sábado, 29 de septiembre de 2012

ANATAHI


ANATAHI


El sexto personaje de nombre Anatahi,  se enrola en la tripulación del Maribeltz, para emprender un largo viaje de ida y vuelta. Surcarán los mares en el airoso bergantín, en busca de un libro que tiene abrazado entre sus tapas, como no… un tesoro. Pero no será éste de oros ni platas, sino de letras. Letras que su madre, Marama, creía que por estar en papel, eran presas.
Una canción, sobre las ballenas que cuando arponeadas de muerte escapaban entre las luces negras de las noches en agonía, demostró que las letras no padecen por estar en papel estampadas y que en los libros, se sienten acomodadas.










En los sueños de Anatahi una nube solitaria se le presentaba a menudo. El saltaba sobre ella buscando transporte en su mullido lomo, pero una y otra vez caía al agua mientras la veía alejarse hacia destinos inciertos produciéndole desasosiego verla como sin él, de él, se alejaba.
Su madre Marama, al escucharle tales ilusiones le explicó como su padre Sándor “El Magiar” fue un viajero inquieto y que en el de seguro heredado, también estaba contenido, el deseo errante del vagamundos, siempre insatisfecho.
Anatahi suspiraba pensando en aquella pequeña nube que una y otra vez se le aparecía en sus dormidas, para después negarle a viajarlo montado en ella.
Las islas se le hacían pequeñas y la mar tan inmensa le seducía como el canto de una sirena, invitándole tanto con el arrullo de la mar calma, como con el estruendo de sus olas y vientos enfurecidos.
Un atardecer, un Maribeltz en apuros huido de una tormenta azotado y herido, divisó la isla donde Anatahi y sus gentes habitaban y hacia ella aproaron buscando su abrigo.
Fondearon en una cala y con tantas dudas como necesidades botaron un bote y en ella varios de sus tripulantes bogaron hacia la orilla prestas armas y sentidos, conocedores de la belicosidad de los maoríes que habitaban aquellas islas.
Mientras se acercaban a la raya blanca de la orilla, los temibles guerreros tatuados ya les esperaban entre las sombras, ocultos y armados. El único deseo de encontrarse con aquellas gentes de pálido rostro, era el guerrear con ellos para desproveerlos de aperos, vidas e incluso de sus propias carnes.
Desde un alto Anatahi había divisado en la lontananza una rechoncha nube blanca y bajo ella las heridas velas del Maribeltz. ¡Era exacta a la de sus sueños!, he hizo palpitar todo su ser y tras una larga carrera, se plantó en la playa entre navegantes y emboscados.
Su resuelto y amistoso porte, más la petición de la notoria Marama en favor de respeto a la actitud de su hijo, hizo que desembarcasen sin contratiempos siendo amistosamente admitidos en la isla. 
Pasadas unas semanas en las que se saneó los desperfectos ocasionados por la tormenta sufrida causante del arribo del barco pirata, se celebró un festejo en el que la buena comida, las habituales crónicas marinas sobre las incidencias durante las travesías y como no, la oratoria de Marama, reunió en apacible camaradería a toda persona natural y arribado a la isla.
No tardaron mucho en ocupar lugar los bellos cantos maorís que embelesaron a los marinos.
De seguido la tripulación con Ponpon con su voz alegre a la cabeza, dio respuesta cumplida, también a manera de cánticos para el deleite de todos.
Gozaba Trumoia de una sentida y profunda voz y además manejaba con soltura el violín.
Alguien le reclamó que entonara una canción que hacía tiempo había oído interpretar a unos compatriotas suyos, cuando su barco ballenero fue avistado en apuros huyendo de corsarios contrarios, siendo ahuyentado por la presencia del Maribeltz.
Habían celebrado los balleneros la ayuda hermana agasajándoles en un puerto cercano.
En una taberna, al caliente, bien comidos y mejor bebidos, surgieron las canciones como brotan los chorros de agua del lomo de las ballenas; también se relataron vivencias y contó Trumoia como él también en sus comienzos faenó como grumete en un  ballenero.
El patrón de la embarcación socorrida sabía del barco donde marineó Trumoia y recordaba haber escuchado una bella y triste canción a su patrón de nombre Joanes.
Trataba ella de como cuando arponeaban de muerte una presa en horas tardías y conseguía ella huir herida sumergiéndose en el negro manto de la noche dejando una estela roja de sufrimiento, mientras se encaminaba hacia la muerte.
Cuando sucedía tan mal lance Joanes patrón del ballenero, se sumía en una profunda tristeza. El necesitaba de la ballena sus aceites, carnes y barbas y por ello las cazaba, pero desechaba el padecimiento innecesario que se le venía al gran pez, rota la estacha del arpón clavado en ella.
Cantaba entonces una apenada canción con su violín muy bella.
¡Como tantas veces, las grandes tristezas engendran hermosuras!
Trumoia recordaba la melodía, pero no así su grafía, aunque letra y música la guardaba entre sus partituras.
Ya llevaban un tiempo por aquellas aguas y sobre todo Miracielos con su facilidad de aprendizaje dominaba algo de la lengua maorí y se entendía con los isleños.
Por medio de él supieron los tatuados de la canción de la ballena herida, solicitándole que la interpretase.
Trumoia les expuso como su violín a causa de la tormenta, por la humedad se había hinchado y descompuesto, y como éste reproducía como ninguno los llantos de una ballena, fragmentos centrales de la balada.
Le pidieron describiese del violín sus formas y al representarlo dibujado en la arena los nativos reconocieron de inmediato el instrumento, como el que en manos del magiar en no pocas ocasiones deleitó tocando sus armonías.
Contaron que en los últimos meses de Sándor en la isla, no había podido tocarlo ya que las crines de caballo con el que sacaba los sonidos se deshilacharon, no pudiendo encontrar nada para sustituirlas. Así no estaba a mano en su precipitada marcha y quedó en guarda de Marama.
El arco del violín de Trumoia estaba intacto y al poco estaban reunidos violín, arco y partitura en las manos del marino.
Ante las deseosas miradas de los reunidos, Trumoia compuso un atril improvisado para sujetar la partitura y comenzó a interpretar la balada con habilidad y sentimiento.
Cuando Marama empezó a escuchar los primeros compases se quedó desde la primera nota descompuesta, a cada sonido, suspiros y lágrimas le invadieron, su vello se erizó como alfileres sintiéndolos uno a uno como nunca los había percibido. Se le nubló la vista y recuerdos que iba perdiendo, le regresaron nítidos.
Todos los allí reunidos contemplaron en silencioso respeto su llanto, pero no sabiendo la razón de tal los marinos, por medio de Anatahi conocieron el motivo.
Marama era una gran oradora que reunía en su imaginación y memoria, tanto la historia de la tribu, como composiciones orales suyas que relataba en reuniones que también atraían a habitantes de otras islas, tal era su fama.
Sándor había acudido en busca de ella por su notoriedad, por ser el también amante de las palabras.
Él era escritor y recopilaba además de sus fantasías y apuntes de sus viajes, relatos de interés que se encontraba; los de Marama, le hechizaron.
Marama desconocía la escritura, para ella las historias y relatos reales eran fielmente siempre iguales, pero no así los  cuentos...
Las palabras que componían éstos afirmaba que eran seres vivos. Cuando salían en voz por la boca nacían, mientras eran escuchadas vivían y al terminar lo contado y escuchado por los oyentes, morían terminando su natural ciclo. Así como todo lo vivo: germinaban, transitaban y fallecían, para volver a producirse el mismo hecho cada vez que volvían a ser relatados.
Sus conferencias eran muy sentidas, era el poder de las palabras al transitar de la boca a los oídos; en cada persona se introducían conformando sensaciones parecidas pero nunca iguales.
Al estar escritas, creía que no estaban vivas sino presas. No tenían oportunidad de completar el ciclo natural de nacimiento, vida y muerte y por lo tanto sufrían, en el papel escritas. Era una angustia continua que ella no iba a consentir de ningún modo, costase lo que costase.
Tenía mucho amor por sus fábulas y haría lo necesario por ellas, como lo hacía una madre por sus hijos.
Prometió Sándor respetar su creencia y no plasmar en escrito tales…pero no lo cumplió.
Un día Marama lo descubrió y Sándor incapaz de deshacerse de aquellos maravillosos cuentos huyó.
Después de ser perseguido un tiempo, estando cerca de ser atrapado divisó un barco en el horizonte y tomando una embarcación se dirigió a él. No le costó mucho convencer a su patrón de la conveniencia de abandonar prestos aquella isla, -ya se divisaban grandes lanchas repletas de guerreros maoris remando hacia ellos- y desplegando todas sus velas fugaron raudos atemorizados...

Al calor de la hoguera, solo se oía el crepitar del fuego.
Marama padecía una extraña enfermedad por la que iba olvidando sus cuentos, su vida, lo iba olvidando todo.
Ella que había desconfiado de la escritura, en aquellos momentos y gracias a aquella canción escrita y musicada por medio de aquellos preciosos signos en el pentágrama, había recordado y vivido intensamemente aquella balada olvidada, que le entonó Sándor tantas noches tranquilas.
Por ella descubrió que estaba equivocada y que en aquella hoja de papel, aquella  canción escrita le había hecho recordar tales momentos con el que fue su querido Sándor, con resuelta vehemencia.
Sándor nunca le pudo explicar lo que describía aquella melodía. Estaba cantada en una extraña lengua que ni él mismo comprendía. La escuchó, le contaba el, en una taberna a la luz de unas velas, cerca de un cementerio con mucha paz y pocas tumbas, frutos de un naufragio. En una de ellas un tal Joanes descansaba enterrado y la letra de la canción y sus notas en un pentágrama, era lo único que quedaba de él, primorosamente labrado como epitafio en una estela. Nadie conocía el significado de aquellas palabras.
Y ahora, por aquellas letras y signos, lo conocía todo y evocó como nunca a Sándor.
Lo veía huyendo de su furia con el libro protegido entre sus brazos.
Ahora era consciente que su memoria se diluía y con ella se perderían muchos de sus relatos. En algún lugar se encontrarían entre las tapas de aquel libro…tenía que intentar encontrarlo y si daba tiempo también a Sándor, antes que su enfermedad borrase el total de su memoria.
Al día siguiente, Trumoia se puso a limpiar con esmero el instrumento y mientras lo hacía un pequeño papel se deslizó de sus adentros. Lo miró y unas palabras que no comprendía estaban escritas en el. Avisó a Miracielos, que como Sándor era conocedor de muchas lenguas, consiguiendo descifrar su contenido.
Esto es lo que decía:

"De un barco naufragado, rescaté la madera con la que fue construida mi casa, con la misma este violín y con la misma una biblioteca. Así ésta madera de pecio es la casa del mundo viajado, de las canciones escuchadas y de los libros escritos y ojeados."

Todo estaba escrito sobre la silueta de un mapa al otro extremo del mundo y con una cruz marcada, el lugar donde su hogar se encontraba.
Comunicó Trumoia a Marama y Anathai el contenido de la nota y en un instante todo quedó para Marama claro.
La disposición de los acontecimientos se conjugaban, para que el joven Anatahi emprendiese un largo y esperado viaje sobre la cubierta del Maribeltz, en busca del libro escrito por Sándor.
Solo faltaba una razón clara para que los piratas emprendiesen el viaje con decidido entusiasmo.
Al día siguiente, demandó Marama si reconocía aquel lugar y a cuantas jornadas se encontraba. Trumoia consultó la ubicación del lugar señalado a su piloto Cartamago que precisó al instante y sin dudas su lugar, y las jornadas aproximadas que distanciaba.
Durante la siguiente noche, Trumoia fue secuestrado en silencio por varios tatuados. Después transportado con los ojos tapados a algún lugar de la isla en su costa y en sus aguas sumergido, por unos angustiosos momentos, para emerger en una gruta por la que caminaron a la tenue luz verdosa que despedían bancos de peces que allí paraban.
Después de un largo trecho y siempre con los ojos tapados, llegado a un lugar le quitaron la venda y ante el se descubrió un suelo plagado de brillos perlados. Ante su asombro le conminaron a que se agachase y tomara en sus manos una de aquellas luces. Así lo hizo y vio que se trataba de magníficas perlas brillantes y sin defecto.
En tres bolsas con el mismo número de perlas, recogieron un buen puñado por cada jornada de las previstas por Cartamago para llegar al lugar señalado en el mapa. Una bolsa a Trumoia le fue dada quedándose las otras dos en la gruta. Volvieron al poblado, siempre Trumoia con los ojos tapados y al llegar reunieron a la tripulación y comunicaron como le había sido entregada las perlas a su patrón para que fuesen repartidas entre ellos al llegar a destino y como si volvían con Sándor y su libro les serían entregadas las restantes, una bolsa por el magiar y otra por sus textos.
La alegría fue desbordante y a las pocas jornadas y después de un banquete de despedida, desplegó entre vítores el Maribeltz sus bien remendadas velas a la búsqueda de aquel deseado libro, el Libro de Sándor "el Magiar", vagamundos, violinista y escritor.