LABIX
Angelas, genias, duendas, diablas...se les denominaba de varias formas, aunque entre ellas se llamaran de otra manera.
No se hablaba mucho de ellas. Siempre eran mujeres y se las temía.
No obstante podían también resultar muy beneficiosas.
Eran las salvajes Melanirias
Cuando surgía alguna de ellas en una conversación, estaba muy mal visto y castigado, mofarse o convertir a cualquiera de ellas en habladuría; más de una vez algún ligero de lengua, terminó raudo su chisme con una cicatriz firmada. Por contra, cuando era persona con crédito, el silencio atrapaba a los concurrentes para dar paso a sus palabras, y como no a tamborileos de manos, castañeos de dientes y otras pruebas que demostraban el temor que se les tenía.
Pero caídos en sus brazos, se las amaba como nunca podría amarse a nada.
Yago estaba feliz. Era ya mediodía y todos seguían dormidos. Ella también descansaba ahora.
Cando la vio llegar a lomos de su gran serpiente, fue el único que no se asustó. Al fin y al cabo, (ya lo dijo Neco) -Yago es un Djinn, afortunadamente bueno-
El intuyó con antelación que se acercaba algo alarmante, para eso era un Djinn, pero no estaba preocupado.
Estaba feliz porque ahora podría realizar sin trabas su eterna tarea: cambiar las cosas de sitio. Ellos, -los piratas-, no eran capaces de entenderlo, ¡Las cosas tenían que estar siempre en su lugar!, y que los sitios cambiaran de ubicación continuamente daba buena suerte les advertía, pero no le creían.
Después, cuando despertaran, volvería a explicárselo y esperaba que de una vez por todas lo comprendiesen.
Pero mientras iba a aprovechar que nadie le podía impedir que lo reordenara todo a conciencia. Y así mientras Labix retozaba con toda la tripulación dormida uno a uno, el comenzó a mover las cosas al emplazamiento que realmente les correspondía para ese día.
De cuando en cuando se cruzaba con ella y se sonreían, cada uno estaba centrado en su tarea y no se molestaban. Bueno, en realidad ella tuvo que apartarse varias veces con prontitud, al interponerse ella en el camino de Yago y sus muebles, aparejos, herramientas, bártulos y todo tipo de cachivaches. Por supuesto el no iba a esperar a que le dejara libre el camino, mientras ella se entretenía con el pirata de turno, ¡tenía que apartarse y rápido, el estaba trabajando y ella se divertía!, -pensaba el-.
Yago no sabía que lo que ella estaba haciendo era bien diferente.
Otra gran afición del Djiin era la comida, y con todo el mundo dormido, concluida su tarea se encamino al paraíso ¡la cocina! Pero antes se asomó por la borda, para admirar la gran serpiente sobre la que arribó aquella bellísima mujer. Cuando despertase le convencería para montarla los dos y dar un largo paseo. Pero eso sería después.
Pero dejemos a Yago para más adelante, y os contaré la peripecia completa en la que se vio envuelta la Maribeltz y los ahora durmientes, que hasta hace bien poco se sorprendían ante la aparición y posterior arribo, de aquella mujer de indecible belleza que desde muy lejos vieron navegar hacia ellos serpenteando y cabalgando las largas olas, interpuestas entre el horizonte del que surgió, y el brillante casco del Maribeltz.
Lekim, la serpiente de platas y agua, les persiguió sin descanso durante tres singladuras, con Labix cabalgándola enhiesta con sus piernas bien sujetas a su cuello, sin aflojar ni por un momento. La Maribeltz con todo el trapo al viento, surcaba rauda la mar con viento fuerte entrando por popa; todo le era favorable en su huida: viento, oleaje le acompañaban y la inmejorable disposición nave, comandada por un Trumoia experto y con toda la marinería entregada, hacía que el espectáculo resultara eléctrico. La Maribeltz pareciera una potra salvaje a galope tendido por un interminable campo de espigas que por su cabalgada arrojara semillas de resplandecientes gotas de agua, volaba cortándola con su proa como un alfanje bien afilado, las olas parecían azuzarla compitiendo con ella, como diciéndole ¡huye, huye, no te des tregua, huye!
Pero aquella maldita serpiente no cejaba ni por un instante su empeño, cada vez más grande, cada vez más cerca ondulaba experta entre las olas. Por la noche la luz de la Luna al rebotar en sus escamas, hacía cabrillear el agua indicando que ni se perdía, ni se rendía.
Al segundo mediodía la serpiente se puso al alcance de la pequeña pero mortal culebrina de popa, pero ante cada uno de los dos disparos que consiguió hacer, Lekim se sumergió veloz con Labix bien sujeta evitando la escupida; la serpiente ganó a la culebra.
Cuando se disponían ya a enfrentarse con todas sus armas a la amenaza exhaustos pero resueltos, esperando la segunda emergida...la serpiente y su amazona no aparecieron.
Les hablaron de Labix, les advirtieron de su peligro, sabían que era uno de esos temidos seres, pero a pesar de saber de la desaparición de varios barcos por aquellas fechas en las aguas que iban a surcar, no hicieron caso. Tenían algo muy decisivo que hacer después de el episodio en la isla de Marama. Muchas bolsas de perlas les esperaban y la avaricia se impuso y se arriesgaron. Ahora esperaban por turnos intentando no dormirse ante la aparición de Labix.
Pero el sopor los fue conquistando uno a uno, y los venció a todos.
Yago despertó a media mañana. Pidió ayuda a aquella mujer para arriar las velas, a lo que ella accedió. Entre los dos desaferraron las velas y cada uno se dispuso a sus tareas: uno a reubicar las cosas en sus nuevos lugares, y la otra a introducirse en los sueños de los dormidos.
De eso se trataba, Labix necesitaba de los sueños de los marinos.
En ella era como si habitaran dos entes unidos por los sueños, que se alternaban una y otra vez. El prodigioso y el humano.
Deseosa de experimentar el latir su pasado humano, Labix se introducía en el sueño de los dormidos, y así con las soñadas de ellos se hacía mujer carnal en sus sentimientos cerebrales; catarlos era como una droga para ella. Además en los sueños se recopilaban muchos de los temores ocultos, deseos insatisfechos, vivencias notorias, recuerdos, metas y logros, aciertos y errores, virtudes, pecados...eran la esencia de las personas vista de una manera fantástica y sin límite, sin ataduras ni freno; era su faceta espiritual y a ella le apasionaba vivirlos conectada a sus mentes.
A los invadidos, una vez superado el primer pavor que percibían en su inconsciencia, se dejaban explorar sin armadura, se iban relajando cada vez más profundo y lo mostraban todo.
Ya dentro, Labix separaba la paja del grano, y si bien se deleitaba con lo onírico de sus reposos, también apartaba pesadillas sin sentido y temores infundados siendo el resultado de ello bien provechoso. Todo tipo de locuras, trastornos, miedos ocultos... desaparecían
Lo malo era que no siempre despertaban.
Para hacerse hueco en su razón dormida, Labix se tenía que acercar y reposaba sobre ellos aspirando sus sueños, -era lo único que le interesaba de ellos-
Cuando llegó a Trumoia, al tenderse sobre el escuchó algo como un burbujeo, pero no le echó cuenta y se dispuso a contemplar sus pensamientos.
El ojo albino de Trumoia con el contacto aumentó su burbujeo. Aquella mujer (o lo que fuera), contenía dentro de ella conocimientos desconocidos, y no iba a dejar escapar su contenido.
Labix comenzó a notar sensaciones nuevas estando ya sobre el pirata. Intrigada lo observó un rato mientras se preguntaba: ¿que era lo que tenía de especial aquel hombre, para que dilatara en su habitual quehacer?
Estaba comenzando a sentirse diferente a siempre.
Se sentía especialmente contenta sobre el tuerto aquel y algo le iba invadiendo, apoderándose de ella una sensación desconocida.
Poco a poco empezó a jadear, entendiendo cada vez menos lo que le pasaba.
Labix sintió un deseo irrefrenable, que no había experimentado nunca, hacia aquel hombre.
Sin entender porqué, lo desnudó.
Ante la inadvertencia de ella, el ojo brumoso de Trumoia cada vez estaba más luminoso y caldeado.
Ella lo acarició, mesó sus cabellos, aspiró su respiración, lo besó, hurgó con su lengua en el interior de su boca acariciando a la suya, lo lamió, lo abrazó encendiéndose en el y notando que les envolvía a ambos una tibieza desconocida.
Sudaba por primera vez, y sentía como en su entrepierna algo le bullía y le dominaba.
Sin saber porqué lo hacía, liberó sus pechos y subió su falda.
Descendió otra vez hacia el, y sintió como "aquello", la penetraba produciéndola gozo.
Lo sujetó por las muñecas y entabló un ritmo sobre el cada vez más frenético mientras se humedecía cada vez más, y más, y más...
El ojo blanco bullía ahora, mientras Trumoia a su vez se encabritaba y la sacudía de abajo hacia arriba.
Con el traqueteo botaban sobre la madera sonando un cada vez más trepidante: tumbp, tumbp, tumbp......
A cada instante aumentaba el ritmo y la potencia de las sacudidas.
Para Trumoia era un sueño, para Labix una realidad -desconocida hasta entonces- delirante.
Le sudaban hasta las uñas, brillante y chorreando placer encima del pirata, sin tener noción de lo que veían sus ojos perdidos
Algo se fue haciendo cada vez mayor dentro de ella y advertía que reventaría de un momento a otro, era como si subiera al cielo a la carrera.
...y al llegar a la cima, estallaron los dos entre gritos y jadeos el, y con un alarido de ella larguísimo y penetrante, que inquietó tanto a su serpiente que izo que asomara su cabeza con agilidad por la borda dispuesta a defender a su ama, produciendo un inquietante balanceo.
Al ver su gran cabeza a su lado, justo pudo hacer un gesto mudo para calmarla, si bien se quedó ella observando erguida su cabeza en la cubierta un rato, escudriñando posibles peligros.
Yago, que dormía plácidamente después de haber rebuscado en la despensa, para con calma ir masticándolo todo, por el chillido final despertó y acudió a ellos. Al ver al la gran serpiente allí, una sonrisa inmensa se plantó en su cara. Se acercó a la escamada y se miró en ambos ojos; le hizo gracia la disposición lateral de ellos. Después manoseó su morro sin dejar de sonreír mientras resbalaban sus manos por las escamas. Con los dedos levantó una de ellas y al soltarla sonó un ¡clack! al volver a su posición original produciéndole sorpresa; mientras Lekim sacaba la lengua y le alenguaba con delicadeza, acción que produjo una alegría desbordante en el, minimizando sus párpados ya de por si rasgados. Le gustó aquel juego con las escamas y repitió la manera con muchas más de ellas, a cada vez seguía un ¡clack! nuevo, y a la serpiente parecía que le satisficiera, ya que continuaba cariñosa con sus lametones; se entendieron bien desde el comienzo.
Ahora la mujer aparecida también dormía, todo el mundo lo hacía menos el y la serpiente. Pensó Yago, en montar sobre ella para dar un buen paseo, estaba seguro que la serpiente se lo permitiría. Lo estuvo tramando, pero ¡podría ser que no le gustara a la Melaniria hacer esto sin su consentimiento! Como adivinado su pensamiento, Lekim se deslizó hacia el agua.
Pensó en como pasar el tiempo de otra manera mientras se despertara alguien, y después de hacerlo un escaso minuto decidió que haría: cambiaría de lugar más muebles.
Después de emplearse en la tarea, se fue a dormir. Eso igualmente le gustaba mucho y estaba fatigado.
Al despertar todo seguía casi igual, únicamente Labix estaba levantada, aún aturdida por algo que ella no recordaba bien. No entendía lo que había sucedido, siempre que abordaba un barco y en cuanto se empapaba de los sueños y pensamientos de los tripulantes, sin más lo abandonaba. Pero en aquella ocasión se había quedado como ellos ¡dormida!, además algo le pasaba ya que se encontraba algo débil y perdida. Soñó que retozaba gozando con aquel marino, mientras una gran esfera blanca giraba a su alrededor jaleando sus movimientos con el. Ese mismo proceder más habitual entre hombres y mujeres los conocía y nunca había podido entenderlo, ni siquiera en sus narcosis propias de todas las Melanirias.
Ya antes de divisar al Maribeltz, Labix sentía la presencia de un ser especial a bordo. Eso le incitó incluso más de lo habitual a emprender aquella persecución. Perseguía las presas, con objeto de atrapar los espejismos deslumbrantes de los sueños de los navegantes, pero también estaba intrigada de saber quién otro diferente navegaba con ellos. Cuando por fin los abordó, dejó para el final entablar con el Djinn conocimiento. Ahora era el momento aunque se encontrase extrañamente tan cansada.
El la esperaba junto a la serpiente -que asomaba por la borda-, con su perenne sonrisa y su pícara mirada, que alternaba entre ella y Lekim. Mientras, la acariciaba con su mano, y levantaba sus escamas para producir los sonidos que tanto placer le daban tanto a el como a la serpiente; Labix también sonrió. Se comunicaron con claridad entre ellos sin palabras. Yago quería no solo dar un paseo sobre su serpiente, sino que además había decidido irse con ella.
Desde que se hizo a la mar, siempre fue bien tratado y apreciado, pero sentía que su tiempo allí se acababa. Los recordaría con mucho afecto pero estaba decidido, y ¡quién sabía si volverían a encontrarse ! Por otra parte su instinto le indicó que acompañara a la Melaniria.
Labix se fatigaba dando signos de una cada vez mayor debilidad.
Algo había en aquel navío que la instaba a que se alejara de allí, y tanto el Djinn como Lekim lo advirtieron.
Labix desfalleció y cayó al suelo, ¡tenían que largarse de allí y bien rápido!
Yago la encajó en un hueco natural que tenía la serpiente en su lomo, y ya en el agua recostada sobre la cabeza, y sujeta por la larga lengua bífida se alejaron unos metros del casco y esperaron. Yago tomó una soga para sujetarse ambos a la gran serpiente por la boca y después de echar un vistazo, corrió a coger su esponja de la suerte, -aquella que cuando aprendió a sumergirse sin tragar agua, encontró bajo las cristalinas aguas de una cala-
La serpiente estaba impaciente, se cansaba de sujetar a Labix con la lengua y le entraba agua por las comisuras de la boca. El Dijnn saltó al agua y antes de incorporarse al lomo, y después de pasar la soga por la boca, sujetó bien a Labix por la espalda y manos.
Se encontraban a corta distancia de la proa, y mientras terminaba de anudar la soga, Yago sintió una mirada en la nuca.
Se volvió y supo la razón de el mal de Labix...
Naydet, protectora del Maribeltz había hecho su trabajo, alejar a la Melaniria de allí, aunque lo suyo le costó conseguirlo. Pero faltaba algo y se lo recordó al Djinn: la tripulación entera seguía dormida y no era seguro que despertaran.
Yago, condujo algo más lejos a la serpiente del casco por la soga, y después la colocó orientada a la proa, y mirando fijamente a uno de sus ojos le dijo: -espera-
Pensó como hacerle entender sus intención de volver para irse con ellos, y se le ocurrió dejar su "esponja de la suerte" entre dos de sus escamas de su morro, confiando que entendiera que era su objeto preferido y que lo perdería si se iban sin el; puede que fuera ser demasiado entender para una serpiente, pero no se le ocurría otra cosa, así que después de hacerlo nadó hacia el barco.
Varias embarcaciones desaparecieron por el hacer de Labix por esa zona. No era intención de ella que sucedieran estas cosas, pero así eran ellas las Melanirias. No buscaban causar calamidad, pero muchas veces lo perpetraban sin ser conscientes de ello.
Yago tenía que despertar a la tripulación que continuaba toda ella inmersa en sus sueños, con serias dudas que los abandonasen. Las alucinaciones causadas por la invasión de Labix en ellos, las gozaban tan vividas en sus adentros como lo demostraban sus rostros, que denotaban una total relajación y gozo.
Ya en cubierta y sin dejar de vigilar la espera de Lekim, pensó como despertarlos sin causarles sobresaltos y a su vez no pusieran pegas a su decisión de marchar en busca de otros rumbos diferentes a los suyos.
Y siendo pícaro por naturaleza sonrió al iluminársele la manera. Extrajo la pluma que portaba en su sombrero, y con ella, uno a uno les fue cosquilleando los pies, narices, orejas...
Mientras, Labix ya fuera del barco se iba reponiendo poco a poco y la serpiente esperaba algo más calmada.
Se entretuvo un poco si, pero veía que le esperaban, así que mientras los piratas comenzaban a abandonar su sopor, el se reía divertido con su juego.
Esa sería la imagen de el que mantendrían: una última broma, su perenne sonrisa y verle alejándose a lomos de la serpiente en compañía de Labix agitando hacia ellos su mano.
¿Que fuera asombroso que los despertara con una simple pluma? Bueno, al fin y al cabo, el era un Djinn.
Al abandonar el barco, la serpiente intuyó que algo había cambiado en Labix. Su fino instinto le indicó que ella iba a necesitar un lugar tranquilo para reposar y por primera vez la desobedeció. Sabía de un lugar donde estaría tranquila y segura, y tomó aquella derrota sin obedecer la órdenes de su ama. No entendía el porqué, pero intuía cambios importantes para con ella, y que necesitaría de su total protección por un tiempo. Labix que era todo coraje y brío se haría indefensa, aunque también tendría la ayuda de el Djinn.
Ahora sin saberlo, le esperaba la preñez y el parto de la que sería hija suya, Stella. Por un tiempo se convertiría en una humana transitoria, aunque gestaría más rápido de lo habitual y a su vez Stella en sus primeros años se desarrollaría mucho más rápido de lo que dicta la naturaleza humana. Sería hija mestiza entre Hombre y Melaniria, pero no la única ni mucho menos. Así mismo Stella y Yago no se separarían nunca.
Pero no es momento de contarlo ahora.
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