sábado, 27 de diciembre de 2014

DIMONDI "Il voladore" y CRIS-CRIS


Era increíble como aquel cuerpo largo y destartalado pudiera hacer semejantes piruetas en el aire, entremetiéndose por las geometrías que formaban las mástiles, jarcias y cabos del aparejo que domaba a las grandes velas del Maribeltz.
Cada vez que el viento desaparecía, Dimondi pedía a Trumoia que arriase las velas para tener espacio libre en el que ejercer sus piruetas, y así todos se disponían a contemplar el espectáculo que aquel desgarbado personaje dibujaba entre la arboladura despejada, haciendo que la calma en la que se encontraban por la ausencia de los bufidos de Eolo, se convirtiera en una amalgama de exclamaciones de admiración, silbidos, voces de apoyo, y en general cualquier síntoma de aceptación ante las cabriolas del arlequinado personaje conocido como: Felice Dimondi "Il voladore"
Dimondi, se tomaba muy en serio su trabajo y antes de piruetear, siempre musicaba una especie de oración con una voz, que aunque no fuera especialmente agraciada, dado lo ceremonial que resultaban los prolegómenos que ejecutaba antes de cada actuación, se escuchaba en respetuoso silencio. ¡La vida se la jugaba en pos del dibujo de sus imposibles acrobacias, para beneficio de sus espíritus!
El explicaba de tal manera lo que constituirían sus ya dispuestas cabriolas con exactitud en su alegre lengua. Describía con ocurrentes definiciones, las cabriolas, contorsiones, vueltas y revueltas, sus imposibles ascensiones por el intrincado laberinto de la arboladura, y danzas sostenidas en el aire, que constituiría el evento.
Pero no siempre se cumplían con precisión sus deseos, ya que no poseía Dimondi precisamente un cuerpo adecuado para tales artes, y en ocasiones algún despiste hacía que su vida corriera peligro. Pero estos deslices se le perdonaban con facilidad, y la manera de la que salía airoso de ellos al quedarse enganchado de cualquier jarcia, o aferrado con brazos y piernas a cualquier verga salvadora, daba un añadido de emoción verdadera que hacía reventar a los asistentes en risas y aplausos de alivio, al comprobar como en un último instante Dimondi evitaba el topetazo contra la cubierta que le esperaba sólida y callada.
Dimondi no era físicamente agraciado; no era de constitución atlética; nadie le enseñó los trucos del oficio sino su propio ingenio y férrea voluntad; Dimondi ni siquiera era marino pero sus representaciones las realizaba a bordo de los barcos que le transportaban de un sitio a otro de una manera continua y sin orden; Dimondi era un hombre aparentemente sin destino, pero eso era lo que parecía, ya que el si que buscaba algo, o mejor dicho a alguien.
Un día le preguntaron el porqué de tanto viaje sin destino aparente, ese día estaba feliz a la mayor, por haber conseguido una cabriola complicada que llevaba persiguiendo con insistencia. Normalmente el arlequinadado era parlanchín y muy sincero, pero esta vez se puso serio y se quedó pensativo como dudando de contestar...

Durante más de una semana, los días y sus noches habían sido de abundados vientos que hicieron flamear las lonas mostrándolas de continuo henchidas, para en un tris abandonar cualquier atisbo de brisa repentinamente en una media mañana, que resultó bien venida para la exhausta tripulación ya ahíta y consumida de tanto esfuerzo sostenido.
¡Que magnífica se había comportado la Maribeltz!, ¡con que desparpajo aproaba las pendientes en uno y otro sentido de cualquier ola que se presentase ante ella!, ¡como después de sumergir a Naydet -su mascarón de proa- en el seno de una, emergía empapada su cara para comenzar a ascender hasta hacer cima en la cresta de la siguiente, irrumpiendo al coronarla entre la espuma mostrando su rostro radiante¡, ¡como sus mástiles soportaban la inmensa fuerza que ejercía el velamen cuando navegaban con buenos vientos y a todo trapo, sin casi quejarse las fibras de su madera!, ¡como tras un gran bandazo, se volvía a estabilizar la nave -terca ella-, sin perder ni medio nudo!, ¡como las salpicaduras y embarques de agua en cubierta, al deslizarse por los cabos y maderas musicaban con los sonidos de sus escurridas al topar contra la cubierta!...si, navegar en pos de nada, a toda vela y sobre un buen barco rápido y fiable, con la tripulación ducha y entusiasmada, era como vivir al par dos veces: la vida real, y la soñada.

Demandó Dimondi a Trumoia arriar el velamen, para así dar rienda suelta, al deseo de exponer su arriesgada función ante sus compinches fatigados.
Trumoia dió orden de abatirlas después de que Monkey revisara a conciencia el horizonte, en atención a algún atisbo de presencia náutica, con negativo resultado.
La navegada había sido muy satisfactoria, y contemplar el espectáculo de Dimondi para después preparar un buen ágape y una posterior descansada que diera paso a contar historias, cuentos y mentiras ante el descorche y vaciado de -una tras otra-, las sucesivas botellas de licor que a buen ritmo saldrían de la catacumba de la bodega, para perecer en el gaznate de los piratas -tal como sucumbirían los cristianos en las bocas de las fieras de los circos romanos- si, era un justo premio para todos; se rumiaba ya en los gañotes el afogado discurrir del contenido de las botellas.
Pero primero contemplarían con deleite la función del desmadejado arlequín.
Y de nuevo se aupó Felice Dimondi "Il voladore" por la escala de cofa hasta lo mas alto para jugarse la vida como en el mas expuesto de los abordajes...
Al poco, los pies de Dimondi no soportaban ya peso alguno.
Dimondi voló,
los brillantes colores de sus paños se convirtieron en revoloteante bandera,
su mal bendecida figura, pintó de piruetas el cielo,
los imposibles giros, cabriolas y contorsiones, se presentaron una vez más, ante los atónitos espectadores,
la acechante muerte por porrazo, fue una vez más burlada,
hacia proa o popa, a babor y estribor, desde lo más alto, hasta palmear el agua, por entre la mayor, trinquete y bauprés...por todos los espacios transitó Dimondi realizando imposibles geometrías...

Finiquitada la exhibición, llegó el tiempo del reposo. Se preparó una buena jamada, y ya todos formando un círculo en cubierta, se dispusieron a escuchar lo que Dimondi tenía que decir sobre la razón que le impulsaba a semejante afición a los viajes sin tregua, y a su riesgosa ocupación como trapecista.
Lo que les contó Dimondi, no lo hizo cantando, no. No fue una mera descripción, ni una creencia absurda. El no hablaba por hablar, y lo que perseguía no se le evadía con facilidad.
Además, los tripulantes de la Maribeltz habían vivido situaciones imposibles, y contemplado seres inverosímiles; y estas ambas  cuestiones -que no les complacía describirlas a gañanes, ni absurdos iluminados-, se las tomaban muy en serio según quién la describiera; y a "Il voladore", se le tenía muy en serio.
Así cuando el curioso Miracielos le preguntó: ¿Porqué viajas tu sin ningún albedrío? ¿Qué buscas? Después de dudar, en un largo lapso en el que todos callaban, y ante la insistencia del silencio de sus bocas y miradas, Dimondi les contestó: "bien, os contaré algo, que creáis o no, un día sucederá; y cuando así se cumpla, me encontrará preparado"
Y de esta manera, buscando una buena postura, volviendo a ocupar el espacio vacío de sus vasos, e intuyendo que lo que iban a escuchar del arlequinado no iba a ser superfluo ni ordinario se dispusieron a escuchar la historia.

Las últimas luces tomaban ya camino al descanso,
la Maribeltz descansaba sin balanceos,
algún cabo gemía de cuando en cuando,
la noche se prometía estrellada,
un receptivo blanco invadía las mentes de los piratas,
unas pocas candelas se fueron encendiendo iluminando pequeños entornos dibujando caras y objetos,
el absoluto contenido del mundo, ahora se concentraba allí,
a lo lejos no sucedía nada...
y Felice Dimondi "Il voladore", empezó a relatar su fascinante historia.


      

Os contaré primero, los siguientes sucedidos anteriores a mi nacimiento:
Provengo de un villorrio de tintadores y bordadores de la seda.
Mi padre se retiró bastante maduro de su antiguo oficio, para después invertir los ahorros de su azarosa vida, que fuera al par entre el corso y el pirateo.
Conoció a mi madre y pronto se enamoraron decidiéndose a formar familia, después de construir casa y taller de tinte y bordados; ya algunos trajines sobre el oficio se conocían.
Debido a la competencia desatada por unos más expertos extranjeros aparecidos en varios pueblos cercanos que en poco tiempo acapararon el mencionado comercio, se encontraron los naturales al canto del precipicio donde la ruina se vislumbró sin atisbo de duda.
Al contemplar mi padre la fosa, decidió intentar lo imposible: viajar a el mismo origen de la seda con los más arrojados, para secuestrar a artesanos duchos en los laboreos de los valiosos rasos orientales.
No hicieron caso a quienes les recordaban, como el secreto de todo lo referente a las sedas se guardaba con celo, e incluso por orden imperial se penaba con la muerte cualquier barrunto de que tales artes, se propagasen afuera de sus fronteras.
Pero algo había que hacer y por tal motivo se decidieron hacia tamaña aventura; si consiguieran adquirir los conocimientos necesarios para tutear a aquellos competidores, retomarían con multiplicado esmero su brega; si no era así, estaban condenados.
Entre los todos los vecinos del pueblo, cada cual en su medida contribuyó a conseguir un recaudo para construir un buen barco que comandaría mi padre -no en vano era conocida la anterior ocupación: la de patrón corsario y pirata-, y la ruta que ya se empleaba para entonces hacia el lejano imperio, era habitualmente la marítima.
Así que un día partió el bajel al que se bautizó como "Sedal", y la tripulación con las ilusiones puestas capitaneado por Giuseppe, mi padre, hacia la que debía de ser su última aventura.
Se hicieron pues a la mar hacia el oriente, y tras mucho riesgo y penuria arribaron a aquellas tierras. Resumiré diciéndoos que secuestraron a capacitados tintadores, bordadores, y lo más importante: un criador de gusanos. Ese fue un grandísimo error por el que fueron maldecidos, y posterior castigados, al hacer mella en ellos los conjuros del poderoso chamán oriental, propietario de los esclavos secuestrados.
Por los mencionados ensalmos, las muchas orugas que portaban, pasaron de convertirse de inofensivas criaturas, a voraces devoradoras de madera, mucho más tragonas que el propio molusco de la "broma", y a la postre casi consiguieron dar al traste con la embarcación.
Solucionaron tal contratiempo arrojando por la borda al criador, al saber por su propia boca el porqué de la transformación de los gusanos, -cuestión que les comunicó entre risas y burlas-. Y de tal manera el personaje pasó de criar gusanos, a servir de pasto de peces y moluscos; perdieron al criador, pero con el resto de secuestrados el botín continuaba siendo notable.

Pero no es esto lo que hoy os relataré, si no la causa de mi apego a volar por entre los aparejos.

Volvían ya de su aventura a su tierra en el barco herido, pero el triunfo los aguardaba, o por lo menos eso era lo esperado.
Antes de abordar el último tramo que les haría concluir su empresa, hicieron acopio de víveres y aguada en un puerto desconocido para mi padre. Si que se lo habían mentado en una ocasión, describiéndole a sus habitantes como lunáticos y fantasiosos. También era sabido que era una zona en la que numerosos barcos desaparecían.
Arribaron pues al mencionado atracadero con numerosas vías de agua resultadas del apetito de los gusanos -que sorprendentemente siguieron el camino de su granjero al ser este arrojado al agua-
Se hicieron las oportunas transacciones, y dudando entre hacer reparaciones en el maltrecho "Sedal" y por ello pasar una temporada en el lugar, o realizar unos pocos apaños y continuar con la travesía, se decidieron por lo segundo.
La noche anterior a su partida se organizó una despedida convidados con los que resultaron ser unos magníficos anfitriones. En el transcurso de ella, aquel que parecía ser el que mayor conocimiento tenía de aquellas aguas llamado Minardo, les comunicó algo que si bien por una parte lo tomaron a chota (habida cuenta de la fama de fabulistas que se les suponía a aquellas gentes), también les produjo inquietud lo comunicado; no parecía el relator charlatán, ni farandulero.
Les advirtió, que en caso de encontrarse con malas condiciones de mar, desconfiaran si para su sorpresa encontraran en pleno ojo de la tormenta, aguas plácidas y brillantes, que no las navegaran si tenían a bien continuar su ruta, y si en el caso de que las abordaran lo hicieran siempre por sus extremos, sin aproar por ningún motivo hacia sus adentros -así en caso de peligro tendrían tiempo de abandonarlas, aunque ello les supusiera volver a enfrentarse de nuevo a las aguas bravías-.
Mi padre, Giuseppe, le preguntó el porqué de tal advertencia, y cual era el supuesto peligro.
Minardo le comunicó que aquel fenómeno se daba antes de hacer aparición por entre las nubes una Melaniria de nombre Cris-cris.
Un reguero de frío recorrió el espinazo de mi padre entonces. Aunque en las caras de los que habían escuchado las palabras de Minardo, aparecieron gestos de incredulidad, mi padre había oído hablar a personas de confianza relatos sobre tales seres y por ningún motivo se lo tomó a chanza. Por ello le preguntó cual era el actuar de Cris-cris si se diera la situación mencionada.
Esto fue lo que dijo:
-A Cris-cris, se le designa como "La trapecista de las estrellas". Ella aparece en ocasiones, cuando corren nubes sueltas por el cielo, tanto por el día, como por la noche. Siempre lo hace por el paraje que se presenta sorprendentemente calmado, en medio de huracanes, tempestades, tormentas...
Ella gusta de jugar mostrando sus habilidades, intrincándose entre las nubes en las que se forman larguísimas trenzas blancas que cuelgan de ellas, y de las que se vale para ejecutar fabulosas acrobacias. También, asida a ellas y a extraordinarias velocidades, planea sobre la superficie del agua engendrando grandes olas en variados sentidos. Son tan peligrosas como espectaculares las cruces de mar que se producen, al chocar unas contras otras las olas.
Para Cris-cris, si una embarcación se presenta allí, siendo para ella nada más que un inocente juego, envía por su popa las olas, que le harán tomar desmedidas velocidades.
Los barcos no pueden resistir mucho sus diversiones, y al final casi siempre terminan criando caracolas.
Hay veces en que cambia de juego y continua brincando de nuevo por las nubes, y si para entonces el barco no ha sido ya tronchado puede seguir su navegación sin contratiempos; pero estas son las menos.
Los que han conseguido sobrevivir a sus alegrías, dicen que el espectáculo de sus maneras es lo más fantástico que puede persona alguna jamás contemplar. Y afirman que cuando su aparición tiene lugar durante la noche, llega un momento en la que se le ve ascender sin límite hasta las mismas estrellas; toda ella es como de pura luz asemejándose a un cometa: su cara, sus vestidos, su pelo, el rastro que deja tras ella...
Para terminar os diré, que existen Melanirias semi-humanas, y Cris-cris es una de ellas. Estas, aún teniendo capacidades comunes a las de sus madres, tienen una existencia limitada y pueden llegar a reproducirse en algunas ocasiones, teniendo sus descendientes parecidas facultades que van disminuyendo según se mezclan más y más veces con los humanos. Esto se da, ya que en contadas ocasiones y por motivos muy concretos, traban relación con alguna persona humana, y hacen que esta les acompañe.
Le preguntó mi padre entonces: ¿cual crees que podría ser la razón por la que Cris-cris se hiciera acompañar de una persona normal?
Minardo contestó sin dudar, que un buen trapecista sería del gusto de ella. Sabía que en varias ocasiones se la había visto contemplar desde el agua -ellas nunca hollaban tierra, ni surcaban sus cielos- una muy importante celebración que se producía no lejos de allí, y en la que acróbatas de todos los lugares se juntaban cada decenio para exhibir sus logros; eran la crema de todo tipo de volatineros.
Se decía que ella lloraba al contemplar a los escogidos personajes, tal como lo haría una madre al contemplar los primeros pasos de un vástago suyo...

Se intuía ya el final de la historia,
Dimondi se embutió en un largo silencio, durante el cual escarbó en sus recuerdos.
Ardían las velas fundiendo la cera para terminar amontonándose sobre las vetas de la madera,
no se oía ni una carraspeo, ni un chapoteo, ni un quejido de fibra alguna ni de esparto, ni de tabla,
era un momento de esos, en el que el respeto para con la persona que desnudaba sus creencias, sus recuerdos, deseos y pensamientos, superaba al deseo de que terminara de contar su relato...

¡Si!, dijo casi en un susurro al fin "Il voladore", sucedió lo que imagináis: hubo un gran temporal durante el viaje. Encontraron aquellas plácidas aguas y por miedo a naufragar se refugiaron en ellas, habían embarcado mucha agua y el casco atacado por los gusanos al no haber sido suficientemente reparado, fue razón para navegar por el corazón de aquel insólito espacio.
Apareció Cris-cris y comenzó a juguetear con el Sedal...y se fue a pique.

Mi madre y todos los que esperaban con ansia a los navegantes, se arruinaron y pasaron a ser sirvientes de los aparecidos orfebres.
A los meses nací yo, y pasé una aciaga niñez.
Pero cuando aún no llegaban mis ojos a la altura del ombligo de Gallatia, mi madre. un día sucedió algo:
Se presentó un hombre en nuestro pueblo, y se instaló en la posada. Merodeaba sin prisas los alrededores, y era dado a entablar conversaciones durante los pocos ratos libres que disponíamos. Una noche, se dirigió a mi madre a ocultas de sus amos, y le contó algo que si bien le produjo mucha tristeza, le liberó de el deseo de conocer el final o destino -que nunca se pierde-, de cuando alguien allegado desaparece en la mar sin dejar rastro alguno.
Le confesó como hubo un superviviente del naufragio del Sedal, fue rescatado. Aquella persona le contó con todo detalle, la fatídica jornada durante la cual Cris-cris apareció prendiéndose de una nube tras otra, asida a las deslumbrantes y larguísimas trenzas blancas que de ellas pendían.
Luego, como planeó sobre sus pies sobre las plácidas aguas, provocando olas en todas direcciones. Estas cada vez fueron mayores, y ya por fin envió una enorme masa de agua por la popa del Sedal, impulsándolo en su seno sin perder nunca la proa, en la dirección tomada.
Llegó un momento -después de un largo espacio de tiempo-, en el que parecía que saldrían de aquel lugar, para llegar de nuevo a las abandonadas aguas. ¡Era inconcebible que eso fuera lo que toda la tripulación deseara, volver a adentrarse en la tormenta!; y eso fue lo que sucedió...y allí naufragaron.
Aquel hombre le describió como el suceso sucedió ya la noche bien entrada, y como mientras el barco se hundía, la vieron subir y subir hacia las alturas, dejando un rastro blanco como de polvo de estrellas.
Le contó como la increíble belleza de sus gozosos juegos, hizo que todos ellos quedaran extasiados a pesar de que intuían que aquellos hechos terminarían con ellos, aunque la Melaniria no tuviera interés en causarles daño alguno, ¡únicamente jugaba!
Le contó como cuando navegaron propulsados por la enorme ola, un pasillo de purísima luz, se formó ante ellos en mitad de la oscuridad, y como también dejaba un rastro níveo por la popa que gradualmente se consumía.
Como las nubes de las que Cris-cris se prendía para sus acrobacias, se iluminaban aún más, de un blanco plateado cada vez que colgaba de ellas, mientras las trenzas emitían un fantástico siseo con el balanceo.
Como al chocar una contra otra las olas que Cris-cris fabricaba, generaban grandiosas montañas de refulgente espuma que ascendían hasta alturas inimaginables.
Como mientras ella emitía regocijantes sonidos de alegría a cada momento.
Pero sobre todo, aquel final que contemplaron, como Cris-cris ascendió dejando aquella crin radiante hasta llegar su estela hasta las mismas estrellas...aquella visión lo compensó todo.
A los pocos minutos, el Sedal se hundió, y solo sobrevivió aquel tripulante.
Minardo -aquel que les advirtió de lo que después les sucedería-, lo rescató de entre los restos del Sedal.
La persona que nos relató los hechos, conoció a Minardo y fue el que le refirió el motivo de aquel viaje, y como encontrar el origen de aquellos naufragados.
Aquel único superviviente, todo aquel tiempo que estuvo en compañía de Minardo, se dedicó a lo que mejor sabía hacer, tejer y tintar piezas de seda, ya que resultó ser uno de los secuestrados.
Pronto fueron aprendiendo de el, y aquel puerto se convirtió en referencia para el comercio de la seda.
Amir, que era el nombre del esclavo secuestrado, de ascendencia sasánida, pasó de vivir como esclavo a dirigir a aquellos que teniendo fama de mente ligera, resultaron tener gran capacidad para tratar las sedas.
El, en el fondo estaba agradecido de que Giuseppe y sus hombres, lo hubieran liberado de las garras del chamán que durante tanto tiempo los explotó. Sus ascendientes también fueron esclavos, desde hacía varias generaciones, y ahora era libre y rico; así que decidió compensar a los familiares de los que acabaron con tantos años de miserias padecidas.
El extranjero aparecido, era portador de una gran cantidad de dinero, y un magnífico barco, en el que transportaría hacia el que ahora llamaban "Muelle de los Iluminados", -ya no solo por su carácter, sino también por la calidad y acabado de sus sedas-, para continuar allí su oficio y retomar un provechoso destino.
De Cris-cris nunca más se supo por aquellas latitudes, aunque si que de cuando en cuando, había personas que la mentaron en distintos mares.

Después de otro silencio, Dimondi concluyó de esta manera su relato:
Todos estos hechos los escuche del extranjero, y a la vez que oía el suspiro que exhaló mi madre al final, supe cual sería mi destino en adelante, hacerme encontrar por Cris-cris y volar con ella hasta las estrellas.






















domingo, 28 de septiembre de 2014

SIDDI AL BATI y NAVAJITA

Cuando dibujé a el siguiente personaje, una vez terminado pensé: ¡Anda, si se parece a Bati!
Bati es el apodo de un amigo, que tiene una manera de escribir, que puede parecer caótica y desordenada, y puede que así sea... o no. No sé.
Podéis comprobarlo si lo buscáis en Facebook, por el nombre de "Siddi al Bati".
Le pedí que colaboráramos en el texto de esta entrada, y el resultado fue el siguiente:



Si la aparición de Gastón en el barco supuso un pasmo para todos, ¡que decir de la de Siddi al Bati!
En el Maribeltz te acostumbrabas a que sucedieran cosa extrañas, pero aquella arribada fue uno de los  sucedidos más desconcertantes.
Así acaeció su llegada:
Nos hallábamos varios barcos celebrando el secuestro de la que sería a partir de entonces nuestra cirujana. Habíamos oído hablar muchas veces de las buenas artes que se le atribuían, y conseguimos hacernos con ella por las duras; se llamaba "Navajita"








Nos encontrábamos cerca de la costa de un mar norteño bien frío, y allí nos apiñábamos todos dispuestos a celebrarlo. Además de aquella india, conseguimos hacernos también con un gran tonel de ron oscuro y disponíamos dar cuenta de el para combatir el frío y celebrar el acontecimiento de tener a Navajita a bordo. 
Alrededor de la barrica nos reuníamos agolpados, tras el carpintero que se afanaba en terminar de quitar entera la tapa para que cada uno con su cazo el  pudiera servirse a granel el apreciado caldo.
Terminado el destape, Trumoia se disponía a inaugurar el bebercio en el centro del corro, y tras de el esperábamos impacientes batiendo los cazos contra las hebillas de nuestros cinturones, produciendo un alegre repiqueteo.
Así estaba la cosa cuando algo cayó dentro del tonel ocasionandonos una buena remojada, a la par de una enorme sorpresa; el zurriburri que se formó fue más que considerable.
Fue Navajita, nuestra nueva tripulante, la única que no se inmutó lo más mínimo. Se limitó a sacar la lengua, como si de una serpiente se tratase, para relamerse los morros con precisa rapidez y habilidad.
Y con todos los ojos puestos en la boca de la barrica, emergió tras las burbujas, Siddi al Bati.
Ahí empezó su discurso incomprensible, que como vimos desde el principio, era prácticamente continuo. Pronto comprobaríamos que ni siquiera dormido dejaba de atenderse su abstruso parloteo.
Como estatuas de piedra nos quedamos todos, cuando vimos emerger la cabeza.
Esta fue su primera retahíla:

"Caído y emergido en tal suntuoso potingue, proclamo mi arribo suficientemente oficiado por los mortales frescos que me acontecen, dando puerta abierta a mi estadía en esta cascarona de apropiada nomenclatura, e indico mi disposición sincera a damasquinar el podrido barandal del puente, a objeto de documentar mi forzado exilio a corriente y barlovento de la infamia, para proclamar falaz mi inserción en la filibustería. Pronto el pabellón de Siddi al Bati helará de nuevo la sangre en las venas de la Gente de Orden. Hágome cargo pues de la posesión de la bella Maribeltz. Así que: ¡alcen sus escudillas y beban hasta que hierban sus gaznates!"


Cuando terminó, nos miramos todos alelados. Permanecimos callados prestando oídos, pero nadie entendió nada. Pero estábamos a lo que estábamos, ansiosos de darle al jarro, así que después de concluido el chachareo dejaron de sonar los jarros, y bebimos. Sin dejar siquiera que el tal Bati saliera de la barrica, bebimos y bebimos aquel excelente ron que nos izo recordar otras latitudes mucho más cálidas.
Según le íbamos dando al jarro nos acostumbrábamos a la presencia del inquilino que se alojaba en la barrica, que por cierto no se le veía ni incómodo, ni deseoso de abandonar el lugar. 

Parecía que el palique del intruso estaba finiquitado, pero el tal silencio no iba a durar mucho tiempo; la mudez y Siddi era como aceite en agua, y ahora ya bien remojado en ron, estalló de nuevo para donarnos su segunda ristra de incomprensiones.
Esto fue lo que farfulló su lengua, ahora más entrapada:

"Pobres gentuzas que no sois capaces de diferenciar el hablar del pensar, porque ignoráis como oír los pensamientos...aunque tampoco las palabras".
-Ahí estaba el, chulo como la muerte, erguido como la desgracia, y recordando quién era, quién fue, mientras el silencio volvía con sus ecos-
"Hoy, aquí, soy Siddi al Bati, termita de Allah, profeta del sorbete de alma indistinta, cíclope entre medusas, Dios de las cucarachas...qué hostias miráis so gilipollas???
...capitáaaan, con la venia organizas una fiesta para hoy, con la chusma plana, el viento no llega, juaaaaajajajaja, pudiendo ser de Venus...vine a caer de Plutón...denso y frío de Mercurio, travestido en rojo, desinfectado, muerto o vivo y aún ocupado...es que no podré nunca descansar de miiii???... hoy invito yo!!! ron y chicas en Quelonia...
¡La muerte es tan poco chistosa...y la vida tan de fuera!..."

Después de interpretar ésta segunda arenga a su manera y sintiéndose ofendido, Neco se dispuso a degollar al intruso, para así continuar con la celebración sin más interrupciones, pero ya con el cuchillo refulgiendo y ante la indiferencia de todos...el enjuto cuerpo de Miracielos se interpuso entre los dos. 
-Espera- le dijo a Neco y mirando al forastero le preguntó: ¿de donde vienes?

- Bati le miró con fijeza y contestó: -de adonde no llegaron el humo de tus hogueras-

El antiguo inquisidor se quedó consternado ante la respuesta. Y después de unos momentos, cuando recobró el habla le contestó:
-Mucho frío traerás entonces, no me extraña que no tengas prisa en salir de nuestro tonel, pero ya es hora de ello-

Como el aparecido ya no estaba para moverse mucho, y no se sentía precisamente a disgusto dentro de la barrica, lo sacaron de allí, y sin ninguna delicadeza lo arrojaron a cubierta.
No estando nada claro que aquel intruso se debiera incorporar, o no, con la aceptación necesaria de la tripulación, éstos empezaron a mirarse entre ellos como si debatieran la cuestión en silencio.
Aquel aparente desprecio a ellos tenía fácil solución; el agua recibía por igual a cualquiera, y si flotara lo suficiente para llegar con vida a la costa o no, no era cuestión importante para ellos, ¡y menos para Neco!, al que se le había metido entre ceja y ceja probar el filo de su cuchillo en el gaznate de aquel desconocido. Navajita zanjó el asunto ayudándolo a incorporarse y advirtiendo con su primera voz desde que pisó la cubierta con estas palabras:
"Se te ve deseoso de dar uso a tu cuchillo blanquinegro" -dijo a Neco mientras se hacía paso con firmeza hacia el-, hazlo pues sin esperar consentimiento.
Trumoia no solía inmiscuirse en asuntos menores, si Siddi al Bati tenía la mala baba de presentarse y comportarse de aquella manera, era cosa suya de salir del charco como pudiera. De tal manera, ni se inmutó ante lo que estaba a punto de suceder, y como espectador, esperó intrigado los acontecimientos que vinieran.
Si en un primer momento, Miracielos se interesó en saber del singular personaje, ahora, después de turbarse y sobre todo sorprenderse ante lo escueta y sangrante de su respuesta, se desmarcó también del asunto. De tal manera, entre las intenciones de Neco y su cuchillo -que ya terminaba de salir del abrigo de la badana- , solo se interponía la pequeña cirujana.
Decidió Neco pues, arrojar a aquel  blancucho por la borda, pero antes le daría varias sajadas; no era de su gusto despertar a su puñal "para nada". Y se dirigió hacia Siddi decidido ya, e ignorando las palabras de Navajita.
Cuando ya el cuchillo de Neco, se disponía a mostrar sangres, ocurrió lo impensable: con endiablada rapidez y precisión, Navajita sacó sus dos manos de debajo de la manta en la que se envolvía; en cada una de ellas blandía dos pequeños escalpelos, que en unos segundos hicieron contra en el cuchillo de Neco, y se oyó como éste cayó en varios pedazos troceado a sus pies, ante la incredulidad de todos.
Después ella comentó como sin dar importancia: "mis estiletes curan, mis estiletes matan ".
¡Lo inverosímil era que ambos se mostraban intactos después de haber troceado como manteca el gran cuchillo de Neco!
Y para concluir zanjó el asunto con estas palabras: "hoy vivirá, hoy por lo menos. Muy mala ventura daría, que el primer arreglo mío aquí, acabara en muerto".
Eso convenció a todo el mundo, y volvieron a lo que estaban: una cogorza monumental se fraguaba, y era momento de seguir en ello...

Las horas siguientes Siddi y Navajita prácticamente no se separaron. La india parecía entender todo lo que decía el forastero ante la envidia de Miracielos, que curioso por naturaleza, intentaba descifrar las locuciones de Siddi sin mucho resultado. Deseaba entablar conversación con el y así fue su segundo intento:
Se encontraba Siddi absorto con las hebras de un cabo, las miraba, acariciaba, lamía, e incluso les murmuraba.
Tratando Miracielos de simpatizar con el le preguntó:
- ¡Otra vez en Marte Siddi, y se está bien por lo visto!.
Antes de que le diera a el interrogador firmar la pregunta con una sonrisa, respondió Siddi:

- ¿Y a ti que carajo te importa? Vendería mil martes y hasta un  miércoles si me pidieras la Luna denegada y pretenciosa de un lunes. Y una vez que llegaras al hueso de su sombra, que sorbieras el tuétano de su luz, y la enterraras entre arrugas de rencor, chuleada entre carcajadas sin pasado ni futuro, omnipresente en su constante desesperanza, comida y defecada en mil millares de cuentos de hadas de todas las hijas de los muertos, al final de todos, contados y no olvidados, por la sacerdotisa nocturna; una vez y en ese momento: ¿la amarrarías con este cabo para evitar que su fulgor eterno, brindara a las estaciones sobre los siete pelos de tu cabeza?-
Por segunda vez Miracielos se volvió a quedar estupefacto intentando descifrar el sentido de sus palabras, pero no concluyó nada.







Pasaron los días, y Siddi si bien en sus primeros días en el Maribeltz se mostró singular y arrogante, comenzó a incrustar en sus constantes charloteos, cuñas de silencios que se fueron ampliando y aumentando, en tiempo y en frecuencia.
Hasta entonces, Trumoia no se se había dirigido a el para mucho. Admitió que se quedara a bordo, como los demás, sin pensar el como, para qué y porqué se encontraba allí; Trumoia no era en exceso curioso, pero se preguntaba si la melancolía que parecía ir invadiendo a Siddi, haría de el un sujeto molesto.
Desde que llegó, de aquella misteriosa manera como "caído del cielo", había transcurrido el tiempo sin saber nada de el, ni entender nada de lo que decía. Solo Navajita se comunicaba con el, y parecía comprender sus inexplicables comentarios; hacían una extraña pareja.
Hasta ahora, Trumoia había dejado pasar tal situación al comprobar como Navajita desarrollaba con buena disposición sus tareas como médica cirujana del barco. Poseía una habilidad extraordinaria y era un espectáculo ver como operaba a los enfermos y heridos. Además, Siddi le asistía con eficiencia mientras, eso si, parloteaba sin parar mientras tanto.
Pero ahora quería saber algo más de el; veía necesario su integración en el grupo, o por lo menos su no tan constante hostilidad. Si no fuera de tal manera lo abandonaría en cualquier lugar y pronto iban a pisar tierra.
Lo encontró junto a el ancla, cometiendo otra de sus extravagancias: la abrazaba y besaba, mientras le hablaba de esta manera:

-Lo que está, doncella de hierro, es que atravieso una severa crisis -en sentido griego-; una aburrida tormenta que arrasará mi identidad irreversiblemente. "Colaborar con lo inevitable" llegó a mascullar, sólo que "lo inevitable" es de natural tacaño y agrio, y seguir ésta máxima crearía un erial sobre un infierno, cubierto de acidez de ceniza sucia-...
¡Que poco queda en mi de Siddi al Bati, el hijo escupido del ron y la cogorza! Aquel que del vicio licuado y su olor culpable ruidoso, supo parir la sorpresa en "el otro", dando sentido al conjunto de datos pulverizados en saliva analfabeta para digestión de vosotros, seres a medio camino entre bebé y cadáver, pero igualmente consciente que ambos...terminó sentenciando.

Trumoia lo miró oblicuo a través de sus rendijas de serpiente vieja; de lado.
No soportaba las arrogancias, y menos los desprecios, pero no estaba seguro de que aquel hombre estuviera en sus cabales, y era cobarde y traía muy mal fario, castigar a los enfermos.
Pero la decisión ya estaba tomada, lo dejarían en tierra si no cambiaba radicalmente en los días que quedaban hasta llegar a ella; pero a Navajita no, ella se quedaría a las duras, si era necesario, con ellos; y así se lo comunicó:
-Siddi al Bati, te quedarás con nosotros si quieres hacerlo, pero aún que pases el resto de tu estancia en la Maribeltz bajo la lluvia de tus chácharas, como vuelvas a vomitar desprecios de sujetaré una novia del mismo hierro que ahora abrazas y visitarás con ella el fondo marino. No quiero que causes más discordias, así que escoge: o desembarcas, o mantendré lo dicho, si es que antes no te rebana el cuello alguien.
Siddi se quedó meditando una pizca antes de contestarle.
-Lo sabía, todo ha conducía inexorablemente a terminaría como ellos, hablando mucho, diciendo nada, malgastando su única riqueza, malvendiendo o tirando precisamente la única fortuna que poseía. Si, realmente era una posesión, pues la propiedad -si es que realmente alguien era dueño de aquello- excedía cualquier comprensión. No se puede comprender aquello que no te cabe, y jamás se puede amar lo que comprendes -el pensamiento le asaltó formulado-, por eso las derivadas jamás se enamoran de las ecuaciones, y nunca sintió probable, en realidad ni siquiera posible en términos prácticos, que un solo elemento como él supiera mantenerse "él" entre la apabullante grisura de una idiotez sin matices, que se alimentaba de...¿nada?-
Pero sucedía que no se hacía la idea de transitar por ese mundo lo que le quedara, sin estar en compañía de Navajita. Se imaginaba, -y Trumoia se lo confirmó- que Navajita se había hecho imprescindible en la Maribeltz; y con mucha razón no le permitirían abandonar la nave por ningún motivo. Además había descubierto que allí también residían otros entes no tan visibles, que aunque tampoco entendían sus peroratas, se le hacían apetitosas de trabar relación con ellas, como, por ejemplo, aquella doncella de hierro que ellos llamaban "ancla".
También estaba la Náyade en la proa, con la que mantenía vivas discusiones, los mil ratones y ratas tan alegres y chistosos, las velas que se sonrojaban con las últimas luces del día, y chismorreaban de todo y todos a conciencia, las olas que creaba el casco al navegar, que al ser molestadas, juraban de una manera tan divertida, que se pasaba horas y horas desternillándose (tanto que a veces se le desencajaba la mandíbula) de sus quejas y provocando así otros mayores juramentos que solo el podía entender...y cada vez más cosas, si. Estaba empezando a apreciar aquellos contrapesos a su mala disposición para con los humanos, y puede que consiguiera soportarlos lo suficiente, como para mantenerse junto a su indiecita, que tanto le quería, y que además le estaba enseñando a utilizar aquel cuerpo en el que se encontraba. 
Si, se le haría muy difícil mantenerse allí, pero contestó decidido:
-Se deshará lo que se pueda, lo que se pueda-..y siguió conversando con la doncella.


  


    





  




   


    

  




  
    



       

viernes, 18 de abril de 2014

LABIX

 LABIX

Angelas, genias, duendas, diablas...se les denominaba de varias formas, aunque entre ellas se llamaran de otra manera.
No se hablaba mucho de ellas. Siempre eran mujeres y se las temía.
No obstante podían también resultar muy beneficiosas.
Eran las salvajes Melanirias
Cuando surgía alguna de ellas en una conversación, estaba muy mal visto y castigado, mofarse o convertir a cualquiera de ellas en habladuría; más de una vez algún ligero de lengua, terminó raudo su chisme con una cicatriz firmada. Por contra, cuando era persona con crédito, el silencio atrapaba a los concurrentes para dar paso a sus palabras, y como no a tamborileos de manos, castañeos de dientes y otras pruebas que demostraban el temor que se les tenía.
Pero caídos en sus brazos, se las amaba como nunca podría amarse a nada.




Yago estaba feliz. Era ya mediodía y todos seguían dormidos. Ella también descansaba ahora.
Cando la vio llegar a lomos de su gran serpiente, fue el único que no se asustó. Al fin y al cabo, (ya lo dijo Neco) -Yago es un Djinn, afortunadamente bueno-
El intuyó con antelación que se acercaba algo alarmante, para eso era un Djinn, pero no estaba preocupado.
Estaba feliz porque ahora podría realizar sin trabas su eterna tarea: cambiar las cosas de sitio. Ellos, -los piratas-, no eran capaces de entenderlo, ¡Las cosas tenían que estar siempre en su lugar!, y que los sitios cambiaran de ubicación continuamente daba buena suerte les advertía, pero no le creían.
Después, cuando despertaran, volvería a explicárselo y esperaba que de una vez por todas lo comprendiesen.
Pero mientras iba a aprovechar que nadie le podía impedir que lo reordenara todo a conciencia. Y así mientras Labix retozaba con toda la tripulación dormida uno a uno, el comenzó a mover las cosas al emplazamiento que realmente les correspondía para ese día.
De cuando en cuando se cruzaba con ella y se sonreían, cada uno estaba centrado en su tarea y no se molestaban. Bueno, en realidad ella tuvo que apartarse varias veces con prontitud, al interponerse ella en el camino de Yago y sus muebles, aparejos, herramientas, bártulos y todo tipo de cachivaches. Por supuesto el no iba a esperar a que le dejara libre el camino, mientras ella se entretenía con el pirata de turno, ¡tenía que apartarse y rápido, el estaba trabajando y ella se divertía!, -pensaba el-.
Yago no sabía que lo que ella estaba haciendo era bien diferente.
Otra gran afición del Djiin era la comida, y con todo el mundo dormido, concluida su tarea se encamino al paraíso ¡la cocina! Pero antes se asomó por la borda, para admirar la gran serpiente sobre la que arribó aquella bellísima mujer. Cuando despertase le convencería para montarla los dos y dar un largo paseo. Pero eso sería después.
Pero dejemos a Yago para más adelante, y os contaré la peripecia completa en la que se vio envuelta la Maribeltz y los ahora durmientes, que hasta hace bien poco se sorprendían ante la aparición y posterior arribo, de aquella mujer de indecible belleza que desde muy lejos vieron navegar hacia ellos serpenteando y cabalgando las largas olas, interpuestas entre el horizonte del que surgió, y el brillante casco del Maribeltz.
Lekim, la serpiente de platas y agua, les persiguió sin descanso durante tres singladuras, con Labix cabalgándola enhiesta con sus piernas bien sujetas a su cuello, sin aflojar ni por un momento. La Maribeltz con todo el trapo al viento, surcaba rauda la mar con viento fuerte entrando por popa; todo le era favorable en su huida: viento, oleaje le acompañaban y la inmejorable disposición nave, comandada por un Trumoia experto y con toda la marinería entregada, hacía que el espectáculo resultara eléctrico. La Maribeltz pareciera una potra salvaje a galope tendido por un interminable campo de espigas que por su cabalgada arrojara semillas de resplandecientes gotas de agua, volaba cortándola con su proa como un alfanje bien afilado, las olas parecían azuzarla compitiendo con ella, como diciéndole ¡huye, huye, no te des tregua, huye!
Pero aquella maldita serpiente no cejaba ni por un instante su empeño, cada vez más grande, cada vez más cerca ondulaba experta entre las olas. Por la noche la luz de la Luna al rebotar en sus escamas, hacía cabrillear el agua indicando que ni se perdía, ni se rendía.
Al segundo mediodía la serpiente se puso al alcance de la pequeña pero mortal culebrina de popa, pero ante cada uno de los dos disparos que consiguió hacer, Lekim se sumergió veloz con Labix bien sujeta evitando la escupida; la serpiente ganó a la culebra.
Cuando se disponían ya a enfrentarse con todas sus armas a la amenaza exhaustos pero resueltos, esperando la segunda emergida...la serpiente y su amazona no aparecieron.

Les hablaron de Labix, les advirtieron de su peligro, sabían que era uno de esos temidos seres, pero a pesar de saber de la desaparición de varios barcos por aquellas fechas en las aguas que iban a surcar, no hicieron caso. Tenían algo muy decisivo que hacer después de el episodio en la isla de Marama. Muchas bolsas de perlas les esperaban y la avaricia se impuso y se arriesgaron. Ahora esperaban por turnos intentando no dormirse ante la aparición de Labix.
Pero el sopor los fue conquistando uno a uno, y los venció a todos.

Yago despertó a media mañana. Pidió ayuda a aquella mujer para arriar las velas, a lo que ella accedió. Entre los dos desaferraron las velas y cada uno se dispuso a sus tareas: uno a reubicar las cosas en sus nuevos lugares, y la otra a introducirse en los sueños de los dormidos.
De eso se trataba, Labix necesitaba de los sueños de los marinos.
En ella era como si habitaran dos entes unidos por los sueños, que se alternaban una y otra vez. El prodigioso y el humano.
Deseosa de experimentar el latir su pasado humano, Labix se introducía en el sueño de los dormidos, y así con las soñadas de ellos se hacía mujer carnal en sus sentimientos cerebrales; catarlos era como una droga para ella. Además en los sueños se recopilaban muchos de los temores ocultos, deseos insatisfechos, vivencias notorias, recuerdos, metas y logros, aciertos y errores, virtudes, pecados...eran la esencia de las personas vista de una manera fantástica y sin límite, sin ataduras ni freno; era su faceta espiritual y a ella le apasionaba vivirlos conectada a sus mentes.
A los invadidos, una vez superado el primer pavor que percibían en su inconsciencia, se dejaban explorar sin armadura, se iban relajando cada vez más profundo y lo mostraban todo.
Ya dentro, Labix separaba la paja del grano, y si bien se deleitaba con lo onírico de sus reposos, también apartaba pesadillas sin sentido y temores infundados siendo el resultado de ello bien provechoso. Todo tipo de locuras, trastornos, miedos ocultos... desaparecían
Lo malo era que no siempre despertaban.
Para hacerse hueco en su razón dormida, Labix se tenía que acercar y reposaba sobre ellos aspirando sus sueños, -era lo único que le interesaba de ellos-
Cuando llegó a Trumoia, al tenderse sobre el escuchó algo como un burbujeo, pero no le echó cuenta y se dispuso a contemplar sus pensamientos.
El ojo albino de Trumoia con el contacto aumentó su burbujeo. Aquella mujer (o lo que fuera), contenía dentro de ella conocimientos desconocidos, y no iba a dejar escapar su contenido.
Labix comenzó a notar sensaciones nuevas estando ya sobre el pirata. Intrigada lo observó un rato mientras se preguntaba: ¿que era lo que tenía de especial aquel hombre, para que dilatara en su habitual quehacer?
Estaba comenzando a sentirse diferente a siempre.
Se sentía especialmente contenta sobre el tuerto aquel y algo le iba invadiendo, apoderándose de ella una sensación desconocida.
Poco a poco empezó a jadear, entendiendo cada vez menos lo que le pasaba.
Labix sintió un deseo irrefrenable, que no había experimentado nunca, hacia aquel hombre.
Sin entender porqué, lo desnudó.
Ante la inadvertencia de ella, el ojo brumoso de Trumoia cada vez estaba más luminoso y caldeado.
Ella lo acarició, mesó sus cabellos, aspiró su respiración, lo besó, hurgó con su lengua en el interior de su boca acariciando a la suya, lo lamió, lo abrazó encendiéndose en el y notando que les envolvía a ambos una tibieza desconocida.
Sudaba por primera vez, y sentía como en su entrepierna algo le bullía y le dominaba.
Sin saber porqué lo hacía, liberó sus pechos y subió su falda.
Descendió otra vez hacia el, y sintió como "aquello", la penetraba produciéndola gozo.
Lo sujetó por las muñecas y entabló un ritmo sobre el cada vez más frenético mientras se humedecía cada vez más, y más, y más...
El ojo blanco bullía ahora, mientras Trumoia a su vez se encabritaba y la sacudía de abajo hacia arriba.
Con el traqueteo botaban sobre la madera sonando un cada vez más trepidante: tumbp, tumbp, tumbp......
A cada instante aumentaba el ritmo y la potencia de las sacudidas.
Para Trumoia era un sueño, para Labix una realidad -desconocida hasta entonces- delirante.
Le sudaban hasta las uñas, brillante y chorreando placer encima del pirata, sin tener noción de lo que veían sus ojos perdidos
Algo se fue haciendo cada vez mayor dentro de ella y advertía que reventaría de un momento a otro, era como si subiera al cielo a la carrera.
 ...y al llegar a la cima, estallaron los dos entre gritos y jadeos el, y con un alarido de ella larguísimo y penetrante, que inquietó tanto a su serpiente que izo que asomara su cabeza con agilidad por la borda dispuesta a defender a su ama, produciendo un inquietante balanceo.
Al ver su gran cabeza a su lado, justo pudo hacer un gesto mudo para calmarla, si bien se quedó ella observando erguida su cabeza en la cubierta un rato, escudriñando posibles peligros.

Yago, que dormía plácidamente después de haber rebuscado en la despensa, para con calma ir masticándolo todo, por el chillido final despertó y acudió a ellos. Al ver al la gran serpiente allí, una sonrisa inmensa se plantó en su cara. Se acercó a la escamada y se miró en ambos ojos; le hizo gracia la disposición lateral de ellos. Después manoseó su morro sin dejar de sonreír mientras resbalaban sus manos por las escamas. Con los dedos levantó una de ellas y al soltarla sonó un ¡clack! al volver a su posición original produciéndole sorpresa; mientras Lekim sacaba la lengua y le alenguaba con delicadeza, acción que produjo una alegría desbordante en el, minimizando sus párpados ya de por si rasgados. Le gustó aquel juego con las escamas y repitió la manera con muchas más de ellas, a cada vez seguía un ¡clack! nuevo, y a la serpiente parecía que le satisficiera, ya que continuaba cariñosa con sus lametones; se entendieron bien desde el comienzo.
Ahora la mujer aparecida también dormía, todo el mundo lo hacía menos el y la serpiente. Pensó Yago, en montar sobre ella para dar un buen paseo, estaba seguro que la serpiente se lo permitiría. Lo estuvo tramando, pero ¡podría ser que no le gustara a la Melaniria hacer esto sin su consentimiento! Como adivinado su pensamiento, Lekim se deslizó hacia el agua.
Pensó en como pasar el tiempo de otra manera mientras se despertara alguien, y después de hacerlo un escaso minuto decidió que haría: cambiaría de lugar más muebles.
Después de emplearse en la tarea, se fue a dormir. Eso igualmente le gustaba mucho y estaba fatigado.
Al despertar todo seguía casi igual, únicamente Labix estaba levantada, aún aturdida por algo que ella no recordaba bien. No entendía lo que había sucedido, siempre que abordaba un barco y en cuanto se empapaba de los sueños y pensamientos de los tripulantes, sin más lo abandonaba. Pero en aquella ocasión se había quedado como ellos ¡dormida!, además algo le pasaba ya que se encontraba algo débil y perdida. Soñó que retozaba gozando con aquel marino, mientras una gran esfera blanca giraba a su alrededor jaleando sus movimientos con el. Ese mismo proceder más habitual entre hombres y mujeres los conocía y nunca había podido entenderlo, ni siquiera en sus narcosis propias de todas las Melanirias.

Ya antes de divisar al Maribeltz, Labix sentía la presencia de un ser especial a bordo. Eso le incitó incluso más de lo habitual a emprender aquella persecución. Perseguía las presas, con objeto de atrapar los espejismos deslumbrantes de los sueños de los navegantes, pero también estaba intrigada de saber quién otro diferente navegaba con ellos. Cuando por fin los abordó, dejó para el final entablar con el Djinn conocimiento. Ahora era el momento aunque se encontrase extrañamente tan cansada.
El la esperaba junto a la serpiente -que asomaba por la borda-, con su perenne sonrisa y su pícara mirada, que alternaba entre ella y Lekim. Mientras, la acariciaba con su mano, y levantaba sus escamas para producir los sonidos que tanto placer le daban tanto a el como a la serpiente; Labix también sonrió. Se comunicaron con claridad entre ellos sin palabras. Yago quería no solo dar un paseo sobre su serpiente, sino que además había decidido irse con ella.
Desde que se hizo a la mar, siempre fue bien tratado y apreciado, pero sentía que su tiempo allí se acababa. Los recordaría con mucho afecto pero estaba decidido, y ¡quién sabía si volverían a encontrarse ! Por otra parte su instinto le indicó que acompañara a la Melaniria.
Labix se fatigaba dando signos de una cada vez mayor debilidad.
Algo había en aquel navío que la instaba a que se alejara de allí, y tanto el Djinn como Lekim lo advirtieron.
Labix desfalleció y cayó al suelo, ¡tenían que largarse de allí y bien rápido!
Yago la encajó en un hueco natural que tenía la serpiente en su lomo, y ya en el agua recostada sobre la cabeza, y sujeta por la larga lengua bífida se alejaron unos metros del casco y esperaron. Yago tomó una soga para sujetarse ambos a la gran serpiente por la boca y después de echar un vistazo, corrió a coger su esponja de la suerte, -aquella que cuando aprendió a sumergirse sin tragar agua, encontró bajo las cristalinas aguas de una cala-
La serpiente estaba impaciente, se cansaba de sujetar a Labix con la lengua y le entraba agua por las comisuras de la boca. El Dijnn saltó al agua y antes de incorporarse al lomo, y después de pasar la soga por la boca, sujetó bien a Labix por la espalda y manos.
Se encontraban a corta distancia de la proa, y mientras terminaba de anudar la soga, Yago sintió una mirada en la nuca.
Se volvió y supo la razón de el mal de Labix...
Naydet, protectora del Maribeltz había hecho su trabajo, alejar a la Melaniria de allí, aunque lo suyo le costó conseguirlo. Pero faltaba algo y se lo recordó al Djinn: la tripulación entera seguía dormida y no era seguro que despertaran.
Yago, condujo algo más lejos a la serpiente del casco por la soga, y después la colocó orientada a la proa, y mirando fijamente a uno de sus ojos le dijo: -espera-
Pensó como hacerle entender sus intención de volver para irse con ellos, y se le ocurrió dejar su "esponja de la suerte" entre dos de sus escamas de su morro, confiando que entendiera que era su objeto preferido y que lo perdería si se iban sin el; puede que fuera ser demasiado entender para una serpiente, pero no se le ocurría otra cosa, así que después de hacerlo nadó hacia el barco.

Varias embarcaciones desaparecieron por el hacer de Labix por esa zona. No era intención de ella que sucedieran estas cosas, pero así eran ellas las Melanirias. No buscaban causar calamidad, pero muchas veces lo perpetraban sin ser conscientes de ello.

Yago tenía que despertar a la tripulación que continuaba toda ella inmersa en sus sueños, con serias dudas que los abandonasen. Las alucinaciones causadas por la invasión de Labix en ellos, las gozaban tan vividas en sus adentros como lo demostraban sus rostros, que denotaban una total relajación y gozo.
Ya en cubierta y sin dejar de vigilar la espera de Lekim, pensó como despertarlos sin causarles sobresaltos y a su vez no pusieran pegas a su decisión de marchar en busca de otros rumbos diferentes a los suyos.
Y siendo pícaro por naturaleza sonrió al iluminársele la manera. Extrajo la pluma que portaba en su sombrero, y con ella, uno a uno les fue cosquilleando los pies, narices, orejas...
Mientras, Labix ya fuera del barco se iba reponiendo poco a poco y la serpiente esperaba algo más calmada.
Se entretuvo un poco si, pero veía que le esperaban, así que mientras los piratas comenzaban a abandonar su sopor, el se reía divertido con su juego.
Esa sería la imagen de el que mantendrían: una última broma, su perenne sonrisa y verle alejándose a lomos de la serpiente en compañía de Labix agitando hacia ellos su mano.
¿Que fuera asombroso que los despertara con una simple pluma? Bueno, al fin y al cabo, el era un Djinn.

Al abandonar el barco, la serpiente intuyó que algo había cambiado en Labix. Su fino instinto le indicó que ella iba a necesitar un lugar tranquilo para reposar y por primera vez la desobedeció. Sabía de un lugar donde estaría tranquila y segura, y tomó aquella derrota sin obedecer la órdenes de su ama. No entendía el porqué, pero intuía cambios importantes para con ella, y que necesitaría de su total protección por un tiempo. Labix que era todo coraje y brío se haría indefensa, aunque también tendría la ayuda de el Djinn.
Ahora sin saberlo, le esperaba la preñez y el parto de la que sería hija suya, Stella. Por un tiempo se convertiría en una humana transitoria, aunque gestaría más rápido de lo habitual y a su vez Stella en sus primeros años se desarrollaría mucho más rápido de lo que dicta la naturaleza humana. Sería hija mestiza entre Hombre y Melaniria, pero no la única ni mucho menos. Así mismo Stella y Yago no se separarían nunca.
Pero no es momento de contarlo ahora.
    




        


sábado, 8 de marzo de 2014

ARTRITA

 ARTRITA

Angelas, genias, duendas, diablas...se les denominaba de varias formas, aunque entre ellas se llamaran de otra manera.
No se hablaba mucho de ellas. Siempre eran mujeres y se las temía.
No obstante podían también resultar muy beneficiosas.
Eran las salvajes Melanirias.
Cuando surgía alguna de ellas en una conversación, estaba muy mal visto y castigado, mofarse o convertir a cualquiera de ellas en habladuría; más de una vez algún ligero de lengua, terminó raudo su chisme con una cicatriz firmada. Por contra, cuando era persona con crédito, el silencio atrapaba a los concurrentes para dar paso a sus palabras, y como no a tamborileos de manos, castañeos de dientes y otras pruebas que demostraban el temor que se les tenía.
Pero caídos en sus brazos, se las amaba como nunca podría amarse a nada.

En el origen de los antetiempos de los humanos, antes de que los grandes dioses se adueñasen de las fabulaciones y designios de las personas, ellas ya presentaban forma humana. Una creencia afirmaba, que todas las razas provenían de ellas, y de ahí su afecto y ocasional acercamiento a las personas. Eso si, su mentalidad era similar a las de las bestias, careciendo de capacidad de distinguir bienes o males. Actuaban por impulsos primarios y cuando deseaban algo, lo mostraban puro, sin engaños. Su cristalina voluntad provocaba por ello repartidas, dichas y desgracias.
Los posteriores dioses y diosas -caprichosos y siempre prestos a jugar con los mortales-, se adueñaron de los limbos y con engaños las desterraron a los mares
No les fue muy difícil confundirlas y evitar así enfrentarse a ellas, su naturaleza franca no les complacían y no dejaban de inquietarles sus poderes.
Aparecían de distintas maneras. Se mostraban a los ojos de todos, algunos, o un solo miembro de la tripulación, y aquellos que recibían su deseo, ya nunca eran abandonados por ellas.
Por una parte serían protegidos ante muchos contratiempos. Raro era el que se ahogara alguno de sus elegidos en un naufragio (se sabía de algunos que sobrevivieron sin agua ni alimentos, ni siquiera un flotante al que aferrarse durante meses sobre las aguas), que muriese por balas u otro tipo de armas (entraban y salían de sus cuerpos sin dejar más que un pequeño rastro en forma de caprichosas cicatrices), no padecían en exceso enfermedades comunes en otros compañeros...pero no todo eran buenaventuras.
Como una fiera que con su presencia ahuyenta a sus enemigos, pero que a su vez al ser acariciado, por sus garras son heridos, los escogidos también sufrían de diversas maneras sus protecciones; ellas, no eran conscientes de ello y a la vez protegían y lastimaban.
Yo vi una, pero para mi fortuna no se interesó por mi.
Su nombre era ARTRITA




ARTRITA se apareció en la estela del barco, y permaneció allí varios días. No hubo manera de despistarla ni de deshacerse de su presencia.
Se vertió aceite hirviendo sobre su reflejo, se hizo arrastra un gran trozo de vela tapando la estela durante un día entero ocultándola, se le lanceó, se le disparó, se colgaron trozos de carne que atrajeron a los tiburones esperando que acabaran con ella, se botaron a su presencia toda clase de inmundicias, y por fin se invocaron a todos los dioses conocidos implorando para que desapareciera...pero nada surtió efecto.
Finalmente su inquietante reflejo se incorporó a cubierta de una manera tan sobrenatural, que describirla sin haberlo visto resulta harto difícil, pero lo haré de la forma más precisa posible:
Después de intentar evitar su imagen por las formas descritas, y cuando aún se maquinaban nuevas maneras en pos de conseguirlo, un atardecer después de un día bien soleado, el rostro que se vislumbraba en el reflejo que tercamente se aferraba a la estela de aquella nave en el que estaba embarcado, abrió sus ojos que hasta ese momento habían permanecido cerrados.
Todos quedamos prendados de inmediato de aquellos maravillosos ojos verdes, que contrastaban con su faz de un inquietante color encarnado.
Temblando como la luz de una vela se incorporó sobrepasando la popa para eclipsar el último alumbrar del Sol ya maduro, fundiéndose entre sus sangrantes colores. Emergieron al pronto de sus ojos dos volcanes verdes del color de la fruta joven, rodeados por fulgores deshilachados como brillantes manojos de hierbas que palpitaban; sobrecogía su mirada fantásticamente intensa.
Todo comenzó a latir, parecía que el mundo barruntaba un inmenso terremoto, cada uno se aferró a lo que tenía más cercano, nuestros corazones se aceleraron hasta lo imposible, nuestras pupilas se agigantaron pareciendo que iban a reventar, los cabos y maromas se tensaron, los herrajes se calentaron, y por fin las velas se hincharon repentinamente hasta casi volar de los mástiles.
Ella por fin se situó en la mayor, desde allí y por sus dos caras nos observó a la vez a todos dejándonos como clavados a cubierta incapaces de realizar ningún movimiento y prendidos de sus ojos fantasmagóricos. Un halo verde lo invadió todo y por fin escogió...
Menos apenas tres marineros y mi persona, toda la tripulación fueron iluminados por el fulgor verde de los ojos de ARTRITA. Uno a uno se fue acercando a sus rostros petrificados para besarlos apasionadamente y así quedar marcados por sus labios.
Los elegidos quedaron extasiados, y narraban una y otra vez la fascinante sensación de aquel trance. A partir de aquel momento algunas noches soñaban con ella, para contar entusiasmados por la mañana, las plenas sensaciones que les causaba su compañía.
Su halo cálido les calentaba la nuca en las guardias frías, advertían los peligros con la antelación suficiente para enfrentarse a ellos con una serenidad que anteriormente no poseían, no se sentían el uno celoso de los restantes escogidos, sino que quedaron hermanados.
Los días siguientes todo fue felicidad en la nave, toda la tripulación se sentía alegre y todo a bordo marchaba literalmente viento en popa, mientras transcurrían uno tras otro, espectaculares días y noches dentro de un ambiente amable y dicharachero. ¡Hay si hubiesen sabido lo que les esperaba!
Llegamos a puerto, desembarqué y me despedí de todos sintiendo cierta envidia de la alegría del grupo recibido de ARTRITA, ¡se les veía tan dichosos!
Pero unos años después supe de su infortunada suerte y de las consecuencias de las querencias de ARTRITA.
Esto es lo que me contaron:
Aquella nave fue a menudo aludida por sus logros y tomo el nombre de la aparecida, encomendándose con devoción a su imagen que la decoró como mascarón su proa.
ARTRITA, conseguía transportar sus mercaderías en tiempos bien cortos, a pesar de las condiciones que se encontrasen durante sus travesías. Era ahora más marinera en su navegación y lo hacía más rápido que antes, no habiendo barco pirata que se hiciera con ella. Los temporales que se encontraban no la doblegaban, ni conseguían quebrar sus mástiles, ni hacían variar su rumbo. Todo eran buenaventuras.
Pero una noche ARTRITA se apareció en sus sueños.
Contaron como aquella noche la soñaron con una intensidad desmedida. Sus artes, fueron salvajes como nunca imaginaron. La bestia que había en ella, los tomo como muñecos sin consideración alguna, y como resultado de ello salieron exhaustos y maltrechos. Algunas de sus articulaciones resultaron dañadas en el fregado soñado, y ahora padecían entre grandes dolores las consecuencias.
Unos no podían andar, otros utilizar sus manos. Hombros, empeines, tobillos, rodillas, codos...todos padecían algo en su cuerpo. ARTRITA les hurgaba en sus huesos ocasionando grandes dolores, sin ser consciente de ello.
El barco sin poder ser gobernado, ni marineado, quedó a merced de las corrientes y vientos.
Un marinero que se embarcó en aquel último viaje consiguió huir despavorido por lo que contempló, -portaba tatuado el rostro de ARTRITA en uno de sus brazos-. No había conseguido borrarlo de ninguna manera y lo solía llevar tapado. Me dijo como a pesar de no estar señalado por ella, cada vez que se acercaba a la costa, le hormigueaban los huesos.
El fue el que me relató los acontecimientos mucho más tarde. Después de los sucesos abandonó su profesión.
Del barco, nunca se supo más nada.