles geometrías...
Finiquitada la exhibición, llegó el tiempo del reposo. Se preparó una buena jamada, y ya todos formando un círculo en cubierta, se dispusieron a escuchar lo que Dimondi tenía que decir sobre la razón que le impulsaba a semejante afición a los viajes sin tregua, y a su riesgosa ocupación como trapecista.
Lo que les contó Dimondi, no lo hizo cantando, no. No fue una mera descripción, ni una creencia absurda. El no hablaba por hablar, y lo que perseguía no se le evadía con facilidad.
Además, los tripulantes de la Maribeltz habían vivido situaciones imposibles, y contemplado seres inverosímiles; y estas ambas cuestiones -que no les complacía describirlas a gañanes, ni absurdos iluminados-, se las tomaban muy en serio según quién la describiera; y a "Il voladore", se le tenía muy en serio.
Así cuando el curioso Miracielos le preguntó: ¿Porqué viajas tu sin ningún albedrío? ¿Qué buscas? Después de dudar, en un largo lapso en el que todos callaban, y ante la insistencia del silencio de sus bocas y miradas, Dimondi les contestó: "bien, os contaré algo, que creáis o no, un día sucederá; y cuando así se cumpla, me encontrará preparado"
Y de esta manera, buscando una buena postura, volviendo a ocupar el espacio vacío de sus vasos, e intuyendo que lo que iban a escuchar del arlequinado no iba a ser superfluo ni ordinario se dispusieron a escuchar la historia.
Las últimas luces tomaban ya camino al descanso,
la Maribeltz descansaba sin balanceos,
algún cabo gemía de cuando en cuando,
la noche se prometía estrellada,
un receptivo blanco invadía las mentes de los piratas,
unas pocas candelas se fueron encendiendo iluminando pequeños entornos dibujando caras y objetos,
el absoluto contenido del mundo, ahora se concentraba allí,
a lo lejos no sucedía nada...
y Felice Dimondi "Il voladore", empezó a relatar su fascinante historia.
Os contaré primero, los siguientes sucedidos anteriores a mi nacimiento:
Provengo de un villorrio de tintadores y bordadores de la seda.
Mi padre se retiró bastante maduro de su antiguo oficio, para después invertir los ahorros de su azarosa vida, que fuera al par entre el corso y el pirateo.
Conoció a mi madre y pronto se enamoraron decidiéndose a formar familia, después de construir casa y taller de tinte y bordados; ya algunos trajines sobre el oficio se conocían.
Debido a la competencia desatada por unos más expertos extranjeros aparecidos en varios pueblos cercanos que en poco tiempo acapararon el mencionado comercio, se encontraron los naturales al canto del precipicio donde la ruina se vislumbró sin atisbo de duda.
Al contemplar mi padre la fosa, decidió intentar lo imposible: viajar a el mismo origen de la seda con los más arrojados, para secuestrar a artesanos duchos en los laboreos de los valiosos rasos orientales.
No hicieron caso a quienes les recordaban, como el secreto de todo lo referente a las sedas se guardaba con celo, e incluso por orden imperial se penaba con la muerte cualquier barrunto de que tales artes, se propagasen afuera de sus fronteras.
Pero algo había que hacer y por tal motivo se decidieron hacia tamaña aventura; si consiguieran adquirir los conocimientos necesarios para tutear a aquellos competidores, retomarían con multiplicado esmero su brega; si no era así, estaban condenados.
Entre los todos los vecinos del pueblo, cada cual en su medida contribuyó a conseguir un recaudo para construir un buen barco que comandaría mi padre -no en vano era conocida la anterior ocupación: la de patrón corsario y pirata-, y la ruta que ya se empleaba para entonces hacia el lejano imperio, era habitualmente la marítima.
Así que un día partió el bajel al que se bautizó como "Sedal", y la tripulación con las ilusiones puestas capitaneado por Giuseppe, mi padre, hacia la que debía de ser su última aventura.
Se hicieron pues a la mar hacia el oriente, y tras mucho riesgo y penuria arribaron a aquellas tierras. Resumiré diciéndoos que secuestraron a capacitados tintadores, bordadores, y lo más importante: un criador de gusanos. Ese fue un grandísimo error por el que fueron maldecidos, y posterior castigados, al hacer mella en ellos los conjuros del poderoso chamán oriental, propietario de los esclavos secuestrados.
Por los mencionados ensalmos, las muchas orugas que portaban, pasaron de convertirse de inofensivas criaturas, a voraces devoradoras de madera, mucho más tragonas que el propio molusco de la "broma", y a la postre casi consiguieron dar al traste con la embarcación.
Solucionaron tal contratiempo arrojando por la borda al criador, al saber por su propia boca el porqué de la transformación de los gusanos, -cuestión que les comunicó entre risas y burlas-. Y de tal manera el personaje pasó de criar gusanos, a servir de pasto de peces y moluscos; perdieron al criador, pero con el resto de secuestrados el botín continuaba siendo notable.
Pero no es esto lo que hoy os relataré, si no la causa de mi apego a volar por entre los aparejos.
Volvían ya de su aventura a su tierra en el barco herido, pero el triunfo los aguardaba, o por lo menos eso era lo esperado.
Antes de abordar el último tramo que les haría concluir su empresa, hicieron acopio de víveres y aguada en un puerto desconocido para mi padre. Si que se lo habían mentado en una ocasión, describiéndole a sus habitantes como lunáticos y fantasiosos. También era sabido que era una zona en la que numerosos barcos desaparecían.
Arribaron pues al mencionado atracadero con numerosas vías de agua resultadas del apetito de los gusanos -que sorprendentemente siguieron el camino de su granjero al ser este arrojado al agua-
Se hicieron las oportunas transacciones, y dudando entre hacer reparaciones en el maltrecho "Sedal" y por ello pasar una temporada en el lugar, o realizar unos pocos apaños y continuar con la travesía, se decidieron por lo segundo.
La noche anterior a su partida se organizó una despedida convidados con los que resultaron ser unos magníficos anfitriones. En el transcurso de ella, aquel que parecía ser el que mayor conocimiento tenía de aquellas aguas llamado Minardo, les comunicó algo que si bien por una parte lo tomaron a chota (habida cuenta de la fama de fabulistas que se les suponía a aquellas gentes), también les produjo inquietud lo comunicado; no parecía el relator charlatán, ni farandulero.
Les advirtió, que en caso de encontrarse con malas condiciones de mar, desconfiaran si para su sorpresa encontraran en pleno ojo de la tormenta, aguas plácidas y brillantes, que no las navegaran si tenían a bien continuar su ruta, y si en el caso de que las abordaran lo hicieran siempre por sus extremos, sin aproar por ningún motivo hacia sus adentros -así en caso de peligro tendrían tiempo de abandonarlas, aunque ello les supusiera volver a enfrentarse de nuevo a las aguas bravías-.
Mi padre, Giuseppe, le preguntó el porqué de tal advertencia, y cual era el supuesto peligro.
Minardo le comunicó que aquel fenómeno se daba antes de hacer aparición por entre las nubes una Melaniria de nombre Cris-cris.
Un reguero de frío recorrió el espinazo de mi padre entonces. Aunque en las caras de los que habían escuchado las palabras de Minardo, aparecieron gestos de incredulidad, mi padre había oído hablar a personas de confianza relatos sobre tales seres y por ningún motivo se lo tomó a chanza. Por ello le preguntó cual era el actuar de Cris-cris si se diera la situación mencionada.
Esto fue lo que dijo:
-A Cris-cris, se le designa como "La trapecista de las estrellas". Ella aparece en ocasiones, cuando corren nubes sueltas por el cielo, tanto por el día, como por la noche. Siempre lo hace por el paraje que se presenta sorprendentemente calmado, en medio de huracanes, tempestades, tormentas...
Ella gusta de jugar mostrando sus habilidades, intrincándose entre las nubes en las que se forman larguísimas trenzas blancas que cuelgan de ellas, y de las que se vale para ejecutar fabulosas acrobacias. También, asida a ellas y a extraordinarias velocidades, planea sobre la superficie del agua engendrando grandes olas en variados sentidos. Son tan peligrosas como espectaculares las cruces de mar que se producen, al chocar unas contras otras las olas.
Para Cris-cris, si una embarcación se presenta allí, siendo para ella nada más que un inocente juego, envía por su popa las olas, que le harán tomar desmedidas velocidades.
Los barcos no pueden resistir mucho sus diversiones, y al final casi siempre terminan criando caracolas.
Hay veces en que cambia de juego y continua brincando de nuevo por las nubes, y si para entonces el barco no ha sido ya tronchado puede seguir su navegación sin contratiempos; pero estas son las menos.
Los que han conseguido sobrevivir a sus alegrías, dicen que el espectáculo de sus maneras es lo más fantástico que puede persona alguna jamás contemplar. Y afirman que cuando su aparición tiene lugar durante la noche, llega un momento en la que se le ve ascender sin límite hasta las mismas estrellas; toda ella es como de pura luz asemejándose a un cometa: su cara, sus vestidos, su pelo, el rastro que deja tras ella...
Para terminar os diré, que existen Melanirias semi-humanas, y Cris-cris es una de ellas. Estas, aún teniendo capacidades comunes a las de sus madres, tienen una existencia limitada y pueden llegar a reproducirse en algunas ocasiones, teniendo sus descendientes parecidas facultades que van disminuyendo según se mezclan más y más veces con los humanos. Esto se da, ya que en contadas ocasiones y por motivos muy concretos, traban relación con alguna persona humana, y hacen que esta les acompañe.
Le preguntó mi padre entonces: ¿cual crees que podría ser la razón por la que Cris-cris se hiciera acompañar de una persona normal?
Minardo contestó sin dudar, que un buen trapecista sería del gusto de ella. Sabía que en varias ocasiones se la había visto contemplar desde el agua -ellas nunca hollaban tierra, ni surcaban sus cielos- una muy importante celebración que se producía no lejos de allí, y en la que acróbatas de todos los lugares se juntaban cada decenio para exhibir sus logros; eran la crema de todo tipo de volatineros.
Se decía que ella lloraba al contemplar a los escogidos personajes, tal como lo haría una madre al contemplar los primeros pasos de un vástago suyo...
Se intuía ya el final de la historia,
Dimondi se embutió en un largo silencio, durante el cual escarbó en sus recuerdos.
Ardían las velas fundiendo la cera para terminar amontonándose sobre las vetas de la madera,
no se oía ni una carraspeo, ni un chapoteo, ni un quejido de fibra alguna ni de esparto, ni de tabla,
era un momento de esos, en el que el respeto para con la persona que desnudaba sus creencias, sus recuerdos, deseos y pensamientos, superaba al deseo de que terminara de contar su relato...
¡Si!, dijo casi en un susurro al fin "Il voladore", sucedió lo que imagináis: hubo un gran temporal durante el viaje. Encontraron aquellas plácidas aguas y por miedo a naufragar se refugiaron en ellas, habían embarcado mucha agua y el casco atacado por los gusanos al no haber sido suficientemente reparado, fue razón para navegar por el corazón de aquel insólito espacio.
Apareció Cris-cris y comenzó a juguetear con el Sedal...y se fue a pique.
Mi madre y todos los que esperaban con ansia a los navegantes, se arruinaron y pasaron a ser sirvientes de los aparecidos orfebres.
A los meses nací yo, y pasé una aciaga niñez.
Pero cuando aún no llegaban mis ojos a la altura del ombligo de Gallatia, mi madre. un día sucedió algo:
Se presentó un hombre en nuestro pueblo, y se instaló en la posada. Merodeaba sin prisas los alrededores, y era dado a entablar conversaciones durante los pocos ratos libres que disponíamos. Una noche, se dirigió a mi madre a ocultas de sus amos, y le contó algo que si bien le produjo mucha tristeza, le liberó de el deseo de conocer el final o destino -que nunca se pierde-, de cuando alguien allegado desaparece en la mar sin dejar rastro alguno.
Le confesó como hubo un superviviente del naufragio del Sedal, fue rescatado. Aquella persona le contó con todo detalle, la fatídica jornada durante la cual Cris-cris apareció prendiéndose de una nube tras otra, asida a las deslumbrantes y larguísimas trenzas blancas que de ellas pendían.
Luego, como planeó sobre sus pies sobre las plácidas aguas, provocando olas en todas direcciones. Estas cada vez fueron mayores, y ya por fin envió una enorme masa de agua por la popa del Sedal, impulsándolo en su seno sin perder nunca la proa, en la dirección tomada.
Llegó un momento -después de un largo espacio de tiempo-, en el que parecía que saldrían de aquel lugar, para llegar de nuevo a las abandonadas aguas. ¡Era inconcebible que eso fuera lo que toda la tripulación deseara, volver a adentrarse en la tormenta!; y eso fue lo que sucedió...y allí naufragaron.
Aquel hombre le describió como el suceso sucedió ya la noche bien entrada, y como mientras el barco se hundía, la vieron subir y subir hacia las alturas, dejando un rastro blanco como de polvo de estrellas.
Le contó como la increíble belleza de sus gozosos juegos, hizo que todos ellos quedaran extasiados a pesar de que intuían que aquellos hechos terminarían con ellos, aunque la Melaniria no tuviera interés en causarles daño alguno, ¡únicamente jugaba!
Le contó como cuando navegaron propulsados por la enorme ola, un pasillo de purísima luz, se formó ante ellos en mitad de la oscuridad, y como también dejaba un rastro níveo por la popa que gradualmente se consumía.
Como las nubes de las que Cris-cris se prendía para sus acrobacias, se iluminaban aún más, de un blanco plateado cada vez que colgaba de ellas, mientras las trenzas emitían un fantástico siseo con el balanceo.
Como al chocar una contra otra las olas que Cris-cris fabricaba, generaban grandiosas montañas de refulgente espuma que ascendían hasta alturas inimaginables.
Como mientras ella emitía regocijantes sonidos de alegría a cada momento.
Pero sobre todo, aquel final que contemplaron, como Cris-cris ascendió dejando aquella crin radiante hasta llegar su estela hasta las mismas estrellas...aquella visión lo compensó todo.
A los pocos minutos, el Sedal se hundió, y solo sobrevivió aquel tripulante.
Minardo -aquel que les advirtió de lo que después les sucedería-, lo rescató de entre los restos del Sedal.
La persona que nos relató los hechos, conoció a Minardo y fue el que le refirió el motivo de aquel viaje, y como encontrar el origen de aquellos naufragados.
Aquel único superviviente, todo aquel tiempo que estuvo en compañía de Minardo, se dedicó a lo que mejor sabía hacer, tejer y tintar piezas de seda, ya que resultó ser uno de los secuestrados.
Pronto fueron aprendiendo de el, y aquel puerto se convirtió en referencia para el comercio de la seda.
Amir, que era el nombre del esclavo secuestrado, de ascendencia sasánida, pasó de vivir como esclavo a dirigir a aquellos que teniendo fama de mente ligera, resultaron tener gran capacidad para tratar las sedas.
El, en el fondo estaba agradecido de que Giuseppe y sus hombres, lo hubieran liberado de las garras del chamán que durante tanto tiempo los explotó. Sus ascendientes también fueron esclavos, desde hacía varias generaciones, y ahora era libre y rico; así que decidió compensar a los familiares de los que acabaron con tantos años de miserias padecidas.
El extranjero aparecido, era portador de una gran cantidad de dinero, y un magnífico barco, en el que transportaría hacia el que ahora llamaban "Muelle de los Iluminados", -ya no solo por su carácter, sino también por la calidad y acabado de sus sedas-, para continuar allí su oficio y retomar un provechoso destino.
De Cris-cris nunca más se supo por aquellas latitudes, aunque si que de cuando en cuando, había personas que la mentaron en distintos mares.
Después de otro silencio, Dimondi concluyó de esta manera su relato:
Todos estos hechos los escuche del extranjero, y a la vez que oía el suspiro que exhaló mi madre al final, supe cual sería mi destino en adelante, hacerme encontrar por Cris-cris y volar con ella hasta las estrellas.
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