domingo, 4 de diciembre de 2011

MIRACIELOS

MIRACIELOS


Este tercer personaje, Miracielos, encuentra su redención en un largo viaje, tras una estela.








Era Miracielos una persona con una boca de la que pocas palabras nacían, de escaso cuerpo y delgado, contrahecho y de salud bastante perdida. Terminaban sus cortas y flacas piernas en dos pies que con penurias le sostenían y por las zozobras de la navegación descomposturas muchas sufría.
En su contra también sus manos, no apropiadas para la vida marina, así como su mala aptitud para sobreponerse a padecimiento ninguno.
De agrio carácter y suerte esquiva, era notorio que cuando pulgas y piojos le atacaban, al primer sorbo de su mala sangre fulminadas caían.
Como bucanero... calamitoso, no había espada o sable que sus brazos pudiesen sujetar con cierta cordura, ni tampoco pistola que disparase sin poner en peligro los cueros de cualquiera que estuviese en sus alrededores, menos el apuntado.
De estas maneras era dueño, pero también con el tiempo de otras ejemplares lo fue, que aquí después serán referidas.
Lo encontraron sólo, en una pequeña isla, alejado de todo, taciturno y las nubes observándo.
Pasado un período durante el cual se mostró distante y compungido, entabló Ponpon con él primero acercamiento y en posterior su amistad, gracias a su natural risueño y cargado de simpatía, refiriendo sólo a él en confianza su inquietante historia:
Había hecho de su vida profesión, la condena, ya que fue un temible inquisidor. A su paso las gentes se apartaban temerosas, cuando caminaba con paso cansino, siempre por entonces ojeando el suelo. Por dicha actitud y su rango, era en ese tiempo conocido como Mirainfiernos.
Se sabía rechazado y solo una persona existía que mirase por él, e intentaba alejarlo de tan siniestros procederes. Era ésta su única pariente, su hermana, que sabía que malos clavos que ensañan la vida, pueden hacer de una persona de carácter ligero y naturaleza sentida, el peor de los canallas.
Siendo ella en todo opuesta a las creencias del entonces Mirainfiernos, intentaba apartarlo de su nefasta vida, con amor fraterno, nobles pensamientos y en requeridas ocasiones descarados comportamientos, que él a mal soportaba y ocultaba ya que era la única persona que a bien quería.
Pero la compañera de amor de su hermana, resultó ser acusada de brujería y por su orden fue maltratada y muerta a fuego junto con otras de sus allegadas, en un terrible proceso llevado a cabo en una tierra de hermosas montañas, en la que en una gran caverna se reunían al gozo de la existencia, personas que entendían la vida como un regalo hermoso, del que era menester desentrañar y aprender del gozo de sus misterios, no sintiéndose dueños sino parte de aquel privilegio.
Acudió su querida hermana en auxilio de su amada y atrapada en el discurrir de los acontecimientos, sucumbió también ella, así llameada en la pira, dejando mensaje a su hermano, ausente ya del lugar del suceso e ignorante de la relación de ambas y el estropicio causado.
Dicho mensaje exponía:
"En tu estúpida, retorcida y tenaz ignorancia has dado fuego a la sola persona que te quería y a la sola persona también, a la que tu correspondías.
Nos han hecho carne quemada y humo, junto con nuestras gentes que no pretendíamos riquezas ni maldades, sino únicamente recorrer la senda de la dicha que el conocimiento proporciona, para mostrarla a propios y distantes.
He venido aquí en ayuda de mis segundos hermanos y me he encontrado la feroz e injusta obra, del que ahora yo condeno que eres tú, mi verdadero hermano.
Porque así lo hago y lo cumplas, te condeno a que dejes de mirar al tenebroso infierno y contemples ahora el cielo, tan pleno siempre de luz y ensueños.
Que al sufrimiento, siga cumplimiento y por labor de ellos, el recorrer de tus pasos, torne"
Aceptó Miracielos el castigo y dirigió sus ojos al cielo, vislumbrando una estela constante que siguió, pues dedujo que era obra de su hermana y allí estaría en ella.
Le condujo hacia el poniente, atravesando primero tierras, hasta que llegó un día que cielo y mar se presentaron fundidos ante sus ojos. Continuó después por mares y más tierras, siempre al oeste, buscando el refugio del Sol, la cuna de sus últimos rayos.
Confiaba indicase la estela, un final, un destino, pero no lo hacía y a la siguiente jornada después de cada noche, allí arriba, en el cielo otra vez se mostraba ella apremiante y hermosa, recordándole así sus hechos y haciéndole gastar pies y espaldas, por aquel saco de gruesa tela que soportaba, contenidos en él sus penas. 
Pensaba que llegaría a un punto finito, pero se dio cuenta que ni el oeste ni el este lo tenían, tan sólo eran direcciones y que el final del viaje lo decidía el viajero, lo hizo en aquella pequeña isla. Allí terminó de purgar sus culpas y un amanecer mirando el cielo, sus sentidos perturbados sintió que como la estela, desaparecieron. 
Esa misma mañana, aparecieron al oriente las velas del Maribeltz henchidas de blanco, con su bandera riendo en lo alto.
El barco tuvo un nuevo tripulante.
Miracielos, hablaba poco y repetía menos. Pasaba largos periodos callado, pero en cualquier momento de improvisto, describía con imaginativa fantasía momentos, situaciones, estados u otras capítulos generales de emoción que se vivían en los trayectos, con dicción esmerada.
Por ejemplo en la primera noche que Miracielos contempló el espectáculo que daba lugar, cuando bancos de algunos tipos de peces coincidían con el barco rodeándolo y el fulgor de sus escamas producían un lecho verdoso fluorescente, Trumoia lo llamaba "ardora", sobre el que discurría plácidamente el barco, dando luminaria al casco, a los bajos de las velas y a las caras que se asomaban extasiadas ante tanta belleza, se oyeron lentas y sentidas las palabras de Miracielos: "Quisiera, del barco ser su estela, para poder así acariciar esos verdes lomos y de vuestras bocas sentir su burbujeo, de placer estremecido."
Quedaron todos en silencio, tallado dentro de cada uno ése momento ahora tan bien descrito, pensando que cuando lo contaran a sus hijos, mujeres o amigos, debían acordarse de las palabras una a una que pronunció el pequeño Miracielos.
O cuando llegando el huracán, todos se aprestaban tensos e intranquilos y con los cometidos de cada uno bien dispuestos. A poco de ellos, las grandes olas y el viento amenazando rasgar la arboladura en cualquier momento.
En un lapso de calma, como tomando la tormenta más impulso, se oyó la voz de Miracielos clamar:
"Nuestros rumbos se cruzan airosa gran tormenta, pero no te tememos sino por contra te deseamos.
Tú nos haces en tus brazos más fuertes, así que ahora no nos esquives que te queremos tal como te apareces, fuerte y brava, de la mar la más hermosa."
Y así se enfrentaban a ella más resueltos si cabía y convertida la tensión en alegría.
Era persona mal leída, pero recordando a su culta hermana, entró en ansias de otras lecturas que no fuesen de santos, dogmas, dioses y castigos y cada vez que de un transporte hacían presa, el papel de las hojas de los libros se convertían en el botín por él preferido y así también cualquier pasajero docto en no importaba materia, en su protegido se convertía.
Pero el más valioso y práctico de sus legados fue el que sigue:
La tripulación del Maribeltz estaba compuesta de toda suerte de gentes de procedencias variadas con sus colores y lenguas. Esto hacía dificultoso el entendimiento. Amigo Miracielos de grandes silencios en los que parecía estar ausente de todo, escuchaba y observaba los hechos que seguían a las palabras para entender sus significados. Comparando, lo mismo dicho, en diferentes lenguas, fue escogiendo de cada una las más bellas y sonoras para los oídos,  lo cual las hacía más recordables y así compuso un lenguaje cantarín y eficiente para lo relativo a menesteres náuticos.
Después con la colaboración de Trumoia y Ponpon, en los habituales duelos de versos y ocurrencias que tanto abundaban a bordo, incorporaban dichas palabras que por el contexto o si era menester la traducción, todos fueron entendiendo y parloteando.
Como bien es sabido, el canto y la atención hacen memoria y así quedaban retenidos los nuevos vocablos que en momentos de importancia eran comprendidos por todos a primeras, conformando un dialecto común, hermoso y sonoro, muy conveniente cuando lo poco que se puede decir por circunstancias difíciles de la vida marinera, era importante entenderlo sin dudas.
Así mismo estas palabras conducían a un mejor hermanamiento.
En algunas ocasiones aparecía una estela solitaria en el cielo, pero ya no marcaba ninguna ruta.
Solamente llegaba al Maribeltz y en sus velas blancas se posaba.
Cuando ocurría, las miradas de Miracielos y Ponpon se encontraban y sus bocas sonreían.  





     

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