martes, 15 de noviembre de 2011

CARTAMAGO

CARTAMAGO


El segundo tripulante que dibujé es este.
Es, hasta ahora que tengo ya dibujados unos cuantos, el que más magia tiene.
Lo que más me gusta de él son sus ojos.








Piloto de la nave
No gustaba patear tierra de continente, solo pequeñas islas y como condición a ello, su vista debía poder abarcar principio y final de la isla a pisar.
No era lugar para en lo habitual sus desnudos pies, otro que no fuese la tablazón de madera de un barco.
Necesitaba sentirse rodeado de agua salada, degustar el salitre en sus labios.
Decía tener pájaros marinos dentro de su cabeza que le procuraban bienestar y recomendaban no hollar tierra firme más tiempo del necesario. No era extraño que durante sus turnos de guardia nocturna, se posasen a su vera algún albatros viajero o blancas golondrinas marinas.
Cartamago tenía una extraña relación con las cartas de navegación, cuidaba mucho tenerlas siempre protegidas en cajas bien barnizadas y envueltas en telas enceradas, que si bien dichas cartas describen con ornamentada precisión la geografía de la mar y algunos de sus actos, tienen en la humedad de sus aguas, tan bellamente ilustradas, el enemigo más fiel, cuando empapan sus vahos el rugoso papel descriptivo.
No buscaba tanto el marino en las cartas, destinos precisos sino ocultas singladuras. Poco le importaba a donde se dirigían ni donde se encontraban. El era piloto de navegación y lo único que deseaba era navegar sin concernirle destinos. El capitán ordenaba "a donde" y él proponía "el como". Cartamago amaba escuchar la orden de Trumoia decidido ya el destino: ¡Haz bien tu trabajo y marca una buena ruta, piloto!
Poseía Cartamago increíbles habilidades, nadie se explicaba como era capaz de encontrar islas no habitantes de ninguna de las cartas conocidas. También hallaba brisas de las que nadie sabía nada.
Que decir de aquellos inmensos borbotones de agua dulce que emergían en cualquier lugar, abriéndose paso entre el agua salada, que llegaban a transportar peces de aguas dulces como truchas y salmones. El las hallaba con precisión ante las atónitas caras de la tripulación y en diversas ocasiones ahuyentaron la sed general en jornadas de mucho calor y velas desinfladas.
No consentía compañía cuando rebuscaba en sus cartas. Afirmaba que ellas eran tímidas y solo en confianza mostraban, nunca todo, lo que oculto contenían. Los pocos que en contadas ocasiones y en alguna sombra ocultos le habían visto trajinarlas, describían de sus búsquedas lo que sigue:
"Desplegaba en una mesa limpia a conciencia la carta escogida bajo varias velas que no apestosos candiles. Colocaba sus delicadas manos sobre la mesa a los bordes de la carta durante un silencioso tiempo. Pasado un rato, acercaba sin prisa su rostro al papel, con los ojos cerrados. Cuando estaba de cerca como a un palmo, quedaba otro tiempo quieto y casi ni respiraba. Después iba, a pocos, separando los párpados dando luz a aquellos ojos suyos. Las yemas de sus dedos ya rozaban los bordes de la carta. En susurros pausados empezaban a brotar entre su aliento, primero leves sonidos, luego algunas letras sueltas, después palabras y al fin frases que se convertían en preguntas, deseos, ruegos y baladas que se iban depositando en ella, mientras que sus tibias manos ya con levedad acariciaban su piel blanca. El aliento se hacía bruma ocultando el papel y bajo todos éstos apremios la carta se estremecía, erizándose como cabellos sus fibras. Seductor empleaba silencios y palabras lo justo, ni uno faltaba, ni una sobraba. 
Sus ojos, ya abiertos del todo, mostraban azules círculos marinos, fácil en ellos sumergirse deseándolos profundos, muy profundos.
Al fin en sus persuasiones Cartamago demandaba y apartándose el brumoso vaho de su aliento, la carta respondía mostrándose en sus espacios sin tintar, a espasmos: la isla desconocida, el hondo canal entre los ariscos arrecifes, la brisa salvadora que los sacaba de la calma chicha, la salvaje borrasca que los buscaba para sus juegos, el agua dulce imposible que burbujía en mitad del océano y como no, mostraba la estela del barco por su carga codiciado que entonces sería perseguido a todo trapo hasta darle caza para enfrentarse a él bajo duelo a hierro y pólvora, para sacar de sus tripas la presa codiciada ojalá fuese oro y plata"
Después, la carta en su caja, se dormía complaciente y complacida.  
  




 

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